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Próxima estación: Corea

por: Julio Trujillo
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Uno de los peores vicios de un analista de la realidad consiste en hacerse un esquema, a menudo ideológico, de ella y, cuando aparecen datos que desmienten el esquema, en lugar de cambiar este, modifican la descripción de la realidad para salvar el esquema.

Algo de esto está pasando con el presidente Trump, como ya pasó con Ronald Reagan. El botarate presidente de los Estados Unidos que hizo una campaña electoral a lomos del impulso y de un aliento de los sentimientos más primitivos y viscerales del sector de la sociedad al que pedía el voto, ha comenzado a girar el rumbo, no sin contradicciones y errores, nada más entrar en la Casa Blanca. Pero los analistas, que ya habían decidido que Trump no tenía estrategia sino improvisación brutal, no cambian esta opinión sino los hechos mismos. A este se suma una vieja manía de muchos intelectuales europeos empeñados en ver que los peligros para la humanidad llegan desde Estados Unidos, incluso cuando reaccionan, con sus lógicos intereses nacionales, frente a crímenes horribles.

En estas estamos. El presidente Trump aprovechó la ventana de oportunidad que le brindaron desde Siria y comenzó a reocupar un espacio que Obama había abandonado en manos de la Rusia de Vladimir Putin. Tras la intervención en Siria, que ha obligado a Moscú a reconsiderar la necesidad de contar más con Estados Unidos a la hora de buscar soluciones para Siria, Trump descargó sobre Afganistán una bomba de gran potencia, de la que disponen muchos países europeos que, cumpliendo un objetivo militar en la frontera con Pakistán, hizo sentir sus consecuencias en Corea del Norte. Entretanto, el Pentágono había movido hacia las costas coreanas un poderoso grupo de combate aeronaval con el portaaviones Carl Vinson.

Estados Unidos está volviendo a una política exterior clásica, en términos de defensa, y tratando de ganar el protagonismo perdido los últimos ocho años, y con una serie de gestos y acciones puntuales está imponiendo su presencia en los escenarios más potencialmente desestabilizadores. Y la apariencia de nueva guerra fría es parte del discurso ruso que ha visto alterada su estrategia.

Pero en Corea hay que estar atentos. El presidente norcoreano es inestable, lleva años tratando de conseguir concesiones a base amenazas y ha puesto en marcha una ola que tal vez no pueda dominar. Ahí está uno de los peligros y en eso se basa la estrategia de Trump: por una parte, le recuerda que Estados Unidos no va a retroceder ni negociar como lo hacía Clinton y envía sus barcos; y, por otra, aprovecha la situación para tratar de comprometer a China en una labor de contención que le asocie a cierta estrategia de seguridad en el Pacífico. Podrá gustar o no, pero afirmar que no hay estrategia es una majadería.

La posibilidad de que la crisis genere un problema grave está en manos de Corea del Sur y de China más que de Estados Unidos. Y, por cierto, tampoco en este escenario olvidemos a Rusia, con frontera, barcos y doctrina presentes en la región.

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