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INTERREGNUM: Tensión en el Himalaya. Fernando Delage

por: Fernando Delage
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Cincuenta y cinco años después de la guerra de 1962, China e India viven un nuevo episodio de tensión en su frontera. Desde mediados de junio, tropas de ambos países se han movilizado en Doklam, por razones aún confusas. En un contexto de creciente rivalidad entre los dos gigantes asiáticos por sus respectivas ambiciones como potencias en ascenso, importan, más que las causas de este último incidente, sus consecuencias para el entorno regional.

Al contrario que los habituales choques en la frontera—una de las más extensas del mundo con más de 3.000 kilómetros de longitud—, esta vez no están en juego las reclamaciones de una y otra parte: ni el territorio occidental de Aksai Chin (que, ocupado por China, reclama Delhi) ni el oriental de Arunachal Pradesh (estado indio reclamado por Pekín). La actual disputa se produce donde coincide la frontera de ambos países con la de Bután y está vinculada a los límites territoriales de este último país con la República Popular China, más que a las diferencias fronterizas indo-chinas en sentido estricto. Bután es, junto con India, el único Estado con el que Pekín no ha delimitado de manera definitiva su frontera, razón de la ausencia de relaciones diplomáticas formales entre los dos Estados. Este pequeño reino del Himalaya es, por otra parte, un virtual protectorado indio; quizá el único país de Asia meridional con respecto al cual Delhi no tenía que preocuparse en exceso por la creciente proyección económica y diplomática china. Ésta puede ser pues una clave de los recientes acontecimientos.

Al mismo tiempo, la disputa se produce en una zona muy cercana al corredor de Siliguri, el estrecho espacio que conecta los aislados Estados del noreste indio con el resto del país. Las fronteras de estas provincias con China, Bangladesh y Birmania son una potencial fuente de vulnerabilidad para India, que afronta en estos Estados algunos de los movimientos insurgentes más prolongados—y menos conocidos—de Asia. La evolución histórica de estos pueblos del noreste, de enorme complejidad étnica, ha diferido del resto de la Unión y, pese a los esfuerzos de Delhi por su integración, grupos militantes de distinto signo reclaman desde hace décadas su autonomía.

Resulta arriesgado, como hacen algunos analistas, especular con la posible intención china de facilitar la independencia de estas provincias indias. Pero este mosaico de etnias y movimientos armados en Nagaland, Mizoram, Manipur o Assam, es otra variable a considerar en la crisis reciente. Estos y otros grupos han sido fuente de inestabilidad desde la partición de la Unión India en 1947, y han afectado a las relaciones de Delhi con Dacca y Rangún durante años. Tampoco pueden separarse de su rivalidad con China. No hay mejor aproximación a estas insurgencias que el fascinante libro de Bertil Lintner, “Great Game East: India, China, and the Struggle for Asia’s Most Volatile Frontier” (Yale University Press, 2015). Lintner, excorresponsal en Birmania de la mítica Far Eastern Economic Review, desgraciadamente desaparecida hace unos años, ofrece una detallada historia de estas insurgencias, sus apoyos externos y sus implicaciones para la dinámica geopolítica regional. Como anticipan los movimientos en Doklam, el “Gran Juego” del siglo XXI se desarrollará tanto en estas remotas montañas del subcontinente indio como en Asia central.

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