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El Juego de la Gallina. Juan José Heras.

por: Juan José Heras
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En julio de 2017 el régimen norcoreano efectuó el lanzamiento de dos misiles balísticos intercontinentales que, según los expertos, tendrían el alcance suficiente como para llegar a EE.UU. Posteriormente, en septiembre de 2017,  llevaron a cabo, al parecer de forma exitosa, la prueba de una bomba de hidrógeno que podría incorporarse a los misiles mencionados anteriormente.

Esta última prueba nuclear se produce como respuesta a los recientes ejercicios militares conjuntos entre EE.UU. y Corea del Sur, lo cual entraba dentro de lo esperado, aunque no de manera tan contundente. Más significativo es, sin embargo, el hecho de que esta prueba se haya llevado a cabo el mismo día que Xi Jinping inauguraba el foro de los BRICS, eclipsando así su protagonismo como anfitrión del mismo, ya que se celebraba en China este año.

El mensaje parece claro, Kim Yong-un tiene la determinación para convertir a su país en una potencia nuclear y no se dejará intimidar ni por las presiones de la comunidad internacional, encabezada por EE.UU., ni por el cada vez más estricto cumplimiento chino, su tradicional valedor, de las sanciones económicas impuestas al régimen de Pyongyang.

Ante esta situación, ¿cuáles son las líneas rojas de cada país para llegar a un enfrentamiento armado?

La línea roja para EE.UU. sería un ataque de Corea del Norte a los países con los que tiene firmado un acuerdo de defensa en la región. Para China sería la caída del régimen norcoreano como consecuencia de una acción militar estadounidense, o la reunificación de las dos coreas según los criterios occidentales. Por tanto, el desenlace perfecto para cada uno de ellos parece coincidir con la línea roja del otro, y puesto que ambos pretenden evitar el enfrentamiento militar, es posible que no veamos ninguno de estos dos escenarios.

Ninguno de ellos quiere, puede permitirse, o le compensa, traspasar la línea roja del otro. Sin embargo, ambos buscan aprovechar la situación para maximizar sus ganancias. En este sentido, China, con el apoyo de Rusia, pretende que EE.UU. renuncie al escudo antimisiles THAAD y reduzca sus ejercicios militares en la región, para lo cual aboga por una doble suspensión; de las maniobras militares estadounidenses y el THAAD por un lado; y de las pruebas nucleares norcoreanas por otro. EE.UU. en cambio, prefiere tensar la cuerda hasta el extremo en que las provocaciones de Corea del Norte no sean aceptables, justificando así una caída del régimen que aleje a Pyongyang de China y la acerque a una Corea del Sur bajo los parámetros occidentales.

Esto se traduce en un estancamiento de las posibles soluciones, que únicamente favorece el avance de las capacidades nucleares de Pyongyang. Si esta situación se prolonga en el tiempo, podría ser el mismo régimen norcoreano quien finalmente rebajase la intensidad del conflicto una vez que considere que sus armas nucleares están suficientemente probadas. Este desenlace, que no es bueno ni para China ni para EE.UU., daría lugar a un nuevo statu quo en el que Corea del Norte fuera reconocida como potencia nuclear, garantizando así la supervivencia del régimen y desencadenando la nuclearización de otros países de la región.

Si Corea del Norte se convierte en una potencia nuclear, es muy probable que tanto Japón como Corea del Sur desarrollen esas mismas capacidades. Una región nuclearizada limita el control de China en su zona de influencia además de suponer una amenaza directa para su seguridad. Sin embargo, favorece el alejamiento de EE.UU. de Asia-Pacífico ya que los países de la región tendrían capacidad de disuasión propia frente a China. Por esta misma razón, EE.UU. perdería peso específico en la región y quedaría expuesto ante un hipotético ataque nuclear norcoreano, pero gana aliados en la región con capacidad nuclear.

Esta situación se parece mucho al juego de la gallina, que consiste en acelerar un coche contra otro para ver cuál de los dos gira antes el volante evitando así un desenlace fatal. El que más aguanta sin girar el volante se lleva a la chica, y si ninguno de los dos gira, los coches se estrellan y ambos pierden. En este caso, Pekín no quiere renunciar a que EE.UU. retire el escudo antimisiles y rebaje las operaciones militares conjuntas en la región, y Washington no pierde la esperanza de una Corea reunificada bajo su influencia.

Así, las preguntas que se plantean son:

¿Girará alguno de ellos el volante en este “juego de la gallina” o seguirán acelerando hasta que se estrellen los coches? ¿Y de girar alguno? ¿Quién lo hará primero? ¿Quién tiene más determinación para ganar el juego? ¿Quién pierde más?

¿Atacaría China a EEUU si este ataca primero a Corea del Norte? ¿O aceptaría una corea reunificada bajo el estándar occidental? ¿O consentirá finalmente que Corea del Norte se convierta en potencia nuclear y, por tanto, que Japón y Corea del Sur hagan lo mismo? ¿Beneficia a China una nuclearización de la región?

¿Atacará EE.UU. a Corea del Norte si continúa avanzando en la adquisición de sus capacidades nucleares, aceptando un posible enfrentamiento militar con China? ¿O consentirá finalmente que Corea del Sur tenga capacidad nuclear para justificar la adquisición de esas mismas capacidades por parte de Japón y Corea del Sur?

Para responder a estas preguntas, se establecen una serie de supuestos que son los que se consideran más probables y a partir de ellos se elabora la prospectiva sobre el conflicto. Así pues, se establece que:

  • Kim Yong-un no va a abandonar su programa nuclear porque sabe que se juega la supervivencia del régimen, pero tampoco va a atacar ni a EE.UU. ni a sus aliados en la región, porque sabe que eso legitimaría la intervención norteamericana con el consentimiento de China.

  • Si EE.UU. ataca unilateralmente a Corea del Norte, China defenderá a este país para dejar claro que Asia Pacífico es su zona de influencia y no se pueden tomar decisiones sin contar con ella. (Ya lo hizo y por este mismo motivo en los años 50 durante la guerra entre las dos coreas, cuando sus capacidades eran mucho más limitadas que ahora).

  • Si EE.UU. no ataca unilateralmente, ni consigue llegar a un acuerdo con China para sustituir a Kim Yong-un por otro dictador más manejable, Corea del Norte completará su programa y se convertirá en una potencia nuclear cambiando el statu quo de la región.

Por tanto, aunque ni a China ni a EE.UU. parece beneficiarles una Corea del Norte nuclear, en mi opinión, China prefiere que se estrellen los coches del “juego de la gallina” antes que girar el volante, esto es, prefiere mantener a EE.UU. alejado de su zona de influencia, aunque eso suponga convivir con otras potencias nucleares en la región. Por tanto, EE.UU., salvo error de Kim Yong-un (atacar primero), deberá renunciar a una Corea unificada, o permitir que se estrellen los coches, lo cual parece exagerado incluso para la Norteamérica de un personaje como Trump, que pese a su carácter imprevisible está pasando por el aro en todos los temas de política internacional, como se ha podido comprobar recientemente con el caso de Afganistán.

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