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INTERREGNUM: Tres cumbres, tres preguntas. Fernando Delage

por: Fernando Delage
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En menos de una semana, tres distintos encuentros han puesto en evidencia el fin de una era en Asia (y en Europa). La reunión del G-7 en Canadá, la cumbre entre el presidente de Estados Unidos y el líder norcoreano en Singapur, y el foro anual de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) en Qingdao (China), revelan la acelerada transición hacia un nuevo orden regional y global.

En Charlevoix, al negarse a firmar el comunicado conjunto con sus socios del G-7, Trump rechazó de manera explícita los pilares básicos del orden internacional de postguerra. Es más, no ha dudado en desafiar a sus socios mediante la imposición de nuevos aranceles comerciales. La pregunta se imponía: ¿se puede seguir hablando de una comunidad política occidental?

El contraste con el trato dado por Trump a Kim Jong-un solo dos días más tarde no pudo ser mayor. “Tenemos por delante una extraordinaria relación”, dijo el presidente norteamericano de Kim, con el que espera establecer pronto relaciones diplomáticas formales. Su declarada intención de abandonar la presencia militar de Estados Unidos en Corea del Sur terminó de agravar la inquietud de sus aliados asiáticos, ya sorprendidos por lo ocurrido en Canadá.

Las palabras de Trump marcan el fin efectivo de una guerra que comenzó hace justamente 68 años—el 25 de junio de 1950, cuando Corea del Norte invadió el Sur—, y que ha sido determinante del equilibrio estratégico asiático. Recuérdese que la guerra de Corea fue el decisivo punto de inflexión en el nacimiento de la Guerra Fría, y—a través del famoso documento NSC68—de la puesta en marcha de la política de contención norteamericana. El apoyo de Pekín y Moscú a Pyongyang hizo del conflicto un frente central contra el comunismo. La implosión de la Unión Soviética varias décadas después resolvió la competencia ideológica, pero las estructuras occidentales diseñadas para competir con las potencias rivales no desaparecieron: la OTAN, lejos de disolverse, se amplió, como también Occidente incrementó sus relaciones económicas con China, facilitando su ascenso.

Una segunda pregunta resulta por tanto inevitable: ¿qué será del orden de la Guerra Fría en Asia cuando su último vestigio—la guerra de Corea—pasa definitivamente a la Historia? Cuando el presidente de Estados Unidos parece sentirse más cómodo con el dictador norcoreano que con sus aliados europeos, ¿pueden sus socios asiáticos seguir creyendo en la garantía de seguridad que les ha ofrecido Washington desde el fin de la segunda guerra mundial?

China y Rusia asisten sin disimulada satisfacción a esta rápida desintegración del orden liberal. Mientras Occidente pierde fuerza como bloque, Eurasia se consolida como espacio estratégico. Así lo ha puesto de manifiesto la primera cumbre de la OCS en la que han participado India y Pakistán como nuevos socios, y a la que fue invitado Irán como próximo candidato a la adhesión. No debe sobrevalorarse la cohesión del grupo, pero el contraste es significativo, especialmente cuando China sustituye a Estados Unidos como principal defensor de un sistema multilateral. Ensimismado en sus preferencias unilateralistas, Washington no propone un orden alternativo al desmantelamiento del orden de postguerra, pero ¿y Europa? Ésta es la tercera pregunta provocada por los hechos de la semana: ¿qué hara la Unión Europea cuando la relación transatlántica pierde fuelle y sus intereses se ven afectados de manera directa por la reconfiguración geopolítica de la Eurasia de la que forma parte? (Foto: Equinox27, Flickr)

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