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INTERREGNUM: Corea, 70 años después. Fernando Delage

por: Fernando Delage
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El 16 de junio, cumpliendo órdenes directas de la hermana del líder norcoreano, Kim Yo-jong, en su capacidad como alto cargo del Comité Central del Partido de los Trabajadores, se demolió la oficina de asuntos intercoreanos en la zona especial de Kaesong. Pyongyang respondió así al lanzamiento de globos con propaganda contra Corea del Norte en localidades cercanas a la Zona Desmilitarizada (ZD). Es el tipo de provocación que suele acompañar a los procesos de sucesión en el régimen, por lo que no pocos observadores creen que puede tratarse de una maniobra para reforzar la credibilidad como líder de Kim Yo-jong en el caso de incapacidad o muerte de Kim Jong-un.

Pero las implicaciones, naturalmente, no son solo internas. Es un gesto con el que Pyongyang parece querer poner fin al acuerdo que firmó con Seúl en 2018, y restaurar una presencia militar en el complejo industrial de Kaesong y en la zona turística del monte Geumgang, donde se permitió el reencuentro de familias separadas por la frontera.  Corea del Norte no sólo privaría así al gobierno de Moon Jae-in de uno de sus principales logros para reducir la tensión entre ambos Estados, sino que está transmitiendo a su opinión pública el mensaje de que Corea del Sur sigue siendo un enemigo.

Casualidad o no, la acción de Pyongyang coincide con el 20 aniversario de la primera cumbre intercoreana (13-15 junio 2000), y se ha producido un año después de la visita del presidente norteamericano, Donald Trump, a la ZD (20 junio 2019). Lo que es más importante, se solapa con el 70 aniversario de la guerra de Corea, iniciada el 25 de junio de 1950 cuando tropas del Norte traspasaron el paralelo 38 y, en tres días, se hicieron con Seúl.

La apertura de los archivos ha conducido, durante los últimos años, a un aluvión de nuevos estudios académicos que han ofrecido un mejor conocimiento de los orígenes, desarrollo y consecuencias de este conflicto, olvidado por la inmensa mayoría de los norteamericanos—que ni siquiera recordarán MASH, la serie de televisión—pero siempre presente entre los coreanos, en particular los del Norte. Al contrario de lo que el abuelo del actual líder, Kim Il-sung, dijo en su día a su población—que Pyongyang se veía obligada a responder a una invasión del Sur—se trató de una ofensiva cuidadosamente planificada para coger por sorpresa a Seúl y reunificar la península por la fuerza. Fue también una mentira que sirvió de base al relato conforme al cual el Norte describió el conflicto durante las siete décadas siguientes. La “Guerra de Liberación de la Madre Patria” ha servido a sucesivos miembros de la dinastía dirigente para legitimarse en el poder como defensores de la nación frente a los enemigos externos. También Kim Jong-un, en efecto, ha mantenido esta versión revisionista de la historia para recordar a su pueblo el imperativo de la lealtad hacia su líder y la necesidad de un arsenal nuclear.

El conocimiento de la verdad por los norcoreanos supondría una amenaza existencial para el régimen. Pero que esta versión del pasado siga marcando el futuro no hace sino consolidar la división de la península, como confirman distintos estudios de opinión en el Sur. Según un sondeo de la Universidad Nacional de Seúl del pasado año, sólo el 53% de la población considera necesaria la unificación, por debajo del 64% de 2007. Los surcoreanos que mantienen la opinión contraria y los que apoyan el mantenimiento del statu quo suman el 40%, frente al 27% que representaban en 2007. Entre los motivos de quienes apoyan la reunificación, es revelador, por otra parte, que el argumento de que “somos una misma nación” ha caído del 58% de 2008 al 35%. Y, en un dato no menos significativo, otra consulta de 2018 reveló que el 77% de los surcoreanos elegirían la economía antes que la reunificación si tuvieron que optar entre una u otra. En Corea del Sur, décimo-segunda economía del mundo y una de las más sólidas democracias asiáticas, se abre camino por tanto una nueva percepción del Norte, lo que también afectará a su juego diplomático y, en consecuencia, a la estructura geopolítica del noreste asiático.

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