Corea del Norte, ¿la guerra que viene? Julio Trujillo

Al margen de la elegancia o la zafiedad de los discursos, Obama y Trump han renunciado al necesario liderazgo.

 

En el aniversario de 4Asia y en plena escalada de tensión en la península coreana, provocada por el lanzamiento de un misil más, este con notorias mejoras en sus capacidades, por parte de Corea del Norte, nos reunimos la semana pasada para debatir la situación. Alrededor de varios expertos, entre ellos colaboradores de la página, sostuvimos un intercambio de ideas y de análisis al que asistieron, y en el que intervinieron, lectores, diplomáticos y periodistas.

Tres ideas parecieron presidir la reunión: Corea del Norte está mejorando rápidamente su capacidad ofensiva y nuclear, aunque todavía no parece haber resuelto cómo introducir una carga nuclear del tamaño adecuado en la cabeza de los proyectiles que ya tiene; Trump y Obama, gritos y gestos aparte, se parecen más de lo que les gustaría en la renuncia a ejercer un liderazgo efectivo de Estados Unidos y querer replegarse hacia políticas más de consumo interno, y Kim Jonun no está loco sino que, con su propia lógica, está desplegando una estrategia en el filo de la navaja destinada a que se le admita en la mesa de las grandes potencias nucleares para negociar allí la supervivencia del régimen y mejoras económicas.

Vicente Garrido, miembro del Comité Asesor Personal sobre Asuntos de Desarme del secretario general de la ONU, explicó cómo Pyongyang viene desarrollando desde los años 90, ante cierta pasividad mezclada con incredulidad, una poderosa industria militar, tanto de misiles como de capacidad nuclear. Este desarrollo, con la menos conocida ayuda de Pakistán y la colaboración indirecta de las ayudas económicas chinas ha venido creciendo y, desde hace una década, se ha convertida en una poderosa maquinaria de extorsión a Occidente. La situación de hoy es el resultado de esta estrategia.

Pero Estados Unidos no ha sabido hacer frente a esta situación cambiante, recordó Florentino Portero, director del Instituto de Política Internacional de la Universidad Francisco de Vitoria, de Madrid. En un marco heredado de la II Guerra Mundial, explicó, el escenario del Pacífico ha visto cómo se desarrolla, en su opinión, un cambio paradigmático, en el que las fuerzas que han marcado en las últimas décadas los ejes del desarrollo, las élites universitarias estadounidenses, han visto declinar su influencia hacia los impulsores del desarrollo de biotecnologías, nuevas élites y nuevos caladeros de creación de inteligencia. Esto ha hecho cambiar el panorama asiático, China ha comenzado a ocupar un lugar y Estados Unidos, “donde si dejamos aparte la forma amable y cuidadosa de los discursos de Obama y el griterío zafio de Trump, podemos observar que, en el fondo, tienen la mima política de abstenerse de definir un nuevo liderazgo”. Así, dijo, se asiste al curioso espectáculo de ver a Estados Unidos replegándose y defendiendo el proteccionismo frente a una China, oficialmente comunista y autoritaria en su gestión, intentar aparecer como campeona del libre comercio internacional.

En ese marco se desarrolla la crisis con Corea del Norte, que quiere ingresar en el club nuclear y negociar desde esa posición. Todos coincidieron en señalar que China no quiere una situación de tensión extrema pero no va a ayudar a hundir a Corea del Norte, lo que situaría fuerzas norteamericanas y de la actual Corea del Sur en su frontera oriental. Esos son los límites de Pekín.

Miguel Ors, en su ponencia, describió la importancia de la estupidez en los conflictos mundiales y recordó que un error, técnico o mental, puede desencadenar un conflicto, como explica en esta página en un resumen de su ponencia. Y Nieves C. Pérez, la mujer de 4Asia en Washington, describió por qué Trump no es el líder que necesita Occidente, aunque si lo es para gran parte de la sociedad que dirige, en una ponencia muy pedagógica que se publica resumida en 4Asia.

Fue el primer acto de 4Asia que cumplió las expectativas de convocatoria y que inaugurará una serie de debates ante nuestros lectores y seguidores.

¿Puede Kim Jong-un controlar sus bombas? Miguel Ors Villarejo

El pasado 29 de agosto un misil norcoreano se hundió en el Pacífico siete minutos después de sobrevolar el archipiélago de Hokkaido. Si hubiera habido cualquier problema, sus restos se habrían desparramado sobre alguna ciudad japonesa. De hecho, algunas fuentes sostienen que el fallo se produjo y que el cohete estalló en el aire, aunque por fortuna ya se encontraba en alta mar.

Al parecer, estos incidentes estructurales son relativamente frecuentes en los ensayos de Kim Jong-un, lo que, por una parte, resulta tranquilizador, porque revela que su capacidad nuclear dista mucho de estar a punto.

Pero, por otra parte, si uno se para a pensarlo un poco, suscita una duda igualmente inquietante. ¿Sabe este tío lo que se trae entre manos?

Nos han educado en la creencia de que la peor amenaza que pesa sobre el futuro de la humanidad es la acción del mal, pero a mí me inspira también mucho respeto la incompetencia. El papel de la chapuza en la historia no ha sido debidamente apreciado. Las conspiraciones están sobrevaloradas. Tendemos a ver complots detrás de cada acontecimiento extraordinario, de cada atentado, de cada crisis. El asesinato de Carrero Blanco, por ejemplo, tuvo lugar a una manzana de la embajada de Estados Unidos en Madrid. ¿Cómo podía la CIA no estar al corriente? O la Gran Recesión. ¿De verdad que a los banqueros, con lo imaginativos que son para cobrarnos por cualquier concepto, no se les ocurrió que las subprime podían colapsar?

Estas son cosas que la gente se pregunta y yo no digo que no hubiera una mano negra detrás de esos sucesos, pero no lo creo sinceramente. Y no lo creo porque las conspiraciones exigen un grado de planificación y coordinación que está al alcance de muy pocas organizaciones, por no decir ninguna.

La chapuza, por el contrario, es universal y omnipresente. En todas las empresas del planeta hay un ñapas que se baja a fumar cuando tenía que estar mirando el manómetro o que recibe un correo con un archivo ejecutable y lo abre para ver si ha heredado 60.000 euros de un pariente nigeriano del que no había oído hablar hasta ese instante.

La historia del progreso es una lucha titánica y desigual contra la chapuza. El mundo está lleno de incompetentes. No sé si habrán oído hablar del Not-Terribly-Good Club, algo así como el Club No Tan Fantástico, de Gran Bretaña. Lo fundó en 1976 un tal Stephen Pile. Para ser socio había que cumplir un único requisito: ser un piernas, un patán, un inútil. Las reuniones consistían en exhibiciones de torpeza en cualquier ámbito: la conversación, la cocina, el arte…

¿Y saben cómo acabó? Es muy significativo.

Stephen Pile decidió redactar El libro inacabado de los fracasos, un catálogo de la sandez que incluía la historia del peor turista (un sujeto que pasó dos días en Nueva York creyendo que era Roma) y del crucigramista más lento (34 años para completar uno)”. Por desgracia, la obra fue un bestseller, es decir, un fracaso como fracaso, y Pile fue invitado a abandonar el Club No Tan Fantástico, que, por otra parte, había recibido tal avalancha de solicitudes de ingreso que se hallaba en clara contravención de su objeto social de ensalzar la ineptitud y no tuvo más remedio que disolverse.

O sea, hay tantos idiotas repartidos por el planeta que, cuando los juntas, se aplastan entre ellos.

Pero peor todavía que la cantidad de idiotas es su modus operandi. El macroeconomista Carlo Maria Cipolla teorizó en un ensayo de 1988 titulado Allegro ma non troppo que “la persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe”. Su razonamiento es el siguiente. “El resultado de la acción de un malvado”, dice, “supone simplemente una transferencia de riqueza”. Cuando un ladrón le roba la cartera a su víctima, el dinero se limita a cambiar de manos y la sociedad en su conjunto no pierde ni gana.

Pero el estúpido ocasiona pérdidas sin obtener beneficio alguno. El estúpido no roba el dinero. Lo pierde, lo entierra en un sitio que luego no recuerda, lo arroja en una estufa encendida inadvertidamente y, por tanto, toda la sociedad se empobrece.

Cipolla atribuía la caída de Roma a una sobreabundancia de idiotas durante el Bajo Imperio y estaba convencido de que Occidente correría la misma suerte.

Esta predicción apocalíptica no se ha cumplido, sin embargo. ¿Por qué?

Es posible que la naturaleza haya desarrollado sus propios antídotos contra la estupidez. La web darwinawards.com recopila noticias sobre quienes “mejoran nuestra carga genética quitándose de en medio”, y no son pocas: el líder de una secta cristiana que murió tras resbalar sobre una pastilla de jabón mientras intentaba caminar sobre las aguas como Jesús, el camionero danés que se estrelló cuando daba caza a un pokemon, el contrabandista ucraniano que pretendía pasar material radioactivo por la frontera húngara pegándoselo al cuerpo con cinta aislante…

La naturaleza es sabia y, cuando la estupidez alcanza determinadas cotas, se autorregula destruyendo a su huésped.

Esta selección natural nos ha podido librar hasta ahora de la acción corrosiva de la chapuza, pero a medida que aumenta la complejidad de nuestros sistemas, también lo hace el daño potencial que puede infligirnos. Un incompetente provisto de un martillo es una amenaza manejable, pero la cosa cambia cuando le das una sierra mecánica, y no digamos ya si lo que tiene que gestionar es un arsenal nuclear.

Los camiones militares, los carros de combate, incluso los aviones de caza son maquinarias de guerra rudimentarias comparadas con los misiles atómicos. No solo son complejos y caros de desarrollar, sino peligrosos de almacenar y de usar. La historia de la Guerra Fría está alfombrada de accidentes, denominados en la jerga militar “flechas rotas”, como el que tuvo lugar en Arkansas en 1980, cuando a un operario se le cayó un enchufe con tan mala fortuna que perforó el tanque de combustible de un Titán y lo hizo estallar dentro del silo.

Michael Auslin, un experto en Asia contemporánea del Instituto Hoover de la Universidad de Stanford, calcula que entre 1950 y 1980 se registraron 32 de estas “flechas rotas”. La mayoría eran accidentes de aviación que acabaron con varias ojivas nucleares diseminadas por distintos puntos del planeta, como la playa de Quitapellejos en Palomares, Almería.

De momento, Corea del Norte no dispone de escuadrones de bombarderos, que son los más proclives a los incidentes, y aunque su tecnología es embrionaria, resulta improbable que el incendio del carburante de un cohete, que es el eslabón más débil de la cadena de mantenimiento, provoque la detonación de la carga atómica.

Pero si una sociedad democrática y transparente como la estadounidense, donde se abre una investigación exhaustiva cada vez que algo no funciona como es debido, no ha logrado erradicar los fallos, ¿qué cabe esperar del paranoico régimen norcoreano, donde cualquier error se considera un sabotaje del oficial al cargo? ¿Quién va a ser el guapo que le confiese a Kim Jong-un que tiene un problema con una bomba?

Y más peliagudo aún que la preservación del arsenal es el asunto de su uso. Cualquier protocolo nuclear consiste en un delicado equilibrio. Por un lado, hay que habilitar filtros para impedir que un gobernante active el lanzamiento en un momento de calentón, pero, por otro, todo el proceso debe ser lo suficientemente ágil como para que las armas estén listas cuando se las necesita.

En Estados Unidos está todo muy detallado. El presidente viaja siempre con un maletín nuclear en el que lleva una relación de vectores y posibles blancos, un manual con diferentes alternativas en función de las circunstancias y el libro de códigos. ¿Existe algo parecido en Corea del Norte? No tenemos ni idea.

¿Y de quién es la última palabra? No parece muy propio de Kim Jong-un confiar a un subordinado la decisión de responder a un ataque, pero alguien le habrá explicado que, si solo una persona puede pulsar el botón rojo, bastará con acabar con ella para neutralizar toda la capacidad nuclear del país. Así que seguramente haya varios oficiales autorizados a responder en caso de ataque, pero ¿qué harán si deben tomar decisiones de forma autónoma? La velocidad a la que viaja un bombardero estratégico no deja mucho margen para las consultas. Puede ser cuestión de minutos o incluso segundos.

Es una situación que conocemos bien por la Guerra Fría. Yo no sé si han oído hablar del llamado incidente del equinoccio de otoño. En la madrugada del 26 de septiembre de 1983, la red soviética de alerta temprana informó de que cinco misiles se dirigían hacia ellos desde Estados Unidos. Las relaciones entre Washington y Moscú atravesaban entonces momentos de enorme tensión. Tres semanas antes, las fuerzas soviéticas habían derribado un avión de pasajeros, el vuelo 007 de Korean Air, sobre la isla de Sajalín, matando a las 269 personas que viajaban a bordo, entre ellas varios estadounidenses. El Kremlin esperaba represalias y, en caso de producirse, había dado instrucciones a sus comandantes de que respondieran con un contraataque masivo, de conformidad con lo previsto por la doctrina de destrucción mutua asegurada.

El teniente coronel Stanislav Petrov era el oficial que coordinaba aquel 26 de septiembre de 1983 la defensa aeroespacial de la URSS. Los satélites habían localizado el lanzamiento en Montana, de modo que Petrov disponía de 20 minutos antes de activar la réplica, pero le extrañó que la agresión involucrara apenas cinco misiles. “Nadie empieza una guerra atómica con cinco misiles”, pensó. Lo lógico sería un diluvio de cientos de ellos, para anular cualquier reacción. Además, la alerta de los satélites no fue confirmada por los radares, de modo que decidió esperar.

Debió de ser un cuarto de hora interminable, pero tenía razón. Posteriormente se comprobó que el falso positivo se debía a una rara alineación del sol y las nubes, que había generado unas señales térmicas similares a las producidas por los cohetes. Petrov no podía saberlo en aquel instante, pero dudó y eso libró al mundo de la hecatombe.

Aunque la URSS de los 80 seguía siendo un régimen comunista, confería cierta autonomía a sus comandantes. Pero el régimen de Pyongyang es estaliniano y no es difícil imaginar al equivalente norcoreano de Petrov temblando delante de sus pantallas mientras decide si prefiere morir rápidamente desintegrado por un misil americano o algo más lentamente desmembrado por el Querido Líder.

En resumidas cuentas, las posibilidades de que algo salga mal son innumerables y, después de repasarlas, Michael Auslin llega a la paradójica conclusión de que hay que echar una mano a Corea del Norte. ¿Cómo?

Primero, estableciendo una línea de comunicación directa, un teléfono rojo como el que existía entre Washington y Moscú, para deshacer posibles malentendidos.

Y segundo, enseñando a Pyongyang cómo mantener de forma segura unos misiles destinados a vitrificar Nueva York o Washington.

Puede parecer una chapuza de solución, pero es que el mundo es así.

INTERREGNUM: Corea del Norte: ¿qué hacer? Fernando Delage

El sexto ensayo nuclear norcoreano el pasado 2 de septiembre y el lanzamiento, dos días después, de un misil balístico sobre el espacio aéreo japonés representa una grave escalada de tensión en el noreste asiático.

Pyongyang continúa avanzando en el desarrollo de su arsenal, a un ritmo que sorprende incluso a los expertos. Al mismo tiempo, pone a prueba la confianza de Tokio y Seúl en su aliado norteamericano. Contar con un instrumento de disuasión frente a Washington, y reforzar internamente su régimen, es la principal motivación del programa nuclear de Corea del Norte. Pero Kim Jong-un sabe que la mejor manera de debilitar la posición norteamericana es minando sus alianzas. Por esa razón no se entiende el camino seguido por Trump, que está—mediante sus declaraciones—provocando el mismo resultado.

Cada tweet del presidente de Estados Unidos elevando el tono de amenaza no hace sino provocar una nueva acción norcoreana: como bien conoce Pyongyang, Washington carece de opciones militares políticamente viables. Corea del Norte actúa por lo demás en un transformado entorno regional, como consecuencia en particular del ascenso estratégico de la República Popular China y de sus claras intenciones revisionistas. De estas circunstancias se derivan dos hechos rotundos.

Si la crisis en la península no puede separarse de la dinámica de cambio geopolítico en Asia, ¿puede tener éxito una política norteamericana que no identifique sus opciones con respecto al problema en el marco más amplio de un nuevo concepto estratégico regional? Pekín, como es lógico en función de sus intereses, no está ejerciendo sobre Pyongyang la presión que Trump esperaba. Pero Washington no puede formular su política hacia la península sin definir primero qué espacio está dispuesto a conceder a China en el emergente orden de la región. (Si no está dispuesto a cederle ninguno, nos encaminamos entonces hacia un choque de mayores dimensiones). Estrechamente relacionado con esta cuestión hay un segundo imperativo central: ¿de verdad espera la Administración Trump gestionar el problema sin Tokio y Seúl?

Lejos de coordinar posiciones con Japón y Corea del Sur, el presidente norteamericano no ha dudado en criticar a Seúl, obligando a los gobiernos japonés y surcoreano a depender en creciente medida de sus propios medios, lo que les acerca a la opción nuclear. Ésta es una pesadilla que China intentará prevenir, pero que el propio Trump sugirió durante la campaña electoral el pasado año.

Washington actúa como si pudiera imponer sus objetivos sin tener en cuenta un contexto que va más allá de sus problemas bilaterales con Pyongyang. Sin contar con una doctrina estratégica. Sin cubrir aún, tras nueve meses de presidencia, los puestos clave sobre Asia en los departamentos de Estado y de Defensa, o embajadas decisivas en la región. Sin recordar, aparentemente, otros fracasos norteamericanos en esta parte del mundo, cuya causa fundamental fue la de intentar resolver un problema de manera aislada y desconectada de las variables de su entorno.

Irán juega sus cartas. JulioTrujillo

Aunque a pasos torpones y erráticos, Trump va definiendo una nueva estrategia exterior norteamericana que está ya teniendo consecuencias en el realineamiento de algunos países y el dibujo de algunos escenarios diferentes.  A pesar de que, con los viejos tópicos, los adversarios de siempre y los intelectuales “comprometidos” emiten sus dictados anti Trump desde sus brillantes columnas de viejos periódicos o de sus despachos universitarios, y subrayan los detalles atrabiliarios del presidente de EE.UU. por encima de sus decisiones profundas, éstas van cambiando algunas cosas. Y todas estas cosas están introduciendo cada día elementos nuevos en el escenario que va desde el Mediterráneo al Pacífico donde están, hoy, los mayores puntos de inestabilidad y de riesgo para la seguridad internacional.

Una de las últimas decisiones, la de imponer nuevas sanciones a Irán, corregir algunas de las concesiones de Obama y la Unión Europea y alertar de las continuas amenazas iraníes de completar el trabajo de Hitler y acabar con los judíos y, por supuesto, con Israel, ha obligado a Teherán a mover piezas.

Irán está, en estos momentos, combatiendo militar y políticamente en dos frentes importantes y varios accesorios. Por una parte, Teherán tiene fuerzas en Siria, donde combate junto a Hizbullah, las tropas de Bashar el Asad y los rusos contra la nebulosa de grupos de la oposición, que van desde el Daesh, contra el que oficialmente están todos, hasta grupos kurdos apoyados por Europa y Estados Unidos sin olvidar varias milicias coordinadas por Al Qaeda o con intereses independientes que se suman de manera oportunista a quienes les convenga en cada situación.

Mientras tanto, expertos y asesores iraníes combaten en Yemen, junto a los chiitas hutíes, contra los sunnitas locales apoyados por una coalición de Arabía Saudí, Egipto y países del Golfo. Teherán, donde el sector menos radical de la teocracia acaba de verse reforzados en las elecciones, confiaba en que un acercamiento entre Estados Unidos y Rusia respecto a Siria olvidara aumentar la presión sobre Irán. Pero Trump no ha cerrado acuerdos con Putin y ha recuperado la desconfianza oficial hacia los planes iraníes de seguir desarrollando armas nucleares y ha aprobado nuevas sanciones.

En ese escenario, Teherán ha realizado varios movimientos rápidos los últimos días: ha enviado una delegación a Corea del Norte, ha intensificado su ofensiva diplomática en América Latina y ha declarado que “todas las opciones están sobre la mesa si Estados Unidos rompe el tratado firmado” con el régimen de los ayatolláhs. Esta nueva situación fortalece, paradójicamente, el discurso y los intereses de Rusia y sobre esta base, Putin va a basar sus propuestas de gran acuerdo con Estados Unidos.

Península coreana: una bomba en cuenta regresiva. Nieves C. Pérez Rodríguez

El segundo misil de largo alcance lanzado por los norcoreanos el pasado viernes 28 de julio, ratifica la capacidad que tienen de atacar a los Estados Unidos en su propio territorio. A diferencia de lo que hemos escrito en previas publicaciones, en esta ocasión hay expertos que sostienen que Corea del Norte podría tener capacidad de llegar con un misil a la ciudad de Washington o Nueva York, lo que pone en alerta roja la tensa calma en la que hemos vivido en las pasadas décadas, a la vez que desmonta las teorías que preveían que Pyongyang en un plazo de unos 2 años podría ser capaz de poner un misil en Hawai e incluso en California.

En el marco de esta gran tensión, los medios internacionales se hacían eco de la grave situación con interrogantes como la planteada por el Sydney Morning Herald: ¿hasta qué punto están preparadas están las ciudades estadounidenses para un ataque nuclear? O la afirmación del Washington Post “el sentido del tiempo se agota en la confrontación con Pyongyang”. A pesar de los cambios de inquilinos de la Casa Blanca, su posición oficial ha sido parecida en relación a Pyongyang en los últimos 70 años, sin embargo, la situación nunca había sido tan peligrosa, y mucho menos Estados Unidos se había encontrado en tal vulnerabilidad.

Johanna Maska, experta en Marketing y que trabajó para Obama durante más de 8 años, primero en la campaña electoral y luego desde la Casa Blanca como la directora de prensa del presidente, considera que Obama dedicó gran parte de su tiempo a la región de Asia Pacífico. 4Asia tuvo ocasión de conversar con ella, que personalmente organizó visitas oficiales a Singapur, Tailandia, Corea del Sur, Camboya, Birmania, Indonesia, Malasia, Filipinas, Japón, China, Australia, e India. Y, en su opinión, todas esas visitas tuvieron como fin liderar conversaciones sobre paz, seguridad y prosperidad económica.

Maska enfatiza la diferencia entre Obama y Trump y la prioridad del primero por liderar junto con los países asiáticos un esfuerzo diplomático para hacer un trabajo en conjunto y manejar la grave situación de Corea del Norte. Mientras que, hasta ahora, ella considera que Trump dedica mucho tiempo a twittear pero muy poco esfuerzo en generar compromisos diplomáticos regionales.

En sus propias palabras “el escenario actual es mucho más propenso a conseguir el establecimiento de compromisos en el Pacífico, que en el momento en el que Obama era presidente. Hoy es evidente el avance y la determinación de Kim Jong-un. No en vano presume de capacidad armamentista, y no es un mito que está dispuesto a hacer uso de su arsenal. Es tiempo de que Trump haga algo más que escribir unos 140 caracteres en sus respuestas en twitter y se dedique a gestionar esta grave situación”.

Suma y sigue, una historia de ciegos. Julio Trujillo

Un paso más hacia… lo mismo. Corea del Norte ha lanzado otro misil hacia el mar territorial del Japón, Estados Unidos ha activado sus defensas en todo el Pacífico y ha alertado de manera especial sus sistemas de alerta y respuestas en las islas Aleutianas y Alaska, el presidente Trump ha recordado a China su deber de contener a la dictadura norcoreana, Pekín ha requerido la retirada del escudo antimisiles de Estados Unidos en Corea del Sur y Japón ha vuelto a reclamar una acción internacional mientras prosigue su discreto pero decidido rearme naval.

En este escenario de empate infinito, pero de riesgo creciente, ya que tanto las acciones del dictador norcoreano como las del atrabiliario presidente Trump parecen inspiradas por los impulsos coyunturales, Europa sigue ausente, sin perfil, perdida en sus laberintos. Recuerda aquella frase del general Colin Powell cuando afirmaba que ante cada crisis de seguridad del planeta, cuando Estados Unidos alertaba a sus fuerzas de seguridad y usaba sus armas, Europa elaborada un comunicado de condena. Esta sistemática colocación de perfil para no salir del todo en la foto refleja, y eso no sería lo más grave, no sólo la tradicional tendencia a rehuir todos los enfrentamientos hasta que el enemigo llama a la puerta, sino la ausencia de criterios. Europa, la Unión Europea, no dice nada, y eso sí que es lo grave, porque no sabe qué decir, no tiene una concepción estratégica del conflicto, ni qué consecuencias puede tener para Europa ni cómo los acontecimientos pueden ser un riesgo o una oportunidad. Nada de eso, Europa es como los delincuentes oportunistas que esperan los acontecimientos y se prepara para ver qué puede rebañar en medio de la tormenta.

Estados Unidos tiene una estrategia. Existe más allá de Trump, aunque éste la gestione desde el impulso, la ignorancia y una vuelta al proteccionismo, por encima de la opinión de algunos de sus asesores. Pero Europa, que quiere aparentar una unidad de acción por encima de los intereses nacionales de sus componentes, encuentra en la inacción la manera de correr riesgos de desunión. En China, como en Libia o en Oriente Próximo, la princesa no decide, sólo se sonroja, da largas e intenta contentar a todos los pretendientes.

¿Qué tiene en la cabeza ese niño gordito y loco? Miguel Ors.

El Brillante Camarada Kim Jong-un celebró el 4 de julio, la fiesta nacional de Estados Unidos, con sus propios fuegos artificiales: un misil de carga nuclear capaz de alcanzar Alaska. “La probabilidad de un conflicto catastrófico es demasiado alta como para que nadie se sienta cómodo”, comenta Zack Beauchamp en Vox. Como han hecho las dictaduras toda la vida, Corea del Norte busca un enemigo externo cuando pierde adhesión interna y, dada su acreditada ineptitud, esto sucede bastante a menudo.

El hecho de que disponga de un arsenal atómico hace extremadamente peligrosa esta dinámica. No se trata solo de que un día se le vaya la cabeza a ese “niño gordito y loco”, como llama John McCain a Kim. Sus provocaciones también podrían dar lugar a una respuesta mal medida por parte del temperamental Donald Trump o de la vecina Seúl, donde incluso han considerado la posibilidad de un magnicidio. “Jeffrey Lewis, director del Programa de No Proliferación de Extremo Oriente”, escribe Beauchamp, “piensa que matar a Kim es una opción real […] principalmente para atajar de raíz una posible agresión nuclear”.

Sería, sin embargo, una lástima, porque, a diferencia de su abuelo y de su padre, Kim no es un caso (totalmente) perdido.

En mayo del año pasado, el Brillante Camarada aprovechó el Congreso del Partido de los Trabajadores de Corea del Norte para consagrar la doctrina byungjin o del “desarrollo paralelo”. Por un lado, refuerza el programa armamentístico. “En la reforma constitucional de 2012”, explicaba el investigador principal del Real Instituto Elcano Mario Esteban, “[el país] se presentaba como potencia nuclear”, pero sin especificar si ello implicaba o no la posesión de una bomba atómica. La “línea byungjin reconoce explícitamente este punto” y deshace cualquier ambigüedad.

Esta no es una buena noticia y se interpretó en su día como un peldaño más de la escalera que conduce al holocausto. Pero mientras Kim alimenta con el brazo militar su imagen de guardián del régimen, con el brazo civil desmantela la herencia económica. Porque el otro eje del “desarrollo paralelo” es la liberalización del aparato productivo. “Comienzan a atisbarse”, escribía Esteban, “algunas similitudes” con la transformación iniciada en China hace 30 años, como la privatización parcial del campo, donde ahora “se garantiza a los agricultores un porcentaje de la cosecha que obtienen”.

Bryan Harris afirma directamente en el Financial Times que “Corea del Norte ha pasado de un socialismo férreamente controlado a un modelo básicamente de mercado”. Aunque las estadísticas disponibles son poco fiables (el Instituto de Investigación Hyundai estima que en 2015 la renta per cápita norcoreana creció el 9% y el Banco Central de Seúl, que cayó un 1%), los expertos que viajan con frecuencia a Pionyang coinciden en que “el cambio salta a la vista”. Ha surgido una clase adinerada llamada donju que exhibe su poderío en los cada vez más numerosos restaurantes y comercios. “Según una encuesta realizada a más de 1.000 desertores”, escribe Harris, “el 85% de la población se abastece ahora de alimentos en los mercados y únicamente un 6% depende ya de las cartillas de racionamiento”.

El problema de esta estrategia bífida es que es inconsistente. Si Kim quiere un crecimiento sostenible como el que han experimentado otros tigres asiáticos, necesita captar masivamente capitales y exportar aún más masivamente, y difícilmente lo logrará lanzando cohetes. En algún momento tendrá que elegir entre ser una potencia nuclear o convertirse en un miembro respetable de la comunidad internacional. ¿Y qué hará?

Nos encantaría decirles que ensayos como el del 4 de julio son una mera pantalla tras la que se oculta un astuto plan de transición a la normalidad, pero lo cierto es que el único que lo sabe hoy por hoy es ese niño gordito y loco.

El deterioro de relaciones entre Washington y Pyongyang se agudiza. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- Otto Warmbier es un buen ejemplo del extremismo que impera en Corea del Norte. Condenar a un joven universitario a 15 meses de trabajos forzados por intentar robar un póster de propaganda del régimen norcoreano es todo un símbolo. Y la gran incógnita que nos deja es cual fue la razón que lo llevó a un coma en el que vivió durante un año y que tras su liberación le produjo su fallecimiento. Esta defunción pone en un punto mayor de tensión, si cabe, las frágiles relaciones entre Washington y Pyongyang. ¿Y ahora qué?

Está claro que todos los intentos de Washington por evitar que Corea del Norte se hiciera con armas nucleares han fracasado. Mucho antes de que Pyongyang comenzara su carrera armamentística, Estados Unidos intentó sin ningún éxito evitarlo. Han sido distintas las maniobras para neutralizar la dinastía Kim con sanciones, ejercicios militares, presión externa, y más reciente el intento del presidente Trump de una maniobra novedosa de acercamiento a China, a pesar de la larga lista de calificativos negativos que usó durante la campaña en su contra Pekín. Trump apostó por pedirle a Xi Jinping directamente que intercediera en la tensa situación entre Estados Unidos y Corea del Norte. Y esta semana pasada, justo después de que fuera anunciada la muerte del estudiante, Trump publicó a través de un twitter que al menos sabe que China lo intentó. Sin embargo, no funcionó.

Mientras tanto, en el otro lado del Pacífico se llevaron a cabo maniobras aéreas de mano de los japoneses en cooperación con los estadounidenses a pocas horas de conocerse la noticia de la muerte de Warmbier. Al respecto, el medio oficial del régimen de la dinastía Kim dedica un par de editoriales en los que advierten a Japón de que podrían convertirse en su objetivo, además de recordarle a Corea del Sur que seguir a Trump los llevará a un desastre.

En medio de esta grave situación de dimes y diretes, la Administración estadounidense está intentando tomar el control de la situación. El pasado miércoles, en otro intento diplomático, se llevó a cabo en Washington una reunión de alto nivel entre funcionarios estadounidenses y chinos en la que el Secretario de Estado, Rex Tillerson, recordó a China “que tienen una responsabilidad diplomática de ejercer mayor presión económica y política al régimen de Kim Jon-un, para prevenir una escalada de violencia en la región”. Mientras, el Secretario de Defensa, James Mattis, afirmaba que los Estados Unidos seguirán tomando las medidas necesarias para defenderse y defender a sus aliados. Todo apunta a que aumentarán su presencia militar en la región y que la Administración Trump continuará presionando para conseguir que sean impuestas más sanciones a la dinastía Kim, a la vez que Tillerson terminaba el encuentro anunciando que Trump visitara a China en el transcurso de este año, como quien quiere ofrecer un premio con el que ejercer coerción diplomática.

De acuedo con David Sanger y William Broad, periodistas del New York Times, Estados Unidos está jugando un papel clave en el gran número de misiles fallidos de Corea del Norte, que explotan en el aire, que se desintegran o acaban en el mar. Hace tres años Obama ordenó intensificar los ataques electrónicos a Corea del Norte. El 88% de los lanzamientos de sus misiles han fallado, por lo que afirman que es parte del sabotaje de los estadounidenses a los programas cibernéticos al régimen de Pyongyang.

Sin embargo, reconocen que hay un grupo de expertos que se muestran escépticos con esta teoría y que explican que el margen de error puede deberse a problemas técnicos y/o de manufactura. Advierten que la prueba de que no estarían manipulados por Washington está en que en los últimos meses los coreanos del norte han lanzado 3 misiles de mediano alcance con éxito.

En lo que sí coinciden casi todos los expertos es en que Pyongyang tendrá un misil nuclear antes de que el presidente Trump termine su periodo presidencial. Y a esa amenaza Washington ha respondido aumentando sus radares de alerta temprana en las principales bases militares del país. Solo en la costa oeste, la más vulnerable a un posible ataque norcoreano, se han instalado 36 interceptores capaces de neutralizar misiles en vuelo. Paralelamente a los intentos diplomáticos y pacíficos se ha conocido que la Casa Blanca está valorando un ataque a Corea del Norte, en el que se pretendería erradicar el régimen cuyo tercer heredero ha potenciado drásticamente su carrera armamentística.

Las dudas no son pocas. Sólo la geografía de Corea del Norte es un gran obstáculo por su complejidad montañosa, además de la dificultad de acabar con el presidente norcoreano, pues Kim Jong-un, como todos los dictadores de su horma, está muy obsesionado con cambiar permanentemente de ubicación.

Esperemos que ante esta posible y drástica amenaza China reaccione con inteligencia y ponga a Kim Jong-un entre la espada y la pared. China cuenta con los mecanismos pra hacerlo, las caudalosas cuentas de las figuras del régimen están en sus bancos, así como el origen de la mayoría de las importaciones que salen de China a Corea del Norte. Esperemos, en fin, que la cordura sea el timón de este barco que cada día está más a la deriva y con rumbo muy negro.

Corea del Norte sube el precio. Julio Trujillo

El lanzamiento de un nuevo misil, ahora con éxito, desde Corea del Norte, en su carrera por demostrar que están en situación de atacar las bases norteamericanas en Japón y en la zona es, básicamente, una subida del precio para aceptar un enfriamiento de la tensión regional. En un escenario en que las presiones de adversarios, como EEUU y Japón (además de Corea del Sur), y amigos como China, están aumentando las presiones, y en el que las elecciones en Corea del Sur han situado en la presidencia a un dirigente un poco menos duro con Pyongyang, los dirigentes norcoreanos entienden que subir un poco la agresividad y la provocación aumentando controladamente el riesgo es una buena apuesta.

En ese contexto ha irrumpido Rusia de manera pública criticando la acción norcoreana y, a la vez, recordando a EEUU que no hay otra alternativa que negociar, es decir, Moscú reforzando la pretensión norcoreana de conseguir ayuda financiera y ventajas a cambio de no desencadenar el terror. Es una vieja teoría no siempre oportuna y no exenta de riesgos.

Sin analizar aún todas las características técnicas del nuevo misil, del que EEUU dice que es un avance más y que, antes o después Corea del Norte conseguirá armas que podrían llegar a las costas norteamericanas del Pacífico, la realidad es que los tiempos para conseguir una contención efectiva van pasando y en un clima de tensión los riesgos se multiplican.

No es fácil tomar decisiones con garantías de efectividad; hay que recurrir a la experiencia, a la opinión de otras potencias con sus propios intereses y esperar en la otra parte una racionalidad que tampoco está garantizada. Pero esas son las cartas con las que hay que jugar esta partida.

INTERREGNUM: Cacofonía norcoreana

Mientras Kim Jong Un aprovechaba el 105 aniversario del nacimiento de su abuelo—el “presidente eterno” de Corea del Norte, Kim Il Sung—para mostrar al mundo sus capacidades militares y amenazar a Estados Unidos, Trump siguió desconcertando a los observadores. Responder a las bravuconadas de Kim mediante el envío de un portaaviones que en realidad iba camino de Australia no contribuye a su credibilidad. Pero más llamativas resultan sus declaraciones sobre el juego diplomático que dice haber puesto en marcha con Pekín.

Trump aseguró que si China no presionaba a Pyongyang, actuaría por su cuenta. Es posible, sin embargo, que, durante su encuentro en Florida a principios de este mes, el presidente Xi Jinping le convenciera de lo inviable de toda solución unilateral. Afirmar que “todas las opciones están encima de la mesa” carece pues de valor cuando Trump sólo puede gestionar—que no resolver—la crisis norcoreana con la ayuda de Pekín. Su tweet indicando, por otra parte, que no acusará a China de manipular su moneda por la colaboración que ésta va a prestar con respecto a Corea del Norte, como si tal quid pro quo fuera posible, refleja un notable desconocimiento de los intereses estratégicos chinos.

Pekín comparte el objetivo de una península desnuclearizada y la urgencia de mitigar la escalada de tensión. Pero Corea del Norte representa un útil instrumento de negociación en su relación con Estados Unidos al que no va a renunciar (especialmente si aspira a conseguir el visto bueno de Washington a su creciente control del mar de China Meridional). Por lo demás, según contó Trump en otro tweet, Xi le explicó que Corea perteneció a China en otros tiempos: una revelación que—pese a la indignación que ha provocado en Seúl—confirmaría la ambición de Pekín de rehacer un orden sinocéntrico en Asia, como el que existió hasta la irrupción de Occidente a mediados del siglo XIX. La contradicción que esto supone con su tweet anterior quizá se le haya escapado al presidente. Lo relevante, en cualquier caso, es que—en la actual dinámica de redistribución de poder—las amenazas vacías de Washington debilitan la confianza de sus aliados, y facilitan de ese modo la reconfiguración de la estructura regional de seguridad deseada por Pekín.

Un escenario bélico parece descartable por sus consecuencias, pero el tiempo juega a favor del desarrollo del arsenal nuclear norcoreano; una perspectiva que también inquieta a China aunque la garantía de seguridad que quiere Pyongyang sólo se la puede dar Estados Unidos. Ante la innegable gravedad del problema se requiere mayor creatividad, una mejor comprensión de los objetivos chinos a largo plazo y, quizá, mayor discreción. Silenciar la cuenta de tuiter del presidente no perjudicará a la diplomacia norteamericana.