INTERREGNUM: Revisionistas en Samarkanda. Fernando Delage

La cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) celebrada en Samarkanda la semana pasada, la primera con carácter presencial desde 2019, confirmó la creciente soledad del presidente ruso, Vladimir Putin. Coincidiendo con la contraofensiva ucraniana de los últimos días, Putin tampoco logró la muestra de solidaridad diplomática que esperaba de China e India. Su encuentro con el presidente Xi Jinping, el primero desde que se vieron en febrero—sólo un par de semanas antes de la invasión de Ucrania—, fue de hecho el principal motivo que atrajo la atención internacional hacia este oscuro foro multilateral. Pero los dos líderes han hablado con frecuencia estos meses, y ya habían quedado claros los límites del apoyo de Pekín a Moscú. La cumbre ha servido más bien para hacer visible el aumento de la influencia china a costa de Rusia, así como el giro geopolítico que se ha producido en Asia central.

Los efectos de la agresión rusa se siguen acumulando. En una quiebra sin precedente del protocolo diplomático—impensable antes de la guerra—, por ejemplo, Xi fue recibido al aterrizar en Samarkanda por el presidente uzbeko, Shavkat Mirziyoyev, mientras que Putin tuvo que contentarse con que le diera la bienvenida el primer ministro, Abdulla Oripov. Mayor alcance tuvo la visita previa de Xi a Kazajstán. Como es sabido, su presidente, Kassym-Jomart Tokayev, ha rechazado los argumentos rusos sobre su intervención militar, y no ha reconocido a las repúblicas separatistas del Donbás. No es casualidad que Xi eligiera Kazajstán como destino de su primer viaje al extranjero desde enero de 2020, y allí se comprometió con “la salvaguardia de su soberanía e integridad territorial”, y se manifestó “firmemente contra la interferencia de cualquier país en sus asuntos internos”. Sus comentarios sólo pueden entenderse en referencia a las recientes declaraciones de políticos rusos—incluyendo al expresidente Dmitri Medvedev—que ponen en duda el derecho de Kazajstán a su independencia.

Las dificultades de Moscú en Ucrania no sólo están debilitando su tradicional peso en la región, sino que las repúblicas centroasiáticas acuden a China como el socio que mejor les permite sortear las consecuencias de la crisis económica en Rusia. La República Popular aprovecha esta oportunidad para avanzar así en la construcción de un bloque antioccidental, en el que Moscú no ocupará el papel protagonista deseado por Putin. Con todo, un objetivo más inmediato para Pekín está relacionado con su seguridad nacional. Además de hacer frente a los grupos separatistas en Xinjiang, el crecimiento económico y el desarrollo de infraestructuras de interconexión en Asia central es un imperativo para minimizar su vulnerabilidad en el Asia marítima—especialmente en caso de conflicto con Estados Unidos—, y Xi observa con preocupación cómo el conflicto en Ucrania puede complicar la ejecución de la nueva Ruta de la Seda.

Que la debilidad rusa haya inclinado el equilibrio en la relación bilateral y en el seno de la OCS hacia China no debe ocultar, sin embargo, la relevancia de este grupo al que, en Samarkanda, se unió además Irán de manera oficial. Los miembros de la OCS representan un tercio del PIB global, el 40 por cien de la población mundial, y las dos terceras partes del territorio euroasiático. Sólo uno, India, es una democracia. Por su escala y ambiciones revisionistas—la declaración final de la cumbre es todo un alegato contra el “hegemonismo” occidental—, el bloque merece mucha mayor atención, especialmente al confirmarse como uno de los instrumentos a través de los cuales China busca consolidar su liderazgo de Eurasia.

INTERREGNUM: Cumbres paralelas. Fernando Delage

Mientras Estados Unidos se enfrenta simultáneamente a China, México e Irán, el mundo emergente euroasiático vive un periodo de notable actividad diplomática, tanto en el frente bilateral como en el multilateral. En el centro de esos movimientos, como cabía esperar, se encuentra una China proactiva, resuelta a no quedarse de brazos cruzados frente a las presiones de Washington.

La semana pasada se celebró la cumbre anual de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) en Bishkek (Kirguistán), y la cuatrianual de la Conferencia sobre Interacción y Medidas de Construcción de Confianza (CICA) en Dushanbe (Tajikistán). Ambos foros ilustran la gradual institucionalización de Eurasia como espacio geopolítico, un objetivo perseguido en particular por los dos principales miembros de ambos procesos multilaterales: China y Rusia.

No casualmente, sus líderes mantuvieron una reunión días antes de la doble cumbre, en la que adoptaron dos documentos reveladores de hasta qué punto la política de Trump está reforzando el acercamiento de Pekín y Moscú. Vladimir Putin y Xi Jinping firmaron un comunicado conjunto con el título “Reforzar la estabilidad estratégica global en la era contemporánea”, y otro enfocado al desarrollo de su asociación estratégica bilateral, por los que se comprometen a sumar a otros países en su esfuerzo dirigido a “proteger el orden mundial y el sistema internacional sobre la base de los objetivos y principios de la Carta de las Naciones Unidas”.

En Bishkek, Xi celebró un encuentro paralelo con el primer ministro indio, el primero entre ambos desde la reelección de Narendra Modi. Si sus fronteras septentrionales las tiene Pekín protegidas mediante su entente con Moscú, su proyección hacia Asia meridional ha sido objeto de una sutil corrección en las últimas semanas. Empeñada en evitar la hostilidad de India hacia la iniciativa de la Ruta de la Seda (BRI) y hacia su cuasialianza con Pakistán, desde abril China está lanzando nuevos mensajes a Delhi. Si la República Popular ofrece la transparencia financiera en sus proyectos que reclama India, así como su la neutralidad con respecto a los problemas territoriales indios-paquistaníes, se eliminarían buena parte de las suspicacias indias, facilitando la consolidación de la asociación bilateral que Xi y Modi declararon querer impulsar tras la cumbre que mantuvieron en Wuhan en abril del pasado año. Círculos diplomáticos hablan incluso de la posibilidad de estructurar un diálogo 2+2—es decir, con la participación de los ministros de Asuntos Exteriores y de Defensa—, lo que supondría un innegable salto cualitativo en su relación.

El viaje del primer ministro japonés, Shinzo Abe, a Irán—tercer grande continental euroasiático, y próximo a incorporarse como miembro de pleno derecho de la OCS—tampoco fue ajeno a esta semana de iniciativas diplomáticas, todas ellas indicadoras del mundo post-occidental en formación. (Foto: Judit Ruiz)