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INTERREGNUM: Alemania y el desafío chino de la UE. Fernando Delage

Sólo días después de confirmarse su tercer mandato como secretario general del Partido Comunista Chino, Xi recibe esta semana en Pekín al canciller alemán, Olaf Scholz. Se trata de la primera visita de un líder del G7 a la República Popular desde el comienzo de la pandemia, y se produce en un momento de grave deterioro de las relaciones entre China y Occidente. Es un viaje polémico, que cuenta con la oposición de miembros de su propio gobierno, así como con el desconcierto de la Unión Europea cuando trata de actualizar su estrategia hacia el gigante asiático.

La propia posición de Scholz resulta confusa. Quiere mantener la misma política de su antecesora, Angela Markel, a favor de una relación económica más estrecha con Pekín, pero adoptando al mismo tiempo una posición más crítica por el apoyo chino a Rusia en la guerra de Ucrania y por la situación de los derechos humanos en el país. Dice estar en contra de los esfuerzos norteamericanos dirigidos a reducir los vínculos comerciales con China, pero advierte al mismo tiempo a las empresas alemanas que deberían evitar su dependencia de las cadenas de valor de un solo país.

Pese a reconocer Berlín el error de la política mantenida hacia Rusia durante más de cuarenta años, parece como si no quisiera aplicar sus lecciones a China. El reciente visto bueno por parte de Sholtz a la compra por la china COSCO del 25 por cien de una terminal en el puerto de Hamburgo, el más importante de Alemania y el tercero de Europa, ha causado sorpresa. Es sabido que la decisión del canciller no contaba con el acuerdo de los ministerios de Asuntos Exteriores y de Economía—ambos en manos de los Verdes—, ni tampoco respetaba las recomendaciones de la inteligencia nacional. La administración alemana se encuentra, además, dando forma final a una nueva estrategia de seguridad nacional, cuyo anuncio está previsto para comienzos de año, y en la que las relaciones con Pekín serán objeto de especial atención.

La visita de Sholtz a un Xi que, además de imponer a China una dirección cada vez más autoritaria, describe a las potencias occidentales como rivales, ha sido acogida con una nada disimulada reserva por parte de Washington. Pero también por Bruselas. En el último Consejo Europeo (20-21 octubre), los líderes de la Unión mantuvieron una discusión estratégica sobre China con el fin de renovar su posición. Aunque no hay un consenso al respecto, la triple definición de la República Popular hecha por los 27 en 2019—socio comercial con el que se coopera sobre asuntos globales, competidor económico y tecnológico, y rival sistémico—no parece ajustada después de la guerra de Ucrania: la balanza se inclina más hacia la competición y la rivalidad que hacia la cooperación. Los Estados bálticos defienden una actitud más beligerante, mientras que otros—como Hungría—quieren ante todo seguir beneficiándose de las inversiones chinas. Francia trata de navegar entre los dos extremos. Berlín dice querer compatibilizar ambas cosas, pero la realidad es que siguen primando los intereses económicos, quizá por la comprensible presión de sus empresarios: en veinte años, las ventas a China han pasado del uno por cien de las exportaciones alemanas a cerca del ocho por cien. Para fabricantes de automóviles como Volkswagen o BMW, el mercado chino representa la mitad de su facturación.

El problema es que, al jugar al solitario con Pekín, Berlín impide la adopción de una política europea como bloque. Desde Bruselas—que también se manifestó en contra de la venta de la terminal del puerto de Hamburgo—no se entiende una posición que no sólo no corregirá sino que incrementará por el contrario la dependencia alemana de China. Esta última podrá concluir al mismo tiempo que su política de presión funciona, al ver cómo consigue dividir a los Estados miembros. Y, aunque por sí sola represente cerca de la mitad de los intercambios entre China y el Viejo Continente, Alemania se encontrará aislada frente a sus socios en una etapa de redefinición del proyecto europeo.

INTERREGNUM: Exaltación de Xi. Fernando Delage

Con la celebración del Día Nacional el 1 de octubre, comenzó en China un período de exaltación de Xi Jinping que se extenderá hasta la confirmación de su nombramiento para un tercer mandato como secretario general por parte del XX Congreso del Partido Comunista, cónclave que arrancará el día 16 para concluir una semana más tarde. Habrá que esperar, por otro lado, hasta la reunión de la Asamblea Popular Nacional en marzo del año próximo para que reciba igualmente la prolongación de su mandato como presidente de la República Popular.

Ausente de la vida pública desde su regreso de la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai celebrada en Samarkanda el 15 de septiembre, Xi reapareció el martes pasado, cuando—junto a los seis restantes miembros del Comité Permanente del Politburó—, inauguró una exposición sobre los logros de su primera década en el poder. Para varios de sus acompañantes fue uno de sus últimos actos en el cargo. El Congreso renovará la composición del Comité Central, y por tanto del Politburó y su Comité Permanente, en lo que será la indicación más clara del poder de Xi. Por razones de edad (haber cumplido 68 años) dos miembros del Comité Permanente serán sustituidos, pero se especula tanto sobre la posibilidad de la reducción del órgano a cinco dirigentes (a lo largo de la historia de la República Popular su composición ha oscilado entre cinco y nueve miembros), como por bajar la edad límite a 67, lo que significaría la retirada de otros tres miembros actuales, incluido el primer ministro, Li Keqiang.

Puede ocurrir, por tanto, que permanezca Xi como único líder de la quinta generación de dirigentes (después de las encabezadas por Mao Tse-tung, Deng Xaioping, Jiang Zemin y Hu Jintao). Pero si se mantiene en el poder, como parece previsible, hasta el XXII Congreso en 2032, tampoco su sucesor se encontrará entre quienes se incorporen en esta ocasión a los órganos de dirección. Se producirá un salto directo a la séptima generación, representada por líderes nacidos en la década de los setenta y que aún no han escalado en la jerarquía de la organización más allá del puesto de viceministros. La renovación de las elites del Partido es la principal función del Congreso, que también se espere nombre a Xi presidente del mismo—es un título que sólo ocupó Mao Zedong con anterioridad, y que realmente poco añade a su poder personal—, y que refuerce en los estatutos su doctrina política (oficialmente, el “Pensamiento de Xi Jinping sobre Socialismo con Características Chinas para la Nueva Era” ) como fuente de autoridad.

Si se confirma, la marcha de Li certificaría que Xi se ha impuesto sobre todas las facciones internas (las Juventudes Comunistas, grupo del que proceden tanto Li como el anterior secretario general, Hu Jintao, ha sido virtualmente neutralizado por el actual presidente), pero crea también nuevos interrogantes sobre el futuro curso económico de la nación, competencia tradicional de los primeros ministros. Leal al Partido, Li ha silenciado su oposición a la política de covid-cero, una de las causas de los negativos indicadores económicos registrados por el país.

Esa política, sumada a las crecientes dificultades del sector inmobiliario, pueden conducir—según las estimaciones del Banco Mundial—a un crecimiento de apenas el 2,8 por cien en 2022 (frente al 8,1 por cien del año anterior). De confirmarse, por primera vez desde 1990 China registrará un crecimiento inferior al del resto de Asia (que será de un 5,3 por cien, duplicando el 2,6 por cien de 2021). Es una cifra que se aleja del 5,5 por cien de aumento del PIB que el gobierno se había fijado oficialmente como objetivo, y que suponía el menor índice de crecimiento anual en tres décadas. Las perspectivas han empeorado no obstante en los últimos meses.

Todo apunta a que esta pérdida de dinamismo económico es reflejo de problemas estructurales, difíciles de corregir mediante el recurso a meros instrumentos fiscales y monetarios. China afronta el entorno económico más complejo desde el lanzamiento de la política de reformas a finales de la década de los setenta, lo que puede complicar los próximos años de mandato de Xi. El culto a su personalidad y la recentralización ideológica—acompañados ambos elementos por una creciente hostilidad hacia los empresarios privados—no servirá eternamente para ocultar los problemas de fondo.

 

INTERREGNUM: China en Asia central. Fernando Delage

La guerra de Ucrania y las sanciones impuestas a Rusia han incrementado la importancia económica y geopolítica de Asia central para las potencias vecinas. Así quedó de manifiesto en el tercer foro C+C5 (integrado por China y las cinco repúblicas centroasiáticas), celebrado en Kazajstán el pasado mes de junio. Los participantes acordaron un plan de acción de diez puntos que aspira, entre otros objetivos, a avanzar en la interconectividad regional (impulsando en particular la conexión ferroviaria China-Kirguistán-Uzbekistán), reducir el uso del dólar, y fortalecer la cooperación en la lucha antiterrorista y con respecto a Afganistán. En lo que supone un reconocimiento de la mayor relevancia de la región para los intereses chinos, el ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, anunció que, a partir de su próxima reunión, el foro se eleva a nivel de jefes de Estado.

Como América Latina, África y Oriente Próximo, Asia central forma parte de ese mundo emergente al que la República Popular parece recurrir como un colchón con el que amortiguar la presión estratégica que representa Estados Unidos, y como instrumento para la construcción del orden multipolar que desea. Si realmente existe un plan estratégico tan claro por parte china, es algo discutido, sin embargo, entre los observadores.

Dos autorizados expertos niegan que ese sea el caso en Asia central. Según escriben Raffaello Pantucci y Alexandros Petersen en un reciente libro (Sinostan: China’s inadvertent empire, Oxford University Press, 2022), son básicamente los intereses derivados de sus imperativos internos los que determinan el papel de la República Popular en la zona. Los recursos naturales que necesita para su economía y sus preocupaciones de seguridad, muy especialmente en relación con Xinjiang, constituyen las dos grandes prioridades que guían la interacción entre China y las naciones centroasiáticas. Esas necesidades han conducido a una creciente presencia china, pero sin que Pekín—señalan—haya valorado todas sus consecuencias. Su visión sobre el futuro de Asia central estaría todavía por definir.

Basado en el trabajo realizado durante años por los autores en esta parte del mundo (Petersen murió en un atentado en Afganistán en 2014), el libro tiene la virtud de no limitarse a la reflexión académica. Más allá del análisis convencional de intercambios comerciales, inversiones y maniobras geopolíticas, son las historias y entrevistas personales sobre el terreno las que ofrecen una mejor comprensión de los movimientos de las grandes potencias en el corazón de Eurasia. Es un libro útil asimismo para entender la relación de Pekín con Rusia. Pese a su actual convergencia frente a Occidente, Moscú ve con escasas simpatías el rápido aumento del peso económico de China en su vecindad, así como su pérdida de control en la Organización de Cooperación de Shanghai. Una Rusia debilitada—y unos Estados Unidos ausentes de la región—benefician a priori a la República Popular, aunque también tiene que gestionar un escenario más complejo.

La invasión de Ucrania ha introducido, en efecto, nuevas variables. La República Popular debe ahora navegar entre su apoyo a Putin y su acercamiento a unos países que quieren distanciarse de Moscú. La caída de la economía rusa está hundiendo las estimaciones de crecimiento en Asia central, mientras que las consecuencias políticas de la guerra hacen de China un socio más atractivo. Los hechos empujan por su parte a Pekín a reajustar su conceptualización de la región en el marco de su rivalidad geopolítica con las democracias occidentales. Esta es probablemente una de las principales señales lanzada por la cumbre del C+C5, cuyo comunicado final también incluyó la promoción de la Iniciativa de Seguridad Global de Xi Jinping, la propuesta anunciada por el presidente chino en abril como estructura alternativa a las alianzas de Estados Unidos.

Shanghái y el precio del confinamiento. Nieves C. Pérez Rodríguez

Por tercer año consecutivo, China sigue imponiendo estrictas cuarentenas y confinamientos a lo largo y ancho de la inmensa nación. El pasado mes de marzo ha dejado ver una vez más los resultados de la “política de cero casos” impuesta por el Partido Comunista chino y que, en esta ocasión, ha afectado a más de 190 millones de personas de 23 ciudades chinas que han sido confinadas en distintos niveles de prohibición.

Shanghái ha estado en el centro de la polémica por ser la ciudad más grande de China y el hub financiero de la nación asiática y por el impacto que estas fuertes restricciones tienen en la economía, tanto doméstica como internacional. El puerto de Shanghái ya está experimentando grandes retrasos que agudizarán las demoras que, desde 2020, han venido experimentando las exportaciones de materias primas y que han desencadenado un aumento de los costos finales de exportación.

Cuando empezaron a diagnosticarse los casos de Omicron en Shanghái, algunas instituciones financieras anticipándose a un confinamiento estricto decidieron pedir a algunos de sus empleados claves quedarse en las oficinas 24 horas al día. Dotándoles de sacos de dormir y artículos de aseo se instalaban en los centros de operaciones para evitar que al salir de su jornada laboral quedaran en medio de algún confinamiento, lo que potencialmente afectaría a las operaciones de las instituciones.

Pasado unos doce días de estricto confinamiento, empresas medianas y negocios pequeños que habían sido obligados a cerrar empezaban a tener dificultades para mantenerse a flote. Tom Hancock, articulista de Bloomberg, el pasado 29 de marzo publicaba una columna en la que sostenía que los confinamientos en China podrían estar costando unos 46 mil millones de dólares al mes y un 3,1% del PIB, haciendo un estimado conservador. Y si estos se siguen imponiendo de forma estricta podría llegar a reducir hasta el 4% del PIB de la nación.

El gobierno chino anunciaba a principios de este año que estaban esperando un crecimiento del 5.5% para el 2022. Cifra que en enero parecía un poco atrevida considerando que su economía ha visto los efectos de la pandemia y sobre todo habiendo experimentado el efecto de la política de cero casos de Covid19.

Goldman Sachs pronosticó que el crecimiento de la economía china rondaría el 4.5% pero dejaba abierta la posibilidad de cambios de ese porcentaje de continuar los confinamientos. El banco mundial hacía un estimado de 5 % y el grupo City anticipaba que si los casos de la variante Omicrom seguían proliferando el resultado podría ser una caída de hasta el 1% del PIB chino en el primer cuarto del año, y de continuar aplicándose la política de confinamientos la reducción del crecimiento para el segundo cuarto de año podría reducirse entre el 0,6 al 0,9%.

En efecto, la semana pasada terminaba con el anuncio de unas cuarenta empresas chinas que se habían obligado a suspender sus operaciones en Shanghái y otras regiones, según la información suministrada por la bolsa de valores de Shanghái, Shenzhen y Beijing.

De acuerdo con Laura He, periodista de CNN, “la situación en Shanghái ha provocado que los retrasos en los envíos empeoren, ejerciendo más presión sobre la cadena de suministro globales”. Aunque las autoridades chinas insisten en que el puerto sigue operativo, los datos de la industria muestran que la cantidad de embarcaciones que esperaban para cargar están en números máximos históricos, sostiene He.

4Asia consultó a Eric Johnson, periodista especializado en intercambios comerciales internacionales y tecnología, sobre la situación en Shanghái y el potencial efecto en la cadena de suministro internacional. Johnson sostiene que “definitivamente, la carga que sale de Shanghái esta hoy muy afectada. Particularmente el movimiento de mercancías desde las fábricas hasta el puerto por vía terrestre. El puerto está operando, pero a una capacidad limitada. Es complicado porque realmente no hay forma de trasladar la carga que se origina en Shanghái hacia otros puertos. El puerto de Shanghái es el puerto más grande del mundo y la mayor parte de la carga del mundo proviene de esa región, no se transborda desde otros puertos como sucede con el puerto de Singapur por citar un ejemplo”.

Por lo tanto, agrega Johnson, “tratar de arreglárselas sin Shanghái es como intentar buscar una vivienda para cada persona en Nueva York al mismo tiempo. Sería imposible”.

Y eso que hay que tener en cuenta que esta época es una etapa generalmente tranquila del año para la carga marítima, agrega Johnson, “pero el volumen vuelve a aumentar en junio. Si Shanghái permanece cerrado, todos esos pedidos que normalmente llegan en junio competirán con la acumulación de pedidos que están en fila esperando para moverse desde ahora”.

Los números no mienten y el precio de la dependencia la estamos pagando todos en el mundo con inflación, aumento del coste final de los productos por falta de inventario y debido al crecimiento de la demanda. Pero China en está ocasión está siendo testigo en primera persona de los costos de una política tan radical de cuarentenas y cierres de ciudades enteras para evitar más infecciones.

El Departamento de Estado respondía el lunes en la noche con la petición de salida de Shanghái de todo el personal no esencial estadounidense debido al surgimiento de casos de Covid19 y la drástica respuesta del gobierno chino.

Está claro que las vacunas chinas son ineficientes porque el mismo gobierno está aterrorizado de que se den más infecciones y apuestan por el uso de la fuerza para intentar controlar los contagios. Además de que cuentan con centros masivos de pruebas como no tiene ninguna otra nación del mundo y obligan a millones a hacerse pruebas diarias en cada rincón del país. Tantas prohibiciones han provocado en muchos ciudadanos chinos respuestas insurrectas como consecuencia de la hastía y la incapacidad de cubrir sus necesidades alimenticias diarias, al no poder ni tan siquiera salir a comprar alimentos.

Mientras el mundo tiene cada vez más claro la esencia del Partido Comunista chino y el precio que toca pagar de seguir dependiendo de ellos…

Vietnam, la nueva China. Ángel Enríquez De Salamanca Ortiz

Durante las últimas décadas, China ha experimentado un crecimiento sin igual gracias a la apertura económica iniciada por Deng Xiaoping a finales de los años 70.

Unas reformas que abrieron la economía y permitieron la entrada de capital extranjero, dando lugar a un crecimiento sostenido en el tiempo hasta el día de hoy y que tuvo su explosión en el año 2001, cuando China pasó a formar parte de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Los bajos costes salariales atrajeron inversión del exterior, lo que permitió un rápido crecimiento a costa de los salarios y un auge de las exportaciones. China era la fábrica del mundo, donde las empresas se instalaban gracias, también, a los casi inexistentes derechos laborales de los trabajadores.

El incremento de los salarios y riqueza en China está haciendo que las empresas ya no vean tan atractivo establecerse en este país y busquen, por lo tanto, otros países donde establecerse, es el caso de Vietnam.

Vietnam se ha convertido en una copia de China, con una apertura económica hacia el liberalismo, mano de obra barata, estabilidad política (partido comunista como única fuerza política) pero con una población mucho más joven, que en tan solo unas décadas ha pasado de ser un país agrícola a ser un país industrializado, con unas tasas de crecimiento del PIB superiores al 6% anual, duplicándose este en poco más de una década, y con un incremento del consumo de sus habitantes y de los salarios exponencial en tan solo veinte años.

Tras décadas de pobreza, hambre y guerras (con EEUU o Laos), en 1986 empezaron las reformas económicas “Doi Moi” para liberalizar el país, y en 1987 se publicó la “Ley de Inversión Extranjera” que permitió la entrada de capital extranjero. Después de  más de 30 años de apertura, la pobreza se ha reducido más de un 10% y el país ha recibido más de 400.000 millones de dólares de IED (Inversión Extranjera Directa) provenientes de países asiáticos como Japón, Corea del Sur, Taiwán o China;  o Estados Unidos con proyectos de Apple, que ya fabrica sus Airpods en Vietnam, Microsoft o Coca-Cola, con el objetivo de crear infraestructuras, empleo o inversiones que suponen casi una cuarta parte del PIB del país. Estas reformas y apertura económica tuvieron sus consecuencias y, en el año 2007, el país pasó a formar parte de la Organización Mundial del Comercio (OMC).

Estas empresas han generado, no solo riqueza y empleo, sino que también han traído la tecnología y el “know-how” que tanto necesita el país para unirse al comercio global. En algo más de 10 años se ha pasado del “Made in China” al “Made in Vietnam”. La buena gestión del SARS CoronaVirus 2 y la guerra de aranceles entre China y Estados Unidos, no ha hecho más que hacer más atractivo a este país, ya que muchas empresas han dejado el gigante asiático para establecerse en Vietnam, por no hablar de las libertades de este país, donde plataformas como Google o Youtube están permitidas.

El decenio 2021-2030, aprobado en el XIII Congreso del Partido, aclara que es necesario seguir fomentando el sector privado y la creación de grandes empresas, con fuerte presencia nacional e internacional, y fomentar la inversión.

A pesar del rápido crecimiento, Vietnam aún es un país pobre, con una renta per cápita de apenas 4.000  dólares, donde aún existe pobreza, desigualdad, corrupción y unas infraestructuras débiles, pero cuenta con salarios competitivos, una economía de mercado y recursos naturales como el oro, petróleo o gas.

En los próximos años estos factores harán que Vietnam siga creciendo a ritmos elevados, gracias a su población joven y numerosa de casi 100 millones de habitantes, su productividad y su bajos salarios pero tiene que reforzar su sistema bancario, sanitario y educativo y sus infraestructuras para no caer en el olvido de los inversores, por no hablar del riesgo político de una dictadura.

Vietnam ha pasado a ser un miembro más de los CIVETS (Colombia, Indonesia, Vietnam, Egipto, Turquía, Sudáfrica), un grupo de países con rápido crecimiento, con una población joven que, en poco tiempo, relegará a los BRIC (Brasil, Rusia, India, China) como países emergentes. Un crecimiento que aumentará las tensiones con China, ya suficientemente tensas por el conflicto por el Mar de China Meridional, una región rica en recursos naturales y puente entre el Océano Indico y el Pacifico.

Por último, el “China Plus One”, una estrategia comercial que pretende diversificar las cadenas de suministro y no depender tanto del gigante asiático, es decir, diversificar en otros países como Vietnam o Bangladesh para que, en caso de pandemia u otro elemento, la economía mundial no dependa de China. Una estrategia comercial que, seguro, agravará las tensiones entre ambos países.

 

Ángel Enríquez De Salamanca Ortiz es Doctor en Economía por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Relaciones Internacionales en la Universidad San Pablo CEU de Madrid

 

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@angelenriquezs

 

 

“En las relaciones económicas, si chocan, los intereses de los países prevalecen sobre las ideologías”. Nieves C. Pérez Rodríguez

4Asia tuvo la oportunidad de entrevistar a Ricardo Barrios especialista en China con foco en las relaciones de China con América Latina y el Caribe. Hizo su especialidad en la Universidad de Pekín y actualmente ejerce como analista de RWR Advisoy Group, consultora con base en Washington D.C., que le encarga el seguimiento e investigación de transacciones internacionales. Uno de sus principales productos es Inteltrak, una base de datos que hace seguimiento de empresas chinas y rusas en el extranjero.

  1. ¿Cuáles son las áreas de inversión o negocio en las que Beijing ha puesto el foco en América Latina y el Caribe (ALC)?

Las empresas chinas en esta región típicamente se han enfocado en todo aquello relacionado con las materias primas, entiéndase metales, combustibles, productos agrícolas, etc., las cuales son insumos indispensables para mantener el crecimiento económico tan dinámico que ha logrado China durante las últimas décadas. Esta tendencia es prevalente en los países de Suramérica, ya que estos cuentan con mayores cantidades de materias primas. En mi opinión son más comunes las inversiones, incluyendo las adquisiciones, de las cuales podemos destacar aquella por parte de Tianqi Lithium Corp. de una participación de 24% en Sociedad Química y Minera de Chile. También podemos destacar la adquisición de la mina de cobre Las Bambas en Perú por parte de un consorcio que cuenta con la participación de MMG Ltd.

La dinámica es un poco diferente en los países de Centroamérica y el Caribe, los cuales por lo general tienen una oferta relativamente reducida de materias primas. En estos casos, vemos que las obras de construcción – como la carretera norte-sur de Jamaica y las mejoras al sistema de distribución eléctrica en la República Dominicana – adquieren mayor importancia en el panorama bilateral. Muchas de estas obras son elaboradas por empresas chinas utilizando préstamos otorgados por bancos de fomento chinos, especialmente el Export-Import Bank of China y el China Development Bank.

  1. ¿Cuáles son los principales países en los que China ha mostrado más interés en la región a lo largo de los últimos años? 

Durante el transcurso de los últimos veinte años, China ha estrechado sus vínculos con Argentina, Brasil, Chile, Perú y Venezuela. Los mismos países a los que acude China en búsqueda de los insumos o materias primas. No obstante, China ha cambiado un poco su enfoque geográfico en América Latina y el Caribe durante los últimos años. Ya van tres o cuatro años que vemos un nivel alto de actividad en Colombia, México y Panamá, los cuales hasta entonces habían tenido relaciones mucho menos estrechas con China. Es dentro de este contexto que vemos, por ejemplo, la firma de un contrato de $4 mil millones por un consorcio que incluye a China Harbour Engineering Company Ltd. para construir el metro de Bogotá. O la inserción de Ganfeng Lithium Co., Ltd. en el sector de litio mexicano. Panamá apenas estableció relaciones diplomáticas con China en el 2017 y en cuestión de meses se convirtió en un socio importantísimo para China.

Es difícil precisar si este cambio corresponde a una estrategia premeditada de Beijing para aumentar su presencia en estos países – los cuales típicamente han mantenido vínculos más fuertes con los Estados Unidos – o si es simplemente una política oportunista que pretende ajustarse a la realidad de la región. El panorama latinoamericano de los últimos años le ha presentado a China varios desafíos y oportunidades. Uno de los desafíos principales ha sido la presidencia de Jair Bolsonaro, quien desde un principio hizo clara su intención de frenar la profundización de los lazos bilaterales. Simultáneamente, la política desde Washington bajo Donald Trump enajenó a muchos de los vecinos más cercanos de los Estados Unidos en la región, la cual creó una oportunidad para que Beijing se acerque a estos países. Entonces me parece que Beijing optó por el camino de menor resistencia.

  1. Si hacemos una comparación con foco en las transacciones chinas antes de la pandemia la mayoría se concentraban en préstamos, ¿Pero ha observado usted sí en el periodo 2020 y en lo que va del 2021 ha había algún cambio de esa tendencia o comportamiento?

Me parece que si hubo en algún momento un desequilibro entre los préstamos y las inversiones, éste se ha ido atenuando. Sí, los préstamos constituyen una porción grande de la actividad china en América Latina y el Caribe, pero también es significativa aquella porción que representa las inversiones (especialmente en las materias primas y el sector energético).

Estimamos que entre el 2011 y el 2020, entidades chinas proporcionaron aproximadamente $125 mil millones en financiación a la región. Esta figura incluye no solo aquellos préstamos hechos por los bancos de fomento chinos a los gobiernos de la región, sino también los préstamos hechos por los bancos comerciales chinos e incluso aquellos préstamos dirigidos a entidades privadas en la región. Durante este mismo periodo, estimamos que el montante de inversiones superó los $100 mil millones. Por supuesto, esta segunda cifra no incluye los contratos para aquellos proyectos hechos utilizando financiación china.

A pesar de que no hemos visto un cambio significativo en términos de sectores, sí hemos visto una reducción en la cantidad de capital chino dirigido hacia ALC. Es más, tal fue el impacto de la pandemia que China no anunció ningún préstamo nuevo a ningún país de la región en todo el 2020. Por un lado, esto es sumamente significativo, ya que esta situación no se da hace casi dos décadas. Por otro lado, este evento no rompe con la tendencia general de los últimos años, la cual ha sido una reducción en la cantidad de dinero prestado por los bancos de fomento chinos a ALC, a medida que estas instituciones financieras se han vuelto más hábiles en el análisis de riesgo y cuidadosas a la hora de escoger proyectos.

  1. ¿Qué sucede con el área de infraestructuras y materias primas?

La pandemia obstaculizó varios proyectos durante la primera mitad del 2020 por ejemplo, los trabajos de exploración petrolera que acordó en el 2019 China National Offshore Oil Corporation (CNOOC) en México. Muchos de estos proyectos pudieron reanudar labores para la segunda mitad del año y al parecer estos sectores siguen siendo los más que atraen a las empresas chinas a la región. En julio, un consorcio que incluye a la estatal Sinohydro Corp. ganó un contrato de $428 millones para la construcción de un terminal nuevo en el aeropuerto Natividad de Chinchero, en Perú. Mientras que el China Gezhouba Group International Engineering Co. por su parte anunció un contrato de $381 millones para la construcción de un proyecto hidroeléctrico en el Rio Cuiabá en Brasil ese mismo mes.

  1. Y el área de tecnología, ¿Está Beijing metiendo más a Huawei en la región? Aprovechando la situación actual.

A pesar de ver sus actividades afectadas por la pandemia, Huawei definitivamente no se ha quedado a un lado. Al igual que muchas otras empresas, Huawei ha modificado sus actividades de forma que corresponda a las áreas de necesidad de los países batallando la pandemia. Comenzando en marzo del 2020, notamos, que Huawei donó equipo de tomografía computarizada a la Republica Dominicana. También vimos donaciones a Argentina de equipos de detección térmica para monitorear fiebres. Básicamente Huawei se adaptó a la pandemia y la está utilizando para demostrar su oferta en la región de una manera que no habíamos observado antes, probablemente con el fin de estimular mayor interés en sus productos principales, los cuales por supuesto vienen siendo las redes inalámbricas y los sistemas informáticos. Poniendo esta actividad dentro del contexto de la región, cuyos países justamente están comenzando sus licitaciones para construir los sistemas del 5G, me parece que el comportamiento de Huawei durante la pandemia tiene la meta de mejorar la posición de la compañía de cara a estas licitaciones.

  1. Ahora bien, En el rastreo de las transacciones que RWR hace de China ¿han podido determinar de qué identidad china provienen los recursos? ¿En algún caso los recursos pueden venir de empresas chinas? aunque en el fondo estas empresas respondan al Partido Comunista chino.

Hay varios tipos de empresas chinas en América Latina y el Caribe como las grandes empresas estatales Sinohydro Corp., China National Petroleum Corp. (CNPC), COFCO Group, CRRC Group, las cuales tienden a acaparar la atención con sus contratos multimillonarios en sectores estratégicos. Estas empresas estatales están bajo la jurisdicción del Consejo de Estado de China (que es la máxima autoridad administrativa del gobierno chino) mediante un órgano del estado conocido como la Comisión Estatal para la Supervisión y Administración de los Activos del Estado (o SASAC, por sus siglas en ingles).

Frecuentemente, estas empresas son apoyadas con financiamiento de los bancos de fomento chinos:  Export-Import Bank of China y China Development Bank, los que también son entidades estatales y tienen como fin promover el comercio y potenciar el desarrollo económico del país. En su gran mayoría, los préstamos que reciben los países latinoamericanos y caribeños vienen de estos bancos y van a financiar las actividades de estas empresas.

También vemos la participación de empresas privadas, tales como Didi Chuxing. Estas empresas tienden a comportarse de forma más autónoma, a pesar de que también responden a aquellos incentivos que utilice el Estado, como por ejemplo el acceso al capital de financiamiento. Efectivamente, la gobernanza de las empresas chinas puede ser bastante compleja, ya que estas reflejan la influencia de varios grupos diferentes, incluyendo el gobierno, el Partido Comunista chino que lo dirige y la empresa misma. Es cierto que el Partido tiene muchas herramientas para influir en el comportamiento de las empresas, aun si estas son privadas. No obstante, no podemos ignorar que las empresas también tienen sus propios intereses y que estos intereses y aquellos del Estado no siempre van de la mano.

  1. Brasil ha venido ocupando un lugar privilegiado en las relaciones bilaterales con China. ¿Cuál diría usted que es la razón? ¿O al menos que originó al principio el interés de Beijing? Cómo también Venezuela ha venido ocupando un lugar importante, entonces ¿la razón podría ser política ideológica?, es decir que los gobiernos han permitido o incentivado esas relaciones?

Para mí, hay dos razones principales por las cuales China ha puesto tanto empeño en desarrollar las relaciones con Brasil. La primera, y la primordial, es por el gran peso que tiene Brasil como exportador de materias primas y como mercado de exportación. En 2019, Brasil fue el proveedor más grande de soja a China, exportó cerca del 63% de toda la soja importada por China ese año. Ese mismo año, Brasil también suministró casi un 8% del petróleo crudo y 20% del hierro importado por China. Queda claro entonces que Brasil es un socio muy importante para China en términos de su seguridad alimenticia y las cadenas de suministros que aseguran su base industrial.

La segunda razón es más estratégica, ya que en cierta medida China ve a Brasil (y su gran potencial geopolítico y económico) como un posible socio en su meta de promover la multipolaridad global. En ese sentido, sí, las relaciones entre China y Venezuela se parecen a las relaciones entre China y Brasil, las cuales por mucho tiempo (y particularmente durante la presidencia de Luiz Inácio Lula da Silva) también se basaron en una amalgama de intereses comerciales y geopolíticos.

Sin embargo, yo creo que no debemos de exagerar el papel que desempeña la ideología, ya que, en mi opinión, la ideología misma está basada en los intereses individuales de cada país. Y esto es significativo porque cuando la ideología contradice los intereses, los intereses rigen y luego la ideología se adapta.

  1. Todos los analistas afirman que hay un antes y un después de la pandemia, ahora bien, ¿Cuál cree usted es el escenario post pandemia de las transacciones de China en América Latina y el Caribe? ¿Aumento del protagonismo chino a falta de presencia de los Estados Unidos? O más bien ¿más selectividad de las relaciones bilaterales con países estratégicos para sus intereses?

A pesar de que hemos visto una recuperación en aquellas modalidades que ya consideramos típicas de la política exterior china, el mundo se encuentra en plena pandemia y mucho queda por definir. Por un lado, podemos destacar que China logró ocupar el escenario con la llamada diplomacia de las mascarillas y la diplomacia de las vacunas. En ambos casos, la rapidez con la cual llegó China con ayuda médica a otros países parecería dejar plantados a otros, incluyendo a los Estados Unidos.

Sin embargo, dudas sobre la efectividad de las vacunas chinas y escándalos, tales como el Vacunagate en Perú, nos pintan un panorama más complejo, donde ciertos segmentos de la población van a agradecer el gesto de China de exportar vacunas al extranjero mientras otros van a hacer hincapié en los escándalos. Me parece que, a medida que Estados Unidos, ahora bajo el presidente Joe Biden, acelere sus programas de asistencia – incluyendo el acceso a vacunas contra el COVID-19 – el protagonismo de China en la región cederá un poco ante la influencia de Estados Unidos. No obstante, de aquí me parece que podemos derivar una lección simple, la cual es que donde Estados Unidos no presente una alternativa, los países latinoamericanos y caribeños no van a rechazar a China.

  1. Y en cuanto a Cuba ¿Han visto alguna transacción reciente de China a Cuba? o algo que pueda indicar un cambio de Beijing hacia su política hacia Cuba?

Las donaciones de insumos y equipos médicos han dominado el panorama de intercambios entre China y Cuba desde el 2020. Esto no es sorprendente, dado que China ha estado haciendo lo mismo por todo el mundo. Entre las pocas excepciones figura una donación de 5,000 paneles solares que se efectuó en mayo de este año a raíz de unos acuerdos que datan al 2019. Ese mismo año, llegaron a Cuba unos vagones hechos en China, con fin de potenciar la recuperación de la red ferroviaria del país. Aunque han sido muy pocas las transacciones que han finiquitado los dos países en los últimos años.

Cabe destacar que las relaciones entre Cuba y China son mucho más superficiales de lo que piensa mucha gente. Sí, ambos países y ambos partidos hablan mucho de su gran hermandad, pero desde el punto de vista de China, Cuba es un país con un modelo económico anticuado. Esta realidad se ve reflejada en el hecho de que China solamente le ha prestado $240 millones a Cuba desde el 2010. Quizá es por eso por lo que las donaciones y la ayuda internacional, proporcionalmente, lucen representar una mayor parte de la relación sino-cubana que en otros países de la región. China (y las empresas chinas) están dispuestas a ayudar a Cuba, pero no están dispuestas a perder dinero por el país. De no darse cambios al sistema económico que existe en Cuba, me parece poco probable que cambie significativamente la política de China hacia este país.

 

 

El Covid-19 en el mercado internacional. Nieves C. Pérez Rodríguez

La pandemia ha cambiado muchas cosas en el mundo, incluida la demanda de ciertos bienes junto con los patrones de consumo que también han cambiado significativamente, lo que a su vez ha provocado la escasez de productos en casi todos los sectores. Para explicar esta situación 4Asia consultó con Eric Johnson, periodista especializado en intercambios comerciales y tecnología en busca de las claves detrás de la logística y las cadenas de distribución internacional.

¿Cómo explica usted el fenómeno de cambio de oferta y demanda durante los primeros meses de la pandemia y la escasez que muchos sectores experimentan actualmente?

Hay tres factores a tener en cuenta:

1) Cuando la pandemia golpeó, las personas dejaron instantáneamente de gastar en intangibles como viajes, conciertos, teatros y experiencias. Ese gasto migró principalmente a más bienes, a veces artículos necesarios como productos de limpieza, desinfectantes, geles antibacterianos y mascarillas, aumentó exponencialmente el consumo de alimentos (ya que no íbamos a restaurantes) y, en algunos casos, implicó adaptaciones del hogar, proyectos de renovación y muebles que nos demandó la nueva realidad (como trabajar desde casa o el cole virtual).

2) El comercio electrónico, más que nunca, se convirtió en un gran facilitador de la compra de productos de todos los tamaños sin necesidad de salir de casa para ello.

3) Las ayudas del Estado, en el caso de los Estados Unidos llamadas “cheques de estímulo” fueron inyecciones de efectivo periódicas que alentaban a las personas a gastar en bienes y mantenían la economía activa. Todo esto ha tenido un impacto en el comercio mundial. Estamos viendo en 2021 el efecto de latigazo de toda la demanda de bienes a finales de 2020 y principios de 2021 y una carrera por las tiendas para reabastecer el inventario antes de los períodos clave de compra de los consumidores estacionales en América, el 4 de julio que suele ser momento que se aprovecha promocionar compras con descuentos especiales, el regreso al colegio, y por último las vacaciones del verano).

¿Diría usted que la razón de las importantes interrupciones en el proceso de comercio internacional fue que el Covid-19 se originó en China (principal exportador de bienes del mundo) puesto que el gobierno chino cerró ciudades e impuso bloqueos en áreas donde se encuentran muchas fábricas, retrasaron el proceso de fabricación como también el proceso de envío de suministros?

Definitivamente esa situación tuvo un impacto en la primera etapa, es decir, febrero-abril de 2020, pero contrario a lo que se cree, las fábricas se recuperaron muy rápidamente. Las interrupciones del comercio mundial de hoy tienen menos que ver con los cierres de fábricas de hace un año y más con los niveles históricos de demanda de bienes en los últimos meses y en la actualidad.

¿Cuál es el coste de transportar un barco de carga desde China a los EE.UU. a día de hoy? ¿Podría compararlo con los precios previos al Covid-19?

Antes de la aparición del Covid-19 el costo de reservar un contenedor para transportar mercancías desde China a un puerto en, por ejemplo, el sur de California, históricamente ha estado en el rango de 1.500 a 2.500 dólares, dependiendo de los niveles de oferta / demanda. Ese rango de precios no se modificó en realidad por décadas.

Pero hoy el precio base para enviar ese mismo contenedor es de 6.000 dólares o más. Lo que se traduce en tres veces mayor a los niveles históricos. Pero es todavía más complicado que eso, porque el espacio es tan reducido, que las empresas básicamente necesitan pagar tarifas premium de carga además de esas tarifas base. Es como tener una reserva en un restaurante, pero el encargado te dice que está muy lleno y que la única forma de conseguir una mesa es pagar dos o tres veces los precios que figuran en el menú. Eso junto con un precio base mucho más alto pueden llevar los costos totales a más de 20.000 dólares por contenedor que es objetivamente 10 veces por encima de los niveles normales, lo que es una absoluta locura.

¿Cómo se podría normalizar las exportaciones? ¿Necesitamos más buques transportando bienes?

La demanda actual se encuentra en máximos históricos en este momento, no solo en comparación con el año 2020, sino en comparación con años previos como el 2019. Una solución que la gente del sector se encuentra discutiendo en este momento es la construcción de nuevos buques para manejar la demanda adicional. Pero frente a esto tenemos dos problemas, uno que los barcos tardan al menos unos 18 meses en construirse y entrar en funcionamiento. Y dos que no está claro que los niveles de demanda actuales se normalizarán durante un largo período de tiempo, y las compañías navieras no quieren desarrollar más capacidad de la que eventualmente podrían necesitar.

¿Cree usted que vamos a volver a la forma en que funcionaban las cosas antes o la situación ha cambiado para siempre? ¿Se espera que los precios de los bienes bajen?

Los costos de envío eventualmente bajarán. Tal vez no a niveles históricamente bajos, pero no pueden permanecer tan altos para siempre, ni siquiera por mucho más tiempo. Para algunas empresas, el valor total de las mercancías dentro del contenedor es inferior a 20.000 dólares, por lo que no tiene mucho sentido enviarlas y asumir pérdidas. A medida que la demanda se ralentice y haya más capacidad disponible, los precios de transporte de esos contenedores se estabilizarán. Pero pueden pasar nueve meses o más para que todo eso suceda.

¿España en Asia?

A finales de mayo, El Club de Exportadores e Inversores Españoles, que agrupa a empresarios españoles en diez países del Sudeste Asiático integrados en la ASEAN, Malasia, Indonesia, Brunéi, Vietnam, Camboya, Laos, Myanmar, Singapur, Tailandia y Filipinas plantearon al gobierno español la necesidad de una política exterior clara y decidida hacia esa zona del mundo y pusieron de relieve la diferencia entre las iniciativas españolas al respecto y otros países de la Unión Europea.

Según datos de los exportadores, Los bienes exportados de España a los países citados alcanzaron la cifra de los 3.800 millones de euros en 2019, mientras que las importaciones de mercancías provenientes de la zona llegaron a los 9.570 millones de euros. Por su parte, la inversión extranjera directa española apenas llega a los 100 millones. Estos diez países concentran una población total de 661 millones de personas, colocándose como el tercer territorio más poblado de Asia, por detrás de China e India.

Ni las demandas, ni la ausencia de España de aquella región son elementos nuevos. Como en otras tantas ocasiones, y quizá sea necesario, conveniente y lógico que sea así, los intereses comerciales han ido por delante de la política pero resulta llamativo para un país que pasó de tener una presencia destacada en aquella región entre los siglos XVII y XIX, y que ahora está claramente a la cola de sus socios europeos. Durante más de cien años se han desperdiciado oportunidades y elementos dejados en la apresurada retirada ante Estados Unidos como idioma, religión, tradiciones y relaciones.

Pero no se trata de recuperar nostalgias sino de hacer frente a necesidades. En la región hay economías dinámicas y mercados emergentes y ahí, a pesar de todos los obstáculos normativos y la competencia de empresas de otros países apoyados por sus respectivos gobiernos, hay empresas e iniciativas españolas y algunas, conviene señalarlo, de empresas públicas relacionadas con la defensa y la ingeniería.

España no parece tener voluntad de una política exterior propia y dinámica en el Pacífico, a la vez que es menos ambiciosa de lo que se podría en la América situada al sur de Estados Unidos y casi inexistente en Oriente Medio.

INTERREGNUM: China y su cónclave anual. Fernando Delage

Si la reunión anual de la Asamblea Popular Nacional de la República Popular China es siempre relevante (marca la agenda política de los meses siguientes), el pleno que se inaugura el 4 de marzo tendrá un especial significado. La Asamblea aprobará formalmente el XIV Plan Quinquenal y desvelará de ese modo los planes económicos a largo plazo de los dirigentes chinos. Los mensajes políticos tendrán aún mayor importancia al conmemorarse este año el centenario de la fundación del Partido Comunista, y celebrarse—en el otoño de 2022—su XX Congreso. El legado de Xi Jinping y el futuro del Partido estarán definidos en gran medida por las orientaciones que establezcan los líderes a partir de estos dos acontecimientos. Aunque en contraste con la mayoría de las democracias occidentales el país ha logrado controlar la pandemia y restaurar el crecimiento, aún afronta notables desafíos internos y externos.

Los planes económicos pueden verse complicados por la reacción internacional a las acciones de Pekín en el mar de China Meridional, en la frontera con India, en Hong Kong o en Xinjiang. El cambio de administración en Washington tampoco parece que vaya a suponer de manera automática una mejora en las relaciones bilaterales. En su primera conversación con Biden, Xi hizo hincapié en su voluntad de cooperación, mientras que el presidente norteamericano manifestó su preocupación por “las prácticas económicas de Pekín, la violación de derechos humanos y la presión sobre Taiwán”.

En unas circunstancias en las que China—como suele indicar Xi en sus discursos—afronta “desafíos y oportunidades sin precedente”, el presidente chino ha subrayado la necesidad de crear las condiciones favorables para la conmemoración del centenario del Partido en julio. Entre ellas, se pretende que el nuevo Plan Quinquenal arranque de manera positiva con un objetivo de crecimiento del PIB cercano al ocho por cien en 2021. Se espera asimismo que, al concluir el Plan en 2025, China haya dejado de ser una nación de ingresos medios, y que duplique su renta per cápita hacia 2035.

Las decisiones de la Asamblea permitirán conocer el detalle de cómo piensa Pekín perseguir esos objetivos. Las líneas generales del Plan dadas a conocer el pasado mes de noviembre subrayaron el doble imperativo de impulsar la demanda interna y la innovación, conforme al esquema de “circulación dual”. Por primera vez la tecnología será la gran prioridad de la estrategia quinquenal, al depender de ella la sostenibilidad del crecimiento económico en el futuro. Aunque desde 2018, en el contexto de la guerra comercial con Estados Unidos, el gobierno chino dejó de referirse públicamente al plan “Made in China 2025”, es evidente que la promoción de los sectores de alta tecnología (de la inteligencia artificial y la telefonía de quinta generación a los vehículos eléctricos) no ha desaparecido. Todo lo contrario: la urgencia durante los próximos años consistirá en continuar reduciendo la dependencia del exterior para consolidar la autonomía china y controlar la producción de elementos clave como semiconductores.

Tras declarar hace unas semanas la eliminación de la pobreza absoluta, el presidente chino también ha hecho hincapié en la idea de “prosperidad común”, un propósito que exige la reducción del considerable diferencial de riqueza existente entre unas y otras provincias. No es esta una cuestión sólo económica: es, por el contrario, un asunto político de primer orden, inseparable de la identidad y legitimidad misma del Partido Comunista. Se desconoce, sin embargo, cómo tiene pensado Pekín avanzar en esta última dirección, que puede conducir a un nuevo choque de las autoridades con el sector privado. Lo que no está en duda, en cualquier caso, es la fortaleza de una organización que, camino de sus cien años de vida, ha superado la doble prueba de la pandemia y la crisis económica. (Foto: CGTN)

INTERREGNUM: China: cambio de rumbo. Fernando Delage

La confirmación de los riesgos financieros derivados de la ambiciosa Ruta de la Seda, la guerra comercial y tecnológica desatada por Trump a partir de 2018, y el impacto económico global de la pandemia, son algunos de los principales factores que parecen haber obligado a los líderes chinos a emprender un cambio de rumbo en sus planes económicos; un giro que también tendrá importantes implicaciones para los intereses occidentales.

Una evidencia de ese cambio de dirección puede encontrarse en un reciente estudio de la universidad de Boston—dado a conocer la semana pasada por el Financial Times—, sobre la drástica caída en los préstamos concedidos por los “policy banks” chinos: el Banco de Desarrollo de China y el Export-Import Bank. Sus créditos, en efecto, en buena parte destinados a los proyectos de la Ruta de la Seda, cayeron de los 75.000 millones de dólares de 2016 a 4.000 millones de dólares el pasado año. Estas dos instituciones, bajo el control directo del gobierno chino, han proporcionado entre 2008 y 2019 un total de 460.000 millones de dólares, cifra que iguala a los fondos del Banco Mundial durante el mismo periodo. Algunos años, los préstamos de ambos bancos superaron, incluso, los concedidos por todos los bancos multilaterales de desarrollo juntos.

Es igualmente significativo que los medios de comunicación hayan dejado de referirse a la Ruta de la Seda con la frecuencia de los últimos años. Todo apunta a que el gobierno es consciente de que su aproximación a la financiación de infraestructuras a esta escala resulta insostenible a medio-largo plazo. La renegociación de la deuda en la que se han comprometido no pocos países en desarrollo, además de la reacción de distintos gobiernos al impacto medioambiental, laboral y social de los proyectos, obligaba a corregir las dimensiones de la iniciativa y dedicar mayores recursos al frente interno. A esa reorientación empujaban asimismo las tensiones con Estados Unidos y las consecuencias del Covid-19 para la economía global.

La necesidad del reajuste fue reconocida en mayo, cuando, bajo la oscura denominación de “circulación dual”, un documento del Politburó indicó que, sin abandonar el comercio con el exterior (“circulación internacional”), el modelo económico chino debe apoyarse sobre todo en el consumo interno y la innovación tecnológica local (“circulación nacional”) como clave de la modernización del país. Fue una idea que reiteró la última sesión plenaria del Comité Central, al incluirla entre las directrices del próximo Plan Quinquenal, que será formalmente aprobado en marzo de 2021.

Sería un error, sin embargo, minusvalorar la dimensión externa del reajuste chino. En el terreno financiero, el reducido papel de los “policy banks” conducirá a un mayor protagonismo de las instituciones multilaterales, como el Banco Asiático de Inversiones en Infraestructuras (con sede en China), y a una mayor presencia de Pekín en otros bancos de desarrollo regionales. En la esfera comercial e inversora, el “decoupling” chino con Estados Unidos—estará por ver si con la Unión Europea también—se verá compensado con un giro hacia las naciones de su entorno y hacia África. La reciente firma del RCEP facilitará ese salto, como también el anuncio del interés chino por su incorporación al CPTPP (el antiguo TTP sin Estados Unidos), hecho por Xi Jinping el mes pasado, durante la cumbre de APEC. Aunque la adhesión china a este último acuerdo no parece plausible a corto plazo, es un claro mensaje al nuevo presidente norteamericano sobre el riesgo de aislamiento de Estados Unidos del nuevo centro de gravedad económico del planeta.

La conclusión a la que llegan diversos observadores es que, a través de sus movimientos, China estaría preparando la estrategia económica que mejor conviene para un escenario de guerra fría. Al considerar que la hostilidad de Washington se mantendrá bajo la administración Biden, Pekín reducirá su interdependencia con Occidente, pero sólo para aumentarla con otras partes del mundo, abriendo así una nueva etapa en la era de la globalización.