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Taiwán, un test para EEUU y China

La victoria del candidato del PDP, Lai Ching-te (William Lai), en las elecciones taiwanesas va a plantear un test para China, para EEUU y para las relaciones entre ambos países que, desde hace unos meses han entrado en un proceso de relativa distensión.

El PDP taiwanés, que ya estaba al frente del gobierno de la isla, se caracteriza por definir su estrategia para el futuro y su gestión del presente sin que la reunificación con la China continental se plantee como un objetivo esencial. Plantea un fortalecimiento de la soberanía de la isla, su crecimiento como una nación democrática más y sin romper relaciones con China establecer con ésta unos lazos de igual a igual desde el que construir el futuro.

Esto choca con la aceleración de las pretensiones anexionistas de Pekín y sus crecientes provocaciones militares, ineficaces por otra parte como presión a los habitantes de la isla como explica en esta página el profesor Fernando Delage, y con la promesa de Xi Jinping de lograr la absorción de la isla en su mandato.

A la vez, para Estados Unidos la situación también es delicada. Ante la presión China, EEUU ha multiplicado sus promesas de apoyo a la isla y sus compromisos con la defensa de su territorio ante una eventual agresión desde el continente. Pero Washington subraya que no apoya avances hacia una independencia de iure de la isla y se muestra más partidario de un acuerdo negociado entre las dos Chinas.

La situación no es sencilla. Los habitantes de Taiwán no parecen querer vivir mirando de reojo a la China continental y quieren mantener su nivel de vida y libertades democráticas sin interferencias exteriores, al menos mientras en el continente perviva un régimen autoritaria y expansivo donde el Estado y el Partido Comunista (valga la redundancia) lo deciden todo.

A todo esto se une la incertidumbre sobre la próxima presidencia de los EEUU donde una eventual vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca inquieta a las cancillerías de todo el mundo y no sólo por las posiciones defendidas por el ahora candidato sino, sobre todo, por sus iniciativas erráticas, sus cambios imprevisibles su inacción en algunos momentos críticos y su empatía con personajes tan peligrosos con Vladimir Putín.

Washington restringe inversiones en China. Nieves C. Pérez Rodríguez

Aunque hoy el término no es guerra comercial, el utilizado hasta el cansancio en la era Trump, las restricciones a empresas parece ser él camino escogido por Washington. Ambos partidos políticos entienden la necesidad de imponer controles en pro de la seguridad nacional de EEUU.

La Administración Biden, mucho más conciliadora y tolerante, no ha sido condescendiente con Beijing. Al contrario, desde el comienzo avanzaron en establecer ciertos controles y escudriñar la razón de algunas prácticas de empresas chinas en territorio estadounidense.

El camino de las restricciones parece ser el escogido en medio de las hostilidades diplomáticas y económicas entre ambos países. El Congreso, a través del Comité de Política Exterior, está haciendo riguroso seguimiento, mientras que fortalecieron el Comité de Inversiones Extranjeras y crearon la autoridad para examinar inversiones en el extranjero de empresas estadounidenses.

El pasado otoño, la Administración Biden anunció extensos controles de exportación a China sobre “tecnologías sensibles” evitando así que China pueda adquirir chips y componentes de fabricación para chips.

Ya en el 2020, Trump había firmado una orden ejecutiva en la que se prohíbe a empresas o individuos estadounidenses invertir en valores que cotizan en la bolsa en empresas que están en la lista de empresas militares chinas para asegurarse que el capital estadounidense no financie la modernización militar china.

Otro ejemplo es la “Ley de Trabajo Forzoso de los uigures” aprobada también en septiembre del 2020 por el Congreso de EE.UU. que consiste en el bloqueo de las importaciones de productos fabricados en Xinjiang, después de comprobar con múltiples testimonios que existen evidencias suficientes de trabajo forzoso en esta región de China. Sumado al horror que estas minorías padecen en los Centros de Reeducación, por su nombre chino oficial, o campos de concentración de acuerdo con las organizaciones de Derechos Humanos.

Por lo que las tensiones solo han crecido y las quejas d Beijing de que no están siendo tratados de manera justa han venido en aumento. Paralelo con el debate de si es inminente un “decoupling” o más bien la diversificación de la cadena de suministro, que la pandemia dejo ver él problema de depender de China.

En esta compleja situación la Secretaria del Tesoro estadounidense, Janet Yellen, visitó China recientemente cerrando así una serie de visitas oficiales incluida la del Secretario de Estado que buscan claramente reabrir los canales diplomáticos.

Mientras se preparaba la visita de Blinken a Beijing los oficiales chinos insistieron en que se dieran reuniones con los oficiales estadounidenses en materia económica, sin embargo, no se les concedió hasta que se organizó la visita de Blinken y se dieron las primeras reuniones. Para Beijing la prioridad es abrir y restablecer los canales económicos.

Desde que apareció el globo espía chino sobrevolando territorio estadounidense las relaciones bilaterales sufrieron un enfriamiento lógico. En los últimos meses se habían impuesto sanciones a empresas chinas, mientras la Administración Biden presionó a sus aliados japones y holandeses para que restringieran sus ventas de semiconductores a China, mientras ha venido agrupando otros aliados para detener la coerción económica de Beijing.

Yellen aprovechó su viaje para reiterar que los Estados Unidos no buscan desvincularse de China, enfatizando que sería desastroso para ambos países y desestabilizador para el resto del mundo, además de prácticamente imposible de ejecutar. Explicó que existe una distinción importante entre él desacoplamiento y la diversificación de la cadena de suministro criticas o la adopción de medidas específicas que protejan la seguridad nacional.

La preocupación sobre las empresas chinas en América y las estadounidenses que operan en territorio chino está latente en las altas esferas de poder en Washington.  En este sentido, en abril un grupo de senadores envió una carta a los Departamentos de Estado, Comercio y Tesoro solicitando que se impongan restricciones e incluso sanciones y hasta que se considere prohibir inversiones a empresas como Alibaba y Huawei puesto que representan grandes riesgos para la seguridad nacional.

La lista es en realidad más extensa, pues los senadores consideran que cualquier asociación de empresas chinas con instituciones militares, académicas y gubernamentales despierta inquietud y sospecha y eventualmente deberán ser revisadas.

Huawei ha estado en el ojo del huracán por años y en efecto, las dudas irresolutas han propiciado un gran movimiento internacional de rechazo y bloqueo encabezado por Washington, basado en la vulnerabilidad del intercambio de información a través de esta red.

La mismo ha sucedido con TikTok, la red social de videos cortos cuyo target son los adolescentes principalmente y que, ha pasado por un intenso escrutinio en Estados Unidos incluida una audiencia con su CEO en el Congreso debido a la poca transparencia en su manejo de data personal.

El temor de que la información personal de un niño en Estados Unidos se almacene en una nube en China es motivo de gran preocupación para los legisladores que saben que la división entre el sector público y privado en China no está claramente delimitado y que además el PC chino siempre puede pedir acceso por motivos de seguridad nacional.

A principios de junio Sequoia, él gigante de capital de riesgo con sede en Silicon Valley anunciaba que dividen su negocio en tres sociedades independientes incluso con nombres distintos. La división de China fue renombrada como HongShang, mientras que la división a cargo de India y él sudeste asiático ahora es Peak XV Partners.

Este cambio de dirección y “rebranding” es una respuesta de la firma para prevenir controversias en los Estados Unidos, pues los legisladores tienen el ojo puesto en las posibles brechas que existen en las empresas domesticas con intereses e incluso operaciones en territorio chino.

En medio de las crecientes tensiones entre Washington y Beijing y la presión doméstica a las empresas americanas que apunta a posibles restricciones de inversiones en China, las firmas tratan de adelantarse y tomar medidas. Algunas están ya explorando otros mercados para establecerse, otras buscan navegar las nuevas legislaciones restrictivas.

Los mensajes de los oficiales de Biden son claros, no buscan romper con China pero sí blindarse ante las amenazas de robo de información, de no ser copartícipes en los abusos a las minorías chinas como los uigures, en la delimitación de ayuda de capital estadounidense en pro de desarrollo avance tecnológico chino y en garantizar una fluida cadena de suministros que no se vea envuelta en crisis diplomáticas. Todos estos aspectos definen una robusta y blindada seguridad nacional para América que es la visión compartida de Estado que tienen tanto los demócratas como los republicos.

 

 

Blinken finalmente visitó Beijing. Nieves C. Pérez Rodríguez

El esperado y pospuesto viaje del secretario de Estado, Antony Blinken, a China, se llevó a cabo entre el pasado domingo y el lunes en una intensa jornada de reuniones de alto nivel que incluyó un encuentro con el líder supremo de la nación. Blinken tenía previsto hacer una visita oficial a principios de este año a China que la Administración Biden se vio obligada a suspender debido al incidente del globo espía chino que sobrevoló los Estados Unidos de costa a costa.

El esperado encuentro de alto nivel entre las dos potencias adversarias era considerado clave para conseguir un efecto neutralizador de las altísimas tensiones que hemos vivido en lo que va de año. Que vale la pena apuntar que no es una tirantez exclusiva de la Administración actual; por el contrario, la mayor escalada de tensiones entre Washington y Beijing se produjo durante los años en los que Trump ocupó la Casa Blanca con la llamada guerra comercial o guerra tarifaria.

Para los estadounidenses, China no sólo es un competidor comercial sino un actor internacional de altísimo perfil que no sigue las reglas internacionales de convivencia; por lo tanto se ha convertido en un dolor de cabeza y un peligro inminente. Pero, en busca de un acercamiento que pudiera bajar la tensión y reanudar el diálogo, el secretario de Estado visitó Beijing con la esperanza de frenar el deterioro de las relaciones y, de paso, quizás conseguir un acercamiento en temas como Ucrania, las provocaciones en el mar del sur de China o un intento en bajar la temperatura en el estrecho de Taiwán.

En palabras del propio Blinken “el viaje a China tuvo como propósito fortalecer los desafíos de comunicación de alto nivel, aclarar nuestras posiciones e intenciones en áreas de desacuerdo y explorar áreas en las que podríamos trabajar juntos cuando nuestros intereses se alineen con desafíos transnacionales compartidos”.

Una vista de este nivel no ocurría desde hace casi cinco años y curiosamente parece que uno de sus logros es que ambas partes reconocieron la necesidad de estabilizar las relaciones y ese podría definirse prácticamente como el gran avance. Sin embargo, si se hace un análisis de lo que se sabe la conclusión quizá no es tan positiva.

En primer lugar, fueron los estadounidenses los que fueron a China. Cruzaron el planeta para expresarles su preocupación por su negación al diálogo bilateral. Aun cuando esta preocupación ha sido trasladada en público por distintas vías.

El encuentro entre Blinken y Xi sólo tuvo una duración de 35 minutos, lo que es realmente corto considerando que se hacen traducciones simultaneas. En conclusión, cada uno tuvo unos 10 minutos para exponer su posición y unos cinco minutos para intercambiar opiniones. Pero desde el punto de vista de propaganda o liderazgo, los que más se benefician son los chinos que consiguen que la primera potencia y a la que China debe en parte su crecimiento y mayor número de exportaciones les visite en casa a pesar de que les humillaron con la presencia del globo espía en territorio estadounidense.

Igualmente, la visita de Blinken dejó la promesa de una serie de visitas de otras autoridades americanos como la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, la secretaria de Comercio, Gina Raimondo, o el enviado especial para el cambio climático John Kerry. Mientras que China acordó que Qin Gang, el canciller chino visite Washington pronto.

El Partido Comunista Chino había venido presionado fuertemente para que Washington enviara a estos altos cargos previamente a la visita del secretario de Estado y acertadamente no se les había concedido. La realidad es que ambas economías están realmente interconectadas, pero China necesita venderle a su principal comprador, y la arrogancia con la ahora China gestiona sus relaciones debe ser más ecuánime.

Bonnie Glaser, una de las más respetadas expertas en Washington sobre China, tuiteó su lectura de la reunión entre Blinken y Xi en la que comienza por exponer que la ha dejado con gran preocupación que Xi haya dicho que la competencia entre las principales potencias no se ajusta a la tendencia de los tiempos. Mientras que por su parte la Administración Biden ha venido trabajando en convencer a los chinos de que acepten la competencia como pilar de la relación y reconozcan que es esencial trabajar juntos para gestionar la competencia y evitar que la competencia se convierta en conflicto.

Glaser dice encontrar decepcionante que el encuentro no haya arrojado un auténtico avance, aun cuando ambas partes afirmaron que acordaron estabilizar sus relaciones.

Y aunque parezca una pregunta retórica cabe hacerla, ¿valió la pena de que el secretario de Estado le hiciera una visita a su principal socio y competidor comercial? Y aunque el diálogo siempre es fundamental y la clave para evitar escaladas en los conflictos también es cierto que parece que a los estadounidenses se les ha olvidado que, especialmente cuando se puede y se tiene razón, se debe mantener una posición un poquito menos condescendiente para así enviar mensajes más claros que no puedan ser distorsionados o mal empleados…

 

Viena, sede para conversaciones entre Washington y Beijing. Nieves C. Pérez Rodríguez

Después de unas largas semanas de distancia y especulación, de reuniones suspendidas por el hallazgo del globo espía sobrevolando territorio estadounidense y de dimes y diretes a mediados de la semana pasada, finalmente se reuneron en Austria  Jake Sullivan, el asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca, y Wang Yi, el ex canciller de Relaciones Exteriores de China y muy alto rango en las filas del Partido Comunista chino y ahora es director de la Oficina de Relaciones Exteriores del partido.

Aunque poco se ha dicho de los dos largos días de trabajo sostenidos en Viena, el simple hecho de que se materializara la reunión es positivo y puede interpretarse como un pequeño avance en dejar atrás la hostilidad e inactividad en la comunicación de ambas naciones. Han pasado tres meses en los que las comunicaciones en la práctica no han existido y los mensajes se han enviado de manera pública y a través de portavoces oficiales en ruedas de prensa o comunicados y en un tono defensivo y que podría complicar aún más la actual situación internacional en medio de la guerra de Ucrania.

La aparición del globo sucedió en un momento de fuertes asperezas y gran tensión diplomático entre ambas naciones, debido a otros casos de espionaje chino, además de una recesión económica internacional, y en efecto una economía china golpeada como consecuencia de la pandemia. Sumado a los efectos que ha generado la guerra de Ucrania en el coste y distribución de combustible y cereales.

La Administración Biden se vió forzada por la presión interna a mostrar un tajante rechazo a China, aunque ciertamente no suele ser su estilo. Tuvo que hacerlo ante el desconcierto y los duros comentarios del partido de oposición y la prensa informando sin parar durante días sobre la violación territorial que significó el globo y su carácter de espía mientras China por su parte se mostraba ofendida por el derribo del artilugio. A razón de ese episodio, el secretario de Estado, Antony Blinken, suspendió su viaje a China y se enfriaron casi todos los canales de comunicación durante un tiempo. Pero la reunión en Viena puede ser un acercamiento previo al G7 que tendrá lugar en Japón el 19 de mayo. Aunque, ciertamente, Blinken conversó brevemente con Wang a pocos días del incidente del globo en Múnich, en el marco de la Conferencia de Seguridad Nacional, pero sin conseguir avances.

A principio del mes de mayo China extendió una invitación a John Kerry, el encargado especial para el cambia climático, pero sin haberse dado fecha públicamente. Se especula que Kerry es cercano a los chinos por los intereses económicos y negocios de su esposa en China. Por lo que, claramente, para Beijing Kerry es mucho más afable y próximo a ellos que otros funcionarios de la Administración.

Así mismo se informó de que el embajador americano en China conversó con el canciller chino el pasado 9 de mayo. Probablemente parte de esa conversación hizo que la reunión de Viena se llevara a cabo aderezada además por los positivos comentarios públicos expresados por la secretaria del Tesoro sobre la necesidad de mantener un diálogo respetuoso entre ambos países a finales de marzo.

Mientras tanto, el Pentágono ha intentado mantener un canal de comunicación abierto con el Ministerio de Defensa chino, pero dado que Li Shangfu, el ministro de defensa, fue sancionado por Washington la Administración no se ha conseguido ningún avance por esa vía.

Algunos analistas estadounidenses creen que la Casa Blanca estaba en conversaciones para conseguir la liberación de algunos presos americanos en China, que valga decir ha sido una de las políticas más consistentes de la Administración Biden desde que tomó el poder. Sin embargo, justo el lunes de esta semana se hacía público que un preso estadounidense de 78 años fue sentenciado de por vida por espionaje. Sentencia que podría volver a poner en jaque las relaciones bilaterales.

Claramente, Beijing está jugando una carta interesante. Sé sabe que los representantes de la Casa Blanca van por el mundo intentando conseguir la liberación de sus presos al precio que sea. Lo han hecho ya en distintos momentos, al régimen de Maduro le liberaron los sobrinos de la mujer de Maduro que estaban presos por narcotráfico, un delito muy grave en este país. a cambio de un par de empresarios estadounidenses apresados en Caracas para poder conseguir el trueque. Lo hicieron con la baloncestista estadounidense, Brittney Griner, apresada por Putin  y también liberada. Y hoy seguro que están negociando la liberación de Evan Gershkovich, el periodista del Wall Street Journal retenido.

El Partido Comunista chino está presionando para conseguir algo más de Biden o simplemente tener más a su favor a la hora de exigirle algo. Lo increíble es que Biden se deja manipular y juega bajo las reglas de los autócratas para conseguir que sus ciudadanos regresen a casa.

Necesitamos más conversaciones y relaciones distendidas, sin duda alguna, pero también necesitamos que Estados Unidos se mantenga firma y exija que se mantenga el cumplimiento de las reglas internacionales y que el estado de derecho internacional sea respetado y no abusado por los tiranos.

INTERREGNUM: Taiwán: choque de trenes. Fernando Delage

Mes y medio después de su visita a Taipei, la crisis abierta en el estrecho de Taiwán por el viaje de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, parece no tener fin. Pekín ha mantenido su presión militar, mientras que Washington anunció a principios de septiembre la venta de un nuevo paquete de armamentos a la isla por valor de 1.100 millones de dólares. Estados Unidos ha calificado las acciones chinas como desproporcionadas y dirigidas a establecer un “nuevo statu quo”, mientras que, para la República Popular, es la administración Biden la que ha violado el principio de “una sola China”.

Lo que viene a ilustrar este “choque de narrativas” es la desaparición del contexto en el que se definió el problema durante décadas. El aumento de capacidades chinas ofrece a Pekín un margen de maniobra del que carecía con anterioridad; la política de ambigüedad estratégica norteamericana puede resultar insuficiente como instrumento de disuasión; y la consolidación de una identidad taiwanesa cada vez más separada del continente acelera la urgencia de los dirigentes chinos por completar un proceso de reunificación que forma parte esencial de la agenda de rejuvenecimiento nacional perseguida por Xi Jinping (el conocido como “sueño chino”). Taipei ha anunciado por su parte un impulso adicional a la modernización de sus Fuerzas Armadas, pero son sobre todo los dos grandes los que tienen en sus manos la gestión de esta espiral de enfrentamiento, en la que por ahora han optado por dar protagonismo a la dimensión militar.

Es ésta una crisis que cabía esperar tarde o temprano, pero Pelosi—guiada por motivaciones de política interna norteamericana—ha provocado un estallido que, ante todo, no ha hecho sino perjudicar la seguridad de Taiwán, es decir, la que debía ser la primera obligación de Washington. Las supuestas meteduras de pata del presidente Biden, quien hasta tres veces ha dicho que Estados Unidos intervendría militarmente en el caso de una invasión, han sido otra señal para Pekín—no importa que el Departamento de Estado las haya corregido posteriormente—de que las cosas están cambiando. Pero igualmente tiene razón la Casa Blanca al percibir que la inquietud china por resolver la cuestión se precipita. Ambas partes, como también el gobierno de la isla, han dejado en consecuencia de compartir el marco de referencia que proporcionó un entorno de relativa estabilidad hasta al menos 2016, año en el que, tras la victoria electoral del Partido Democrático Progresista—revalidada en 2020—, la presidenta Tsai Ing-wen evitó adherirse formalmente al “consenso de 1992” sobre las diferentes interpretaciones mantenidas por Pekín y Taipei sobre el concepto de “una sola China”.

A la ruptura del statu quo apuntan igualmente la continuidad de las acciones coercitivas chinas en torno al espacio marítimo y aéreo taiwanés, así como el lenguaje empleado en el tercer Libro Blanco de la República Popular sobre Taiwán (el primero desde que Xi llegó al poder), hecho público por Pekín tras la visita de Pelosi: “no permitiremos que este problema pase de una generación a la siguiente”. Por su parte, de manera simultánea al nuevo suministro de armamento, el Congreso de Estados Unidos discute estos días una propuesta legislativa (la “Taiwan Policy Act”), cuyos proponentes—un senador demócrata y otro republicano—pretenden que sustituya a la ley de 1979 que hasta la fecha guiaba las relaciones con la isla, y sirva para reforzar el compromiso de seguridad norteamericano.

Como las tres crisis anteriores en el estrecho (1954-1955, 1958, 1995-96), la de 2022 marca un nuevo punto de inflexión en las relaciones entre China y Estados Unidos. Pero la principal diferencia es que esta vez existe un equilibrio de poder muy diferente entre ambos, a la vez que los respectivos imperativos internos de cada parte complican los esfuerzos a favor de un acercamiento que permita prevenir un choque mayor. Es posible que el XX Congreso del Partido Comunista establezca el próximo mes unas nuevas líneas rojas sobre Taiwán (Xi debe demostrar que el problema se orienta en la dirección querida por Pekín), mientras que el calendario electoral de Estados Unidos—como ya ha demostrado Pelosi—tampoco facilitará que la Casa Blanca se incline por avanzar hacia un escenario de distensión.

China o cómo la economía frena a la política

Aunque se subraya poco, China vive una crisis económica creciente, no catastrófica pero si notable, que puede ralentizar la agenda china presentada como un camino ascendente hacia una cada vez más arrolladora consolidación como potencia mundial. Los efectos de la pandemia que han puesto sobre la mesa la ineficiencia de las políticas intervencionistas para hacer frente a la contracción del comercio  mundial, la crisis inmobiliaria que venía de antes y las dificultades de un sistema financiero en el que las decisiones políticas estatales priman sobre los criterios estratégicos estrictamente comerciales han convertido la situación actual en un dolor de cabeza agudo para las autoridades de Pekín. Y eso en un momento en que las relaciones internacionales se tensan, las alianzas se estrechan y aumenta la presión occidental en el Indo Pacífico para contener las políticas expansionistas chinas.

Según analistas europeos, cada vez más créditos otorgados por Pekín en el marco de su iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda, no pueden ser pagados. Desde 2013, China ha invertido cerca de 840.000 millones de dólares en la construcción de calles, puertos, represas y plantas de energía en diversas partes del mundo. El objetivo de este “proyecto del siglo”, como lo llama el presidente Xi Jinping, es político, y no económico. En consecuencia, muchos créditos fueron otorgados con criterios políticos.

El Financial Times informa de que cada vez más países piden ahora moratorias, porque no pueden pagar sus créditos. En Asia, África y América Latina, las economías han sufrido el golpe del COVID-19. Según un estudio del instituto de investigaciones Rhodium, de Nueva York, actualmente están en la cuerda floja unos 118.000 millones, un 16 por ciento del volumen total de créditos. Para tapar los agujeros, China otorga, en no pocas ocasiones, nuevos créditos, con lo que se agrava su propio problema.

Señalan los expertos que el mayor potencial chino, el comercio exterior y las exportaciones, es mirado con lupa en estos momentos. De hecho, dicen, los últimos datos de crecimiento del sector (en julio se incrementaron las exportaciones en un 18 por ciento respecto al mismo mes del año pasado) son atribuidos a causas temporales que no podrán mantenerse. La desaceleración de la economía mundial prevista para los próximos meses, en parte consecuencia de la crisis energética provocada por la invasión rusa de Ucrania, reducirá también el consumo mundial de bienes chinos, especialmente en uno de los principales clientes de China, esa Europa asfixiada por la inflación creciente y las catapultadas tasas de interés. A su vez, la disminución en el consumo de bienes chinos morderá con fuerza la ya en declive industria manufacturera del país asiático.

Para sorpresa de los gobernantes chinos, las protestas no dejan de crecer, sobre todo entre los que han quedado atrapados, sin viviendas y sin los fondos invertidos en ellas, por los problemas de inmobiliarias y bancos. La represión se resiste cada vez mejor, la gente va perdiendo el miedo y los aparatos de seguridad ya no pueden aumentar su nivel de brutalidad sin recibir un rechazo mundial que Pekín no quiere afrontar.

El reordenamiento de las relaciones internacionales que Putin ha impuesto con su invasión criminal de Ucrania exige de China decisiones y le impone unos retos antes de lo que la agenda china preveía y eso va a marcar sus próximos pasos a dar.

 

 

INTERREGNUM: ¿Una OTAN global? Fernando Delage

Desde 2019, los miembros de la OTAN han estado discutiendo sobre cómo dar forma a una posición común con respecto a China. Fue aquel año cuando el país apareció por primera vez en una declaración de la Alianza, al indicarse que la República Popular “presenta oportunidades y desafíos”. Tras un proceso de reflexión interna, el comunicado final de la cumbre de 2021 recogió una nueva descripción: China, se decía, plantea “desafíos sistémicos al orden internacional basado en reglas y a áreas relevantes para la seguridad de la Alianza”. Tras el encuentro de la semana pasada en Madrid, es en el concepto estratégico de la organización—el documento que define las grandes orientaciones para la próxima década—donde se refleja el consenso de los aliados acerca del gigante asiático, a la luz de sus acciones de los últimos años y de su apoyo a Putin tras la invasión de Ucrania.

Partiendo de la misma descripción de China como “reto sistémico”, el texto señala que sus “declaradas ambiciones y políticas coercitivas desafían nuestros intereses, seguridad y valores”. La República Popular, añade, “utiliza una gran variedad de herramientas políticas, económicas y militares para aumentar su presencia global y proyectar poder, mientras mantiene ocultas su estrategia, sus intenciones y su desarrollo militar”. Además de hacer referencia al uso de instrumentos híbridos y cibernéticos, al aumento de su arsenal nuclear, y a la vulneración de los derechos humanos, se hace hincapié en los intentos de control de infraestructuras críticas y cadenas de valor, al utilizar “sus capacidades económicas para crear dependencias estratégicas”. El documento toma nota asimismo de “la profundización de la asociación estratégica entre China y la Federación Rusa” y sus esfuerzos conjuntos dirigidos a erosionar las bases del orden internacional.

En un hecho sin precedente, la OTAN ha calificado por tanto a China como adversario en un documento formal; y lo ha hecho, además, desde una perspectiva global (al definir a la República Popular como un desafío para la seguridad internacional y no sólo para la región del Indo-Pacífico), y sin dejar fuera ninguna de las dimensiones en las que su ascenso afecta a Occidente. En un gesto lleno de simbolismo que refleja igualmente la interconexión entre la seguridad europea y la asiática, la Alianza invitó a la cumbre de Madrid a los líderes de Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda.

La respuesta de Pekín no se hizo esperar. Además de acusar a la organización de difamarla maliciosamente, indicó asimismo que “busca crear enemigos y fomentar la confrontación de bloques”. Aunque la OTAN en ningún caso va a involucrarse militarmente en el Pacífico, Pekín tiene claro que estos movimientos son reflejo de la intención de la administración Biden de fortalecer su red de alianzas frente a China. Denuncias aparte, a partir de ahora tendrá que incorporar a la OTAN como nuevo rival en su planificación estratégica.

Treinta años después de la caída del Muro de Berlín, los hechos parecen pues apuntar al comienzo de una nueva guerra fría, aunque con líneas de división mucho más complejas. No pocas cosas separan a Rusia y China, mientras que los países emergentes persiguen objetivos políticos no siempre coherentes con sus prioridades económicas. Dos grandes incógnitas—la naturaleza de la Rusia post-Putin, y el sucesor de Biden en Estados Unidos—determinarán en gran medida la evolución de los acontecimientos; también para una China que quiere más poder, pero necesita ante todo estabilidad exterior. La creciente coordinación de varios de sus Estados vecinos con la OTAN es otro motivo de alarma que tendrá que agradecer a su socio moscovita.

INTERREGNUM: BRICS vs G7. Fernando Delage

Mientras buena parte del mundo sufre las consecuencias económicas de la guerra de Ucrania, China redobla su pulso con Occidente y trata de capitalizar el momento en su estrategia de ascenso global. Una semana después de reiterar el apoyo de Pekín a Putin en su llamada de felicitación al presidente ruso por su 69 cumpleaños, Xi Jinping recurrió, en efecto, a la cumbre de los BRICS del pasado jueves para dar visibilidad a los países emergentes como bloque, y para promover un concepto alternativo de orden internacional.

Las circunstancias ya apuntaban al simbolismo de esta cumbre, celebrada—no por casualidad—en vísperas del encuentro anual del G7 en Alemania y de la reunión de la OTAN en Madrid que actualizará el concepto estratégico de la organización. Aunque la reunión de los BRICS se ha realizado virtualmente, ha sido la primera convocatoria multilateral en la que ha podido participar Vladimir Putin después de la invasión de Ucrania. Putin ha hecho ver que su aislamiento diplomático no es completo, y que los líderes del grupo—pese a las presiones que han recibido de Estados Unidos y de sus aliados—no tienen inconveniente en tratar con él. Es más, tratando de sortear las sanciones occidentales, buscan la manera de beneficiarse del contexto actual en sus intercambios económicos con Moscú. Rusia les ha propuesto, por ejemplo, pagar sus transacciones sobre la base de una cesta de divisas que sustituya al dólar.

Pero es China el gigante cuya economía supera con creces a las de los otros cuatro miembros juntos, y Xi quien pretende dar forma a un consenso del bloque en torno a su visión de las relaciones internacionales. En su discurso, Xi expuso las dos grandes propuestas que, desde la invasión de Ucrania, ha articulado como ejes de la diplomacia china: la Iniciativa de Desarrollo Global y la Iniciativa de Seguridad Global. La primera, vinculada a la Nueva Ruta de la Seda, confirma una vez más que Pekín ha hecho del Sur Global un instrumento central para sus ambiciones estratégicas. La segunda, aunque tiene su origen en el “nuevo concepto de seguridad” acuñado por Pekín en la década de los noventa, ha sido reformulado como respuesta a la guerra de Ucrania y es una manera de denunciar a Occidente—y de manera por primera vez explícita a la OTAN—por no haber respetado los intereses de seguridad de Rusia.

El mensaje que se quiere transmitir con ambas propuestas es claro: China está preparada para sacar al mundo de la crisis económica (a través de sus planes de coordinación e interconectividad con los países en desarrollo) y proporcionarle estabilidad geopolítica (mediante el establecimiento de una nueva arquitectura de seguridad). Contrapone así su papel al de Estados Unidos, quien—por el contrario—mantiene según la República Popular una mentalidad de guerra fría y, con su política de sanciones, prolonga un conflicto que está provocando graves daños económicos. Es un discurso al que Pekín está dedicando grandes esfuerzos desde que estalló el conflicto en Ucrania, y que el ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, ha tratado con al menos cuarenta países durante los dos últimos meses.

Frente a las tensiones con Washington y sus aliados por el apoyo que presta a Moscú, China tenía que lanzar el mensaje de que cuenta con el alineamiento de los países no occidentales. Pero lo cierto es que, más allá de una retórica compartida, no todos los miembros de los BRICS ven las cosas de la misma manera. Un escollo notable es India: pertenece al grupo, aunque también al QUAD y al Marco Económico del Indo-Pacífico propuesto por la Casa Blanca. El primer ministro Narendra Modi, que comparte con el presidente Joe Biden la idea de que China es un rival estratégico, ha participado como invitado, incluso, en la reunión del G7. Dejando a India al margen, Pekín ha propuesto la ampliación de los BRICS a nuevos miembros, entre los que podrían encontrarse Argentina, Egipto, Indonesia, Kazajstán, Nigeria, Emiratos, Arabia Saudí, Senegal y Tailandia (países todos ellos participantes, en mayo, en una reunión de los ministros de Asuntos Exteriores del grupo).

China parece jugar con la idea de que, con la ampliación del bloque, y bajo su liderazgo, los BRICS podrían convertirse en una alternativa al G7 o al G20. Las naciones en desarrollo van a contar, no obstante, con propuestas que rivalizan con las de Pekín sin sus mismos riesgos de dependencia. El anuncio por el G7, el pasado domingo, del “Partenariado para Inversión e Infraestructura Global”, un ambicioso plan dotado de ingentes recursos y concebido para competir con la Nueva Ruta de la Seda china, es la más reciente demostración de que la partida continúa.

 

 

INTERREGNUM: China, desafío europeo. Fernando Delage

Con la atención puesta en Ucrania, otros desafíos a la posición internacional de Europa parecen haber pasado a un lugar secundario. Algunos de ellos, sin embargo, adquieren una nueva relevancia precisamente por su relación con la guerra en el Viejo Continente. Ese es el caso de China: su apoyo a Rusia convierte a Pekín en un actor inesperado en la seguridad europea, haciendo de su ascenso un reto de naturaleza multidimensional. Además de tratarse de un rival tecnológico e industrial de primer orden, la UE ha tardado en reconocer que compite igualmente con China sobre el futuro del orden internacional. El aumento de sus capacidades económicas, diplomáticas y militares pone en riesgo intereses y valores europeos, pero también afecta a su entorno de seguridad.

La lejanía geográfica y el hecho de que Europa no sea un actor estratégico en Asia impedían percibir China de la misma manera que lo hace Estados Unidos. Pero la República Popular se acerca más que nunca a Europa a través de sus planes dirigidos a reconfigurar Eurasia. Su solidaridad con Moscú, sus operaciones de influencia y la promoción del autoritarismo en el mundo emergente subrayan la definición de China como “rival sistémico” hecha por la UE en 2019, y reiterada más recientemente por la brújula estratégica de la Unión.

La guerra de Ucrania ha obligado a Estados Unidos a reajustar su estrategia china, como hizo el secretario de Estado, Antony Blinken, el 26 de mayo, y reiteró la semana pasada el secretario de Defensa, Lloyd Austin, en su intervención en el foro de Shangri-la. También la OTAN, en su próxima cumbre de Madrid, incorporará el desafío chino a su nuevo concepto estratégico. La Unión Europea ha dado forma por su parte a nuevos instrumentos orientados igualmente a responder a los movimientos de Pekín. Pero se echaba en falta una concepción integral y sistemática que, además de identificar las implicaciones para Europa de las ambiciones de Xi Jinping, recogiese las medidas que conviene adoptar en los diversos frentes.

Ese vacío es el que ha intentado cubrir un reciente informe realizado de manera conjunta por tres prestigiosos think tanks: el Instituto Alemán de Asuntos Internacionales y de Seguridad, el Instituto Montaigne de París y el Centre for European Reform de Londres. Según el informe (“Rebooting Europe’s China Strategy”), la UE debe perseguir tres objetivos estratégicos fundamentales en sus relaciones exteriores: proteger y promover los pilares de la identidad europea—democracia, Estado de Derecho, multilateralismo y desarrollo sostenible—; fortalecer la relación con los socios y aliados democráticos; y mantener un orden internacional basado en reglas.

De conformidad con esos fines, el informe recomienda actuar simultáneamente en cinco direcciones. En primer lugar, Europa necesita minimizar y gestionar sus vulnerabilidades frente a China. Debe, para ello, protegerse de las operaciones de influencia y de los ciberataques; competir con la influencia económica china, tanto en su territorio como en terceros países; impulsar una estrategia de diversificación que reduzca la dependencia de los suministradores chinos; y supervisar de manera más estricta las inversiones chinas.

Europa necesita, en segundo lugar, maximizar su margen de maniobra con respecto a China sacando un mayor partido a las capacidades con que ya cuenta. Además de recurrir a su poder regulatorio, la UE debería evitar el bloqueo de las decisiones de política exterior por la exigencia de unanimidad; demostrar que su modelo de gobierno democrático y de libre mercado produce mejores resultados que el sistema autoritario chino; y asegurar que propuestas como la Global Gateway se convierta en una alternativa atractiva a la Nueva Ruta de la Seda de Pekín.

En tercer lugar, Europa debe fortalecer asimismo las Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales frente a los esfuerzos chinos por reconfigurar su misión. En el terreno multilateral, la UE debe prestar atención asimismo a las acciones de Pekín destinadas a promover la adopción de sus estándares técnicos por parte de las agencias especializadas, como la Unión Internacional de Telecomunicaciones.

La cooperación con la República Popular, en cuarto lugar, debe estar sujeta a una exigencia de reciprocidad y de respeto de las normas internacionales. Y, finalmente, la UE y los Estados miembros necesitan profundizar en el conocimiento de China y de su presencia en el territorio, en las motivaciones que guían a sus dirigentes y a los vínculos entre las empresas chinas y el Partido Comunista.

Son recomendaciones muy completas, muchas de las cuales la UE ya estaba en realidad siguiendo, pero que sirven sobre todo para evitar el riesgo de que la urgencia de hacer frente al ataque de Putin a la estabilidad europea se traduzca en una menor atención al creciente peso del gigante asiático.

INTERREGNUM: ¿Qué quiere China? Fernando Delage

Durante cerca de tres décadas, el mundo se ha estado preguntando acerca de las implicaciones del ascenso de China. Al irrumpir el debate a mediados de los años noventa, la atención se centraba en su rápido crecimiento económico y en su integración en las estructuras multilaterales. La adhesión a la OMC en 2001 marcó un antes y un después, poniendo en marcha el proceso que—acelerado por el diferencial de crecimiento entre Occidente y la República Popular durante la crisis financiera global—, terminaría haciendo de China el gigante económico que es hoy. En contra de lo esperado por Estados Unidos, su modernización económica no ha conducido a la liberalización de su sistema político. Pero tampoco se ha contentado con ser una mera potencia comercial e industrial. Desde la llegada al poder de Xi Jinping en 2012, China ha manifestado su intención de ser asimismo una potencia militar, y proyectar sus normas y valores frente a los principios liberales que sirvieron de base al orden internacional construido tras la segunda guerra mundial.

Las ambiciones globales declaradas por Pekín, el lenguaje más agresivo de su diplomacia durante la pandemia, y sus acciones de coerción y presión sobre quienes se oponen a sus puntos de vista, parecen haber resuelto muchas de las dudas mantenidas por los observadores sobre sus objetivos. Quizá no acierten del todo quienes afirman que su pretensión es la de sustituir a Estados Unidos como principal potencia, pero los indicios son cada vez más claros de que China quiere rehacer el mapa geopolítico, situarse en el centro de un nuevo esquema de globalización, liderar las nuevas fronteras tecnológicas, y promover su modelo autoritario en el mundo emergente como alternativa a la democracia.

Son preferencias todas ellas consideradas como indispensables por los dirigentes chinos para asegurar su prioridad absoluta, que no es otra que el mantenimiento del Partido Comunista en el poder y completar la tarea del rejuvenecimiento nacional (fuxing). China necesita para ello seguir creciendo, y ese es un imperativo que requiere, por un lado, la reorientación de su economía hacia los servicios y la innovación y, por otro, invertir la relación con el mundo exterior. Para reforzar su autonomía, China debe disminuir su dependencia tecnológica y de recursos de otras naciones, pero hacer al mismo tiempo que los demás pasemos a depender en mayor grado de la República Popular.

Teorizar sobre el poder y las intenciones chinas es una obligación de gobiernos y analistas, que siempre llevará a conclusiones contrapuestas. De ahí la especial utilidad de aquellos trabajos que se acercan más al terreno para examinar y acumular datos sobre la realidad de las capacidades chinas, así como sus acciones concretas en distintos países y regiones del planeta. La reacción local es también un interesante indicador de las dificultades con que se va a encontrar Xi si quiere realizar su “sueño chino”.

Éste es el enfoque seguido por dos libros excelentes de reciente publicación. The World According to China (Polity Press, 2022), de Elizabeth Economy, estudia de forma sistemática el giro producido en la política exterior china en los últimos años. La autora, responsable de China en el Council of Foreign Relations durante muchos años, y en la actualidad en la Hoover Institution en Stanford, identifica las principales claves que guían la acción de Xi, como concluir la reintegración nacional (es decir, la reunificación de Taiwán), la Ruta de la Seda como instrumento multidimensional, la expansión estratégica en su periferia marítima, los esfuerzos por acelerar el control de la industria mundial de semiconductores, o la “colocación” de nacionales chinos en organizaciones multilaterales estratégicas. Economy afirma sin dudar que el propósito de Xi no es otro que el de reordenar en su integridad el sistema internacional.

Una aproximación diferente es la seguida por la periodista canadiense nacida en Hong Kong Joanna Chiu. En China Unbound: A New World Disorder (Anansi Press, 2021), Chiu no abruma por la exhaustividad de los datos; ofrece más bien, en forma de extensos reportajes de investigación, una descripción de los movimientos chinos en distintas naciones, prestando especial atención a las operaciones de influencia en los círculos políticos y empresariales de dichos países. Canadá y Australia son dos casos reveladores, como lo son también su examen de Grecia o de la comunidad uigur en Turquía. Maravillosamente escrito, entre la inmensa literatura sobre el ascenso de China pocos libros como éste permiten hacerse una idea más completa del modo en que Pekín está actuando más allá de la competición con las grandes potencias.