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La sombra de Trump asusta a Taiwán

El crecimiento de las posibilidades de Donald Trump de volver a la Casa Blanca para un segundo mandato como presidente está sembrando preocupación en Taiwán, sobre todo a raíz de las declaraciones del candidato republicano en el que subordina su apoyo a la OTAN contra una eventual nueva agresión rusa a que los integrantes europeos de la alianza militar acepten la postura de EEUU sobre la financiación de la estructura militar aliada.

Trump defendió ya en su primer mandato como presidente la necesidad de que los integrantes europeos de la OTAN eleven su nivel de gasto en defensa y atenúen así los gastos de EEUU que hasta ahora corre con la principal carga financiera en medio, por cierto, de no pocas críticas europeas a la política exterior de EEUU mientras esperan que desde allí sigan asumiendo el peso principal. Pero ahora el contexto es distinto. Los aliados europeos están aumentando sus presupuestos de defensa, Rusia es más amenaza que nunca tras su agresión a Ucrania y Trump acompaña su mensaje de una discreta voluntad de llegar a un acuerdo con Putin y reducir su costoso apoyo a la resistencia ucraniana.

Esto es lo que se analiza con preocupación en Taiwán. Se teme que Trump, si gana las elecciones de noviembre, comience a matizar su apoyo a la isla y la política disuasoria respecto a China para llegar a un acuerdo global con Pekín en una especia de reparto de zonas de influencia donde dejaría a China la expansión de su sombra en Asia Pacífico a cambio de una moderada contención general. Taipei teme que la isla sea una moneda de cambio si Pekín se compromete a que la asimilación se haga sin intervención militar directa.

Trump ha evidenciado una posición aislacionista de EEUU respecto a los grandes conflictos internacionales, a pesar de sus bravatas y sus gestos frente a Corea del Norte en su primer mandato. Esto no es nuevo y la historia tiene ejemplos de cualificados políticos norteamericanos (como el padre del presidente Kennedy frente a Hitler) que abonan esta tradición, luego corregida en gran parte por agresiones exteriores o por amenazas globales.

Ucrania y Taiwán temen, quizá con más razón de lo que parece, una nueva presidencia de Donald Trump en la que su empatía con Putin y su atolondrada e irresponsable concepción del peligro ruso y sus ganas de evitar todo choque con China le lleven a sacrificar dos piezas esenciales en el gran tablero mundial.

Vietnam y Taiwán se acercan y miran a China de reojo

Un acercamiento entre Vietnam y Taiwán está causando cierta inquietud en China. Aunque Vietnam mantiene oficialmente su reconocimiento de la doctrina de “una sola China” (defendida por Pekín) se viene produciendo una intensificación de contactos y acuerdos entre autoridades vietnamitas y taiwanesas precisamente cuando China lleva años con una creciente presión sobre la isla para conseguir la sumisión de su régimen al Estado autoritario de la China continental. A esto se añade que Vietnam, a despecho de la historia, lleva décadas estrechando relaciones con Estados Unidos con quien ha firmado acuerdos comerciales importantes.

China mantiene en estos momentos una relación cordial (aunque no intensa ni entusiasta) con Pekín, por lo que se ha apresurado a explicar que únicamente “mantiene e impulsa los nexos pueblo a pueblo y no gubernamentales con Taiwán en los campos de economía, comercio, inversión, ciencia y tecnología, cultura, educación, entre otros y no desarrolla cualquier relación a nivel estatal con ese territorio”.

La situación es compleja. No hay que olvidar que en 1979, cuando Vietnam se reunificaba tras lograr la retirada de las fuerzas de EEUU del país y contaba con el apoyo de la Unión Soviética, fuerzas chinas invadieron el norte de Vietnam en apoyo de Camboya que mantenía contenciosos territoriales, étnicos e ideológicos (aunque se reclamaban ambos del marxismo-leninismo) con Vietnam. Actualmente Vietnam y Camboya se entienden a distancia y China es el gran padrino de los militares camboyanos que gobiernan tras un golpe de Estado que ha desatado una gran represión en el país.

Tampoco las relaciones entre Vietnam y Taiwán han sido siempre fáciles. Mantienen discrepancias respectos a sus límites territoriales marítimos, y algunas maniobras de las fuerzas navales taiwanesas han suscitado protestas de Vietnam por entender este país que se cruzaban aguas vietnamitas. Pero en estos momentos el intercambio de contactos y la firma de acuerdos se están intensificando y esto alerta a Pekín, que trata de crear una red de apoyo a su política de aislamiento internacional de Taiwán para facilitar su absorción sin excluir acciones militares como proclama Pekín oficialmente.

Taiwán, un test para EEUU y China

La victoria del candidato del PDP, Lai Ching-te (William Lai), en las elecciones taiwanesas va a plantear un test para China, para EEUU y para las relaciones entre ambos países que, desde hace unos meses han entrado en un proceso de relativa distensión.

El PDP taiwanés, que ya estaba al frente del gobierno de la isla, se caracteriza por definir su estrategia para el futuro y su gestión del presente sin que la reunificación con la China continental se plantee como un objetivo esencial. Plantea un fortalecimiento de la soberanía de la isla, su crecimiento como una nación democrática más y sin romper relaciones con China establecer con ésta unos lazos de igual a igual desde el que construir el futuro.

Esto choca con la aceleración de las pretensiones anexionistas de Pekín y sus crecientes provocaciones militares, ineficaces por otra parte como presión a los habitantes de la isla como explica en esta página el profesor Fernando Delage, y con la promesa de Xi Jinping de lograr la absorción de la isla en su mandato.

A la vez, para Estados Unidos la situación también es delicada. Ante la presión China, EEUU ha multiplicado sus promesas de apoyo a la isla y sus compromisos con la defensa de su territorio ante una eventual agresión desde el continente. Pero Washington subraya que no apoya avances hacia una independencia de iure de la isla y se muestra más partidario de un acuerdo negociado entre las dos Chinas.

La situación no es sencilla. Los habitantes de Taiwán no parecen querer vivir mirando de reojo a la China continental y quieren mantener su nivel de vida y libertades democráticas sin interferencias exteriores, al menos mientras en el continente perviva un régimen autoritaria y expansivo donde el Estado y el Partido Comunista (valga la redundancia) lo deciden todo.

A todo esto se une la incertidumbre sobre la próxima presidencia de los EEUU donde una eventual vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca inquieta a las cancillerías de todo el mundo y no sólo por las posiciones defendidas por el ahora candidato sino, sobre todo, por sus iniciativas erráticas, sus cambios imprevisibles su inacción en algunos momentos críticos y su empatía con personajes tan peligrosos con Vladimir Putín.

Taiwán. Esa isla de la que usted me habla. David Montero

Las elecciones que se avecinan en Taiwán el próximo 13 de enero representan un momento crítico en la historia reciente de la isla, con repercusiones que se extienden mucho más allá de sus costas y playas y no solo influirán en su futuro inmediato, sino también en su posición en el escenario internacional.

La inédita campaña electoral a tres bandas entre el favorito Partido Demócrático del Progreso, el Kuomintang y el Partido Popular de Taiwán se ha centrado en una variedad de temas cruciales, reflejando tanto las preocupaciones internas de Taiwán como las presiones y desafíos globales, siempre con la sombra inmensa del continente detrás. Económicamente, la isla ha mostrado una resiliencia notable, pero las incertidumbres derivadas de las tensiones con China y los desafíos de la pandemia global han puesto a prueba esta fortaleza. Los candidatos han debatido estrategias para mantener el crecimiento económico, mientras abordan problemas sociales internos, incluyendo la vivienda, la educación y la reforma sanitaria.

Sin embargo, esa clave interna, como siempre, queda en un segundo plano ante la relación de la isla con China. Las políticas hacia Beijing varían significativamente entre los partidos, desde la búsqueda de una mayor integración económica y diálogo hasta una firme defensa de la soberanía taiwanesa y una mayor distancia política bordeante con la peligrosa línea roja del independentismo. En función del resultado, estas elecciones podrían marcar un cambio significativo en la forma en que Taiwán interactúa con su poderoso vecino.

La política exterior de Taiwán, especialmente en lo que respecta a sus relaciones con Estados Unidos y otras democracias, también ha sido un punto focal. Los lazos con Estados Unidos, en particular, han alcanzado nuevos niveles de cooperación bajo la administración actual, y el resultado de las elecciones podría influir en la continuidad de este fortalecimiento de relaciones.

Los derechos humanos y las libertades civiles, siempre en el centro de la política taiwanesa, continúan siendo temas de debate. Taiwán ha sido elogiado por su progresismo en áreas como los derechos LGBTQ+ y la libertad de prensa, y estas elecciones podrían consolidar aún más estos avances, avances que, en el fondo, ahpndan la brecha de la sociedad de la antigua Formosa con la del otro lado del estrecho. Es difícil plantear la reunificación de dos sociedades cuando, cada año, estás son un poco más diferentes. El ejemplo de Hong Kong tampoco ayuda.

La pandemia de COVID-19 y la respuesta de Taiwán también han sido destacadas durante la campaña. La isla ha sido reconocida internacionalmente por su manejo exitoso del virus, lo que ha fortalecido el orgullo nacional y la confianza en el gobierno. Sin embargo, la recuperación económica y la apertura al turismo internacional siguen siendo temas de interés para los votantes.

Los partidos políticos y sus candidatos han presentado una gama de visiones para el futuro de Taiwán. El partido gobernante, el Partido Democrático Progresista (PDP), con Lai Ching-te al frente, ha enfatizado la defensa de la soberanía taiwanesa y la profundización de las relaciones con países democráticos. Por otro lado, el Kuomintang (KMT), el principal partido de la oposición, ha abogado por una aproximación más pragmática con China, enfatizando la necesidad de estabilidad económica y política.

El resultado de las elecciones del 13 de enero tendrá un impacto significativo en la dirección futura de Taiwán. No solo decidirá las políticas internas para los próximos años, sino que también determinará cómo Taiwán se posiciona a sí misma en la arena mundial, en medio de tensiones geopolíticas crecientes y una economía global en constante cambio. Una previsible victoria del gobernante PDP cerraría la puerta, al menos durante cuatro años más, a una reunificación pacífica con la República Popular, e impulsaría la estrategia de defensa y resiliencia económica de Taipei frente a Pekín, y una mayor colaboración con Estados Unidos, y en menor medida, Japón y Australia.

De fondo, habrá que ver cómo gestiona China la frustración, y hasta dónde llega la paciencia de Xi Jinping con esa isla tan pequeña, tan molesta, tan clave.

 

INTERREGNUM: Año de elecciones. Fernando Delage

La evolución de las relaciones entre China y Estados Unidos continuará siendo en 2024 la principal variable determinante de la dinámica asiática, sin que tampoco deba minusvalorarse el impacto de distintos procesos electorales que se celebrarán a lo largo del año. La voluntad de distensión expresada por los presidentes Biden y Xi en su encuentro de noviembre en San Francisco permitió corregir la espiral de enfrentamiento de los meses anteriores, pero no resolver las divergencias estructurales entre ambos países, algunas de las cuales pueden resurgir en función del resultado de las próximas elecciones en Taiwán. Otros comicios revelarán por su parte el delicado estado de la democracia en Asia.

Los primeros del año serán los de Bangladesh el 7 de enero. Las elecciones se celebrarán en un contexto de movilizaciones contra el gobierno, impulsadas por el principal grupo de la oposición, el Partido Nacionalista. Sus líderes, en su mayor parte exiliados o en prisión, han amenazado con boicotear el proceso si la primera ministra, Sheikh Hasina—en el cargo desde hace 15 años—, no renuncia y cede el poder a un gabinete interino que supervise la convocatoria electoral.

Un mes más tarde—el 8 y el 14 de febrero, respectivamente—serán los dos países con mayor población musulmana, Pakistán e Indonesia, los que celebrarán elecciones. En el caso de Pakistán, se tratará de las primeras convocadas desde la destitución por corrupción del primer ministro Imran Khan en abril de 2022. Aunque en prisión, Khan sigue controlando su partido (el PTI). Su destacada popularidad y el deterioro de la seguridad nacional como consecuencia de diversos ataques de grupos separatistas y radicales en las últimas semanas han llevado a especular, no obstante, sobre un posible retraso de la votación. Este escenario de incertidumbre política, el mayor en décadas, agrava a su vez el riesgo de que el Fondo Monetario Internacional retrase la entrega de su segundo paquete de rescate financiero, previsto para mediados de enero.

En Indonesia, la tercera mayor democracia del mundo, más de 200 millones de votantes elegirán un nuevo Parlamento y un nuevo presidente. Aunque Joko Widodo fracasó en su intento de reformar la Constitución para poder presentarse a un tercer mandato presidencial, declaró su intención de seguir interviniendo en la vida política sobre la base de su extraordinaria popularidad y de su influencia en las instituciones. Widodo aspira por ello a conseguir la elección de un sucesor afín y consolidarse como miembro de la oligarquía indonesia, de la elite política, militar y empresarial que, desde la era Suharto (el yerno de este último, Prabodo Subianto, vicepresidente durante los últimos años, va en cabeza en los sondeos), ha controlado la nación.

En abril y mayo (por el número de votantes, más de 900 millones, la votación se celebra durante varias semanas) será el turno de India. En 2014 el Janata Party liderado por Narendra Modi obtuvo la primera mayoría absoluta en el Parlamento indio en tres décadas; una victoria que revalidó en 2019 y previsiblemente repetirá este año. En sus dos primeros mandatos al frente del gobierno, una diplomacia proactiva dio un mayor estatus internacional a India (su papel como elemento de equilibrio de China es cada vez más importante para Occidente), pero al mismo tiempo Modi promovió un nacionalismo hindú que, además de marginar a 200 millones de musulmanes y 28 millones de cristianos, ha erosionado el sistema democrático. Un nuevo triunfo le permitiría completar la que define como su misión personal.

Con todo, las elecciones que en mayor medida definirán la trayectoria de Asia en2024 serán las de Taiwán dentro de unos días, y las de Estados Unidos en noviembre. A partir del 13 de enero, el nuevo presidente taiwanés se situará en el centro de las tensiones entre China y Estados Unidos. El candidato del Partido Democrático Progresista (PDP), Lai Ching-te, defensor de la autonomía de la isla, es anatema para Pekín, mientras que el líder del Kuomintang, Hou Yu-Ih—sólo ligeramente por detrás de Lai en los sondeos—, propugna la restauración del diálogo con la República Popular. Los taiwaneses, ha advertido China, afrontan “una elección entre la guerra y la paz”. Biden puede encontrarse de este modo ante una grave crisis militar a principios de año; un escenario que—sumado a los conflictos en Ucrania y Oriente Próximo—influirá a su vez en la elección, el 4 de noviembre, del próximo presidente norteamericano.

La hora de Taiwán

La campaña electoral en Taiwán para las elecciones del próximo 13 de enero está subiendo el nivel de tensión entre China y la isla con un régimen democrático. Mientras, en su discurso de fin de año, el líder chino, Xi Jinping, insistía en calificar a Taiwán como una provincia china separatista y que la “reintegración” (anexión) futura es inevitable, desde la isla se replicaba que las relaciones de Taiwán con Pekín serán las que quieran los taiwaneses “en la competencia de su soberanía”.

En la isla, como ya hemos explicado desde esta página, el electorado está dividido casi al 50 por ciento entre los que apoyan al viejo partido fundador del régimen taiwanés, que formalmente no aspira a la independencia oficial de la isla sino a un futuro democrático con una China continental donde los comunistas no dominen y el actual partido gobernante, que aspira a un futuro taiwanés sin mirar a Pekín y a construir unas relacion4s con la China continental a partir de la soberanía de cada parte. Esta última opción, que puede renovar su mandato tras el 13 de enero, pone muy nervioso al gobierno chino, su propaganda y su discurso falso sobre el origen del conflicto y los crímenes del gobierno autoritario que impuso la revolución china.

La tensión preelectoral está condicionando el cauto proceso de distensión iniciado entre China y Estados Unidos y que fue oficializado por el encuentro entre Xi y Biden en California.

En todo caso, ambos partidos taiwaneses necesitan la consolidación y profundización de ese proceso de distensión porque les proporciona un mayor margen de maniobra a sus respectivos planes estratégicos a medio y largo plazo. De ahí que algunas voces oficiales de Taiwán hayan sugerido la posibilidad de establecer conversaciones abiertas con Pekín para “instaurar un clima de coexistencia pacífica” que frene las cotidiana provocaciones militares chinas en el estrecho que los separa y que se ensanche la colaboración, que ya existe, entre ambos regímenes y empresas de ambos lados.

Estados Unidos también quiere bajar el nivel de tensión que preside la campaña electoral aunque sabe que bajará tras el proceso y quiere inducir a mejorar las relaciones chino taiwanesas aunque insista en su voluntad de defender militarmente la isla si China la ataca y en seguir el proceso de rearme regional de los aliados occidentales frente a los planes expansionistas chinos.

Este proceso, con sus contradicciones y sus riesgos, va a ser un elemento determinante en Asia Pacífico en este año que empieza y, a su vez, será una pieza esencial en el reordenamiento de la geoestrategia que se está dibujando junto a Ucrania, Gaza y los seísmos políticos africanos.

Taiwán: elecciones trascendentales

El próximo 13 de enero se celebrarán elecciones legislativas y presidenciales en Taiwán y a nadie se le oculta que estos comicios tendrán una gran importancia en el marco actual de especial agresividad china, alta tensión en el Pacífico y lo que parece ser el inicio de una etapa algo más distendida entre China y Estados Unidos.

En Taiwán las dos fuerzas políticas principales, que se reparten prácticamente por la mitd el electorado, son el Kuomintang (KMT) y el Partido Popular de Taiwán (PPT). El primero fue el fundador de la República de Taiwán, cuando fue derrotado (gobernaba en Pekín en 1949) por los comunistas de Mao Tse Tung y sus dirigentes huyeron de la China continental instalándose en la isla sin que hayan podido ser desalojados por el gobierno de Pekín.

El KMT se considera representante de la China democrática y aspira a una reunificación con la China continental con ua constitución democrática y liberal. EL PPT, que actualmente gobierna, responde a nuevas generaciones de taiwaneses que quieren avanzar a una situación de plena independencia sin mirar de reojo a Pekín y funcionar como dos países diferentes (que es lo que ocurre en la práctica). El KMT mantiene mejores relaciones con Pekín, a pesar de la historia.

El experto en asuntos chinos Xulio Rios describe la situación actual señalando que “la oposición insiste en que una victoria del soberanismo puede hacer inevitable el conflicto armado y ese temor alienta su esperanza de triunfo ya que puede presumir de una mejor relación, disuasoria, con China continental. El mayor inconveniente es su división en dos fuerzas (que prácticamente dividen el voto por la mitad. Pese a que han intentado fraguar la unidad, las negociaciones han fracasado, lo cual, por otra parte, resta credibilidad a su clamor sobre la emergencia de ese compromiso con la paz”.

El PC chino observa desde Pekín con atención la situación, atento a las brechas políticas y sociales en la isla que le permitan ir avanzando hacia una ocupación de la isla que ellos denominan reunificación. Es verdad que el presidente Xi prometió al presidente Biden en su reciente encuentro en California que China no planea una intervención militar en Taiwán a corto ni medio plazo pero Pekín no deja de exhibir fuerzas aeronavales en torno a la isla. Este es el escenario de fondo en el que se van a desarrollar las elecciones de enero.

INTERREGNUM: Taiwán: las elecciones que vienen. Fernando Delage

Las elecciones del próximo 13 de enero, en las que se decidirá el sucesor de la presidenta Tsai Ing-wen, serán las más competitivas en la historia de Taiwán. Aunque dos formaciones han dominado el sistema político desde su democratización—el Partido Nacionalista (Kuomintang) y el Partido Democrático Progresista (PDP)—, sus respectivos candidatos (el alcalde de Taipei, Hou Yu-yi, y el actual vicepresidente, Lai Ching-te), compiten en esta ocasión con otro aspirante a la presidencia: Ko Wen-je, del centrista Partido Popular de Taiwán (PPT). (Un cuarto candidato independiente, el fundador de la empresa tecnológica Foxcon, Terry Gou, se acaba de retirar de la campaña). En sólo unos días el escenario preelectoral ha dado un doble vuelco.

El 15 de noviembre, el Kuomintang y el PPT unieron sus fuerzas con la esperanza de derrotar al PDP, el partido que logró dos mayorías absolutas en los comicios anteriores, y va por delante en los sondeos. Ambas organizaciones defienden la restauración del diálogo con la República Popular, interrumpido por Pekín desde la primera victoria de Tsai en 2016. Desde entonces, China incrementó la presión económica, militar y política sobre la isla. Lai ha sido denunciado como un separatista por el gobierno chino, que ha descrito la carrera presidencial como una elección entre estabilidad o conflicto.

Los dos principales grupos de la oposición presentaron su acuerdo como un hito en la vida política taiwanesa. Tres días más tarde, sin embargo, se deshizo la coalición. Al parecer, no se superaron las discrepancias sobre cuál de sus líderes, Hou o Ko, contaba con mayores posibilidades de éxito y debía ser por tanto el cabeza de cartel. La división del voto de la oposición garantiza en principio la victoria de Lai (cuenta con más del 30 por cien de apoyo popular), aunque es innegable la preocupación de la mayoría de los taiwaneses por la creciente amenaza china: el 83 por cien, según un reciente informe de la Academia Sinica de Taipei. Sólo un nueve por cien dice confiar en la República Popular. El mismo estudio confirma por lo demás la tendencia consolidada durante los últimos años: el 63 por cien de la población se consideran taiwaneses, un 32 por cien taiwaneses y chinos, y sólo el dos por cien chinos. Una notable transformación desde 1992, cuando sólo el 18 por cien se identificaban como taiwaneses, y el 26 por cien como chinos.

Pekín ve en consecuencia cómo se aleja la posibilidad de una reunificación pacífica, mientras cunde el temor en la isla a su reacción a los resultados de las elecciones; un hecho que puede alterar las expectativas reflejadas por los sondeos de opinión. Una victoria del Kuomintang se traducirá en una relajación de las tensiones en el estrecho, mientras que la victoria de Lai conducirá, por el contrario, a un endurecimiento de la presión china, incluyendo las advertencias sobre el riesgo de guerra. También puede ocurrir que el PDP obtenga la presidencia pero no la mayoría en la asamblea legislativa, lo que complicará el margen de maniobra del gobierno, pero facilitará los esfuerzos chinos dirigidos a desestabilizar la dinámica política taiwanesa.

La posición de los candidatos con respecto al continente dominará en cualquier caso las elecciones. La mayoría de los votantes quieren un presidente que, durante los próximos cuatro años, sepa evitar un conflicto y mantenga al mismo tiempo la autonomía de Taiwán en un contexto de competición estratégica entre Washington y Pekín. No está sólo en juego por tanto el futuro político de la isla, sino también la seguridad regional.

 

INTERREGNUM: Distensión en California. Fernando Delage

El pasado miércoles, los presidentes de Estados Unidos y de China se reunieron por segunda vez desde la llegada de Biden a la Casa Blanca. La primera ocasión en la que se vieron como líderes de sus respectivos países (aunque se han conocido desde hace más de  una década) fue hace un año en Bali, como participantes en la cumbre del G20. Sus intentos de normalización pronto se vieron interrumpidos, sin embargo, por una sucesión de hechos diversos, entre los que cabe destacar la crisis del globo espía chino, la visita a Taiwán de la presidenta del Congreso de Estados Unidos, Nancy Pelosi, o los controles a la exportación de semiconductores avanzados a la República Popular. Una nueva convocatoria multilateral, la cumbre del foro de Cooperación Económica del Asia-Pacífico (APEC) en San Francisco, hizo posible la reanudación del contacto directo buscado por ambas partes.

Desde junio, en efecto, hasta tres miembros del gabinete norteamericano han viajado a China en ese esfuerzo de acercamiento, y también el ministro chino de Asuntos Exteriores, Wang Yi, visitó Washington, además de reunirse en Viena con el asesor de seguridad nacional, Jake Sullivan. Especialmente llamativo ha sido el giro de los medios oficiales chinos: de la habitual descripción de Estados Unidos como potencia hegemónica que trata de contener a la República Popular, se ha pasado en las últimas semanas a subrayar los ejemplos de cooperación entre los dos países.

Por distintas razones, ambos gobiernos necesitaban corregir la dinámica de confrontación. En el terreno económico, la administración Biden ha llegado a la conclusión de que una ruptura de la interdependencia económica con China (el famoso “decoupling”) no es posible ni deseable. Las medidas que pueden acordarse con esa finalidad deben limitarse a las exigencias de la seguridad nacional. Ese mensaje, expuesto en un discurso pronunciado en abril por la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, parece haberse convertido en doctrina oficial. Por su parte, para una China que se encuentra frente a un escenario de desaceleración económica, la mejora de las relaciones con Washington puede contribuir a mejorar su recuperación y, en particular, a recuperar la inversión extranjera (que ha caído por primera vez en 25 años). Que Xi viajara a San Francisco aun manteniendo la Casa Blanca su dura política de sanciones tecnológicas, da idea del interés chino por estabilizar la relación.

China sabe bien, por otro lado, que la política exterior de Biden se basa en premisas muy diferentes de las de Trump. Lejos del unilateralismo de este último, para afrontar buena parte de los problemas de la agenda global la actual Casa Blanca considera imprescindible la cooperación con Pekín. El conflicto en Oriente Próximo en un claro ejemplo, y el presidente norteamericano pidió a Xi su intervención para presionar a Irán con el fin de evitar la expansión de la guerra. Mitigar la confrontación con Washington, servirá igualmente a China para reducir la presión que supone la creciente hostilidad hacia ella de numerosos países.

Por supuesto, nada de ello altera la naturaleza estructural de la rivalidad entre ambos gigantes. Los acuerdos anunciados—como la reanudación de contactos entre las fuerzas armadas (interrumpidos tras la visita de Pelosi a Taipei)—son de orden secundario, sin lograrse avances con respecto a Taiwán, Xinjiang o las disputas en el mar de China Meridional. El objetivo fundamental consistía en abrir un espacio de distensión, mantener abiertos los canales de comunicación y prevenir un conflicto. Nada muy diferente en realidad de lo discutido en Bali en 2022, aunque desde entonces la tensión se elevó en una peligrosa espiral. El mantenimiento de este nuevo ciclo de distensión también dependerá de la evolución de los acontecimientos. Dos de ellos pueden complicar especialmente la voluntad de estabilidad: las elecciones de enero en Taiwán (si el gobierno continúa en manos del Partido Democrático Progresista, la presión de Pekín no cederá); y las presidenciales de otoño en Estados Unidos, que propiciará entre los candidatos una posición más radical que moderada con respecto a China.

THE ASIAN DOOR: Biden y Xi, un alto en el camino. Águeda Parra

El encuentro entre Biden y Xi en una reunión paralela a la Cumbre de la APEC pone fin a la falta de comunicación a alto nivel que ha existido entre las dos grandes potencias mundiales desde hace justamente un año cuando coincidieron en la Cumbre del G20 en Bali. Las tensas relaciones que han protagonizado este tiempo se dan una oportunidad para recuperar la confianza en un encuentro en el que ambas partes han buscado conseguir réditos que puedan vender a su audiencia nacional. Es decir, se trata más de un alto en el camino en las relaciones bilaterales que de un encuentro decisivo.

El escenario de gestión de la tensión sigue siendo el esquema base sobre el que se están construyendo las relaciones bilaterales para la próxima década ya que existen cuestiones estratégicas sobre las que no se ha avanzado durante la reunión, como es el caso de Taiwán, el Mar del Sur de China y la política de semiconductores impulsada por Estados Unidos. Por tanto, otras cuestiones, quizás menos geopolíticas y más de promoción política, son las que han protagonizado un encuentro que finalmente se ha producido en el momento justo en el que ambas partes han considerado que les podría resultar beneficioso.

Ser “duro con China” se ha convertido en requisito presidencial para los candidatos a la Casa Blanca, en línea con el tono reflejado en una encuesta en la que el 50% de los estadounidenses considera a China como la mayor amenaza para los intereses vitales de su país, creciendo esta proporción hasta el 63% en el caso de los republicanos, mientras alcanza el 40% en el caso de los demócratas, según Pew Research Center.

A pesar de no tratarse de una cumbre bilateral, el encuentro ha reportado algunos réditos importantes para cada parte. La lucha contra el fentanilo, del que China es exportador de productos relacionados para la producción que realizan los cárteles mexicanos, es, sin duda, el gran logro para una administración necesitada de medidas que pongan freno al mayor desafío sanitario que está afrontando Estados Unidos, causante de un tercio de las muertes de los jóvenes entre 25 y 34 años.

La recuperación de la “comunicación directa, abierta y clara” con China es otro de los puntos en la agenda estadounidense sobre la que Biden ha conseguido avanzar. Como parte de este restablecimiento, la comunicación a nivel militar era una de las grandes prioridades, interrumpida desde que la presidenta del Congreso de los Estados Unidos Nancy Pelosi visitara Taiwán en agosto de 2022.

El presidente Xi Jinping, por su parte, lograba retirar de la lista negra del Departamento de Comercio a un organismo gubernamental, mientras la reunión con Biden pretendía además recuperar la confianza sobre la economía china entre los empresarios asistentes a la cena, a la vez que buscaba retrasar la imposición de nuevos controles a la exportación que dificulten la recuperación económica de China. Los acuerdos climáticos entre las dos potencias más contaminantes del mundo, y el interés compartido de abordar los riesgos que supone la utilización de la inteligencia artificial en las armas nucleares han sido, asimismo, parte de un encuentro carente de grandes acuerdos.

El intenso calendario electoral de 2024 comenzará con elecciones en Taiwán, a la vez que se inicia la carrera por la presidencia a la Casa Blanca. De ahí, que este alto en el camino en las relaciones entre Estados Unidos y China podría favorecer que se abriera una ventana de oportunidad para evitar un deterioro en las relaciones bilaterales que pudiera conducir a una crisis o conflicto por falta de comunicación.

No obstante, mientras ambas potencias mantienen su particular carrera por el tiempo en la búsqueda de una mayor autonomía estratégica, la referencia de Biden a Xi como “dictador” tras el encuentro podría reducir esa ventana de oportunidad que ha propiciado este alto en el camino. Una situación que la diplomacia del panda podría terminar por confirmar a pesar del anuncio del presidente Xi de que los pandas, el símbolo de amistad entre China con otros países, alargarían su estancia en California tras la finalización del período de préstamo que expira el próximo año.