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La diplomacia de Santino Corleone. Miguel Ors Villarejo

por: Miguel Ors Villarejo
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Imaginen que la península de Corea es un gigantesco patio de colegio. El matón Kim se la tiene jurada a su compañero Moon, pero no puede hacer nada porque hay un vigilante americano que no le quita el ojo. “Ya verás cuando ese se vaya”, le farfulla Kim a Moon cada vez que se cruzan. Y se rebana el cuello con el índice mientras sonríe siniestramente.

Durante años, la presencia del vigilante americano ha mantenido a raya a Kim. Pero en noviembre llegó Trump con la intención de poner a “América primero”, el lema coreado en los años 40 por quienes propugnaban la neutralidad durante la Segunda Guerra Mundial. Trump ha reiterado varias veces que no es aislacionista, pero el hecho de que se haya visto obligado a precisarlo revela que muchos lo creen, entre otros Kim. Y para salir de dudas, nada como poner a prueba al nuevo vigilante con unos misiles.

Naturalmente, la aceleración de los lanzamientos norcoreanos no es enteramente imputable a Trump. Responde en parte a motivos internos (Kim necesita apaciguar a los halcones de su pandilla) y técnicos (se siente legítimamente orgulloso del progreso de su arsenal y lo celebra, literalmente, tirando cohetes). Pero los ensayos tienen también el claro propósito de explotar la división de sus rivales, una división en la que nadie había reparado hasta que Trump abrió la boca.

Hay una escena memorable en El Padrino. Virgil Sollozzo, alias el Turco, acaba de hacer una lucrativa oferta a don Vito: el 50% de su negocio de drogas a cambio de dos millones de dólares y de la protección de los jueces y senadores de los Corleone. El Don la ha rechazado, pero de pronto su hijo Santino comete el “error imperdonable” de desvelar que no está del todo de acuerdo. El Padrino le dirige una mirada glacial y, una vez levantada la reunión, le reprende vivamente irritado:

“Santino, nunca dejes que los que no pertenecen a la familia sepan lo que realmente piensas”. Y añade: “Me parece que el sucio asunto que tienes con esa joven [una dama de honor de su hermana] te ha reblandecido el cerebro. Déjate de amoríos y ocúpate de los negocios”.

Es un reproche que podría dirigirse casi letra por letra a Trump. Sus inoportunos comentarios han puesto de manifiesto una fisura en el hasta hoy monolítico compromiso estadounidense de defender a Corea del Sur y Japón. En su descargo hay que señalar que ha rectificado, amenazando a Pyongyang con un despliegue de “fuego y furia”. Pero también el Padrino moviliza de inmediato a Luca Brasi, que es algo así como la Séptima Flota de los Corleone, y no logra evitar el baño de sangre.

Es difícil saber qué habría pasado si Trump se hubiera mantenido calladito, pero del mismo modo que el desliz de Santino precipita una serie de catastróficas desdichas, hablar como si uno estuviera en un bar cuando se es presidente de los Estados Unidos es una temeridad cuyas consecuencias pueden ir bastante más allá de una riña de patio de colegio.

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