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INTERREGNUM: Elecciones en Pakistán. Fernando Delage

por: Fernando Delage
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Tras un lento recuento de los votos, y con múltiples protestas sobre posible fraude electoral, los resultados de las legislativas celebradas en Pakistán el 25 de julio abren, aunque sólo en términos relativos, un nuevo escenario político. En la segunda sucesión estable de un gobierno civil por otro en 71 años de historia como Estado independiente, la victoria del PTI (Pakistan Tehreek-e-Insaf) pone fin a décadas de dominio por parte de dos familias: los Bhutto y los Sharif. El próximo primer ministro, el exjugador de cricket educado en Oxford, Imran Khan, se ha impuesto a Shehbaz Sharif—hermano del exprimer ministro Nawaz Sharif—, quien concurría como candidato de la Pakistan Muslim League-Nawaz (PML-N), y a Bilawal Bhutto—hijo de Benazir Buhtto y de Asif Ali Zardari, primera ministra y presidente, respectivamente, en su día—, y actual líder del Partido Popular de Pakistán (PPP).

La falta de experiencia política de Khan—que se inició en su candidatura en las elecciones anteriores, en las que quedó en tercer lugar—no ha sido obstáculo para que los votantes hayan optado por sus mensajes contra la corrupción, y por el atractivo que supone un partido no dinástico. Sería prematuro, sin embargo, considerar que Pakistán va a convertirse en una democracia más abierta y plural porque hayan comenzado a deshacerse ciertas lealtades tradicionales. La violencia de las últimas semanas—con más de 200 muertos—, la censura en los medios de comunicación, la detención de periodistas, o las amenazas a los candidatos del PML-N y del PPP, revelan algunos de los problemas estructurales de un frágil sistema político y una sociedad desigual.

Aún más cuando detrás de esas acciones, y de otras encaminadas a dirigir el voto hacia el PTI, están las fuerzas armadas. Era prioritario para el ejército evitar la victoria del PML-N: el partido de Nawaz Sharif—encarcelado a principios de julio, después de que fuera destituido como primer ministro el pasado año—pretendía ejercer el poder—de haber vuelto al gobierno—con genuina autonomía, y—quizá todavía más grave para los militares y los servicios de inteligencia—aspiraba a negociar un entendimiento con India y a frenar la constante intromisión en los asuntos de Afganistán.

Es cierto que se ha evitado el escenario más inestable, y que parecía más probable: un Parlamento sin una clara mayoría de ninguno de los tres principales partidos. Pero los generales han conseguido en cualquier caso su resultado preferido: un gobierno del PTI. La autoridad política última no descansará por tanto en el gabinete elegido por los votantes, lo que continuará haciendo una anomalía de Pakistán, un Estado nuclear situado en el centro de una conflictiva región.

No cabe esperar pues un deshielo en las relaciones con Delhi. Como tampoco con Washington: Khan ha sido muy crítico con la política antiterrorista y afgana de Estados Unidos. Surgen también nuevos interrogantes sobre el futuro de la relación con China. El Corredor Económico entre ambos países impulsado por Pekín en el marco de la Ruta de la Seda es un proyecto vital para el futuro paquistaní, pero puede verse afectado por un deteriorado contexto económico y financiero local: una crisis en la balanza de pagos parece estar a la vuelta de la esquina. El periodo de unificación nacional que debía abrirse tras estas elecciones tendrá que seguir esperando.

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