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INTERREGNUM: La nueva guerra fría se calienta. Fernando Delage

por: Fernando Delage
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Si la rivalidad entre Estados Unidos y China ya era causa de alarma desde 2018, sus respectivas circunstancias internas están conduciendo a un rápido deterioro de la relación. El presidente norteamericano, Donald Trump, está recurriendo a China como chivo expiatorio de su fracaso de gestión, además de instrumento para su reelección. Su homólogo chino, Xi Jinping, intenta por su parte desviar el descontento social sobre la pandemia enfrentándose a Estados Unidos en clave nacionalista, y haciendo hincapié en la fallida respuesta de Washington en contraposición a la “superioridad” de su sistema político. Esta hostilidad mutua sitúa a la relación bilateral más importante del mundo ante su más grave crisis desde la normalización de relaciones diplomáticas en 1979.

Durante 40 años, Estados Unidos mantuvo una política orientada a facilitar la integración de China en la economía global y proporcionarle un espacio en el sistema internacional. Trump ha optado en cambio por la confrontación, al considerar que esa estrategia ha convertido a China en una amenaza para el estatus internacional de Estados Unidos. Mientras, con la confianza que le proporciona su creciente poder, la República Popular no ve razones por las que tenga que aceptar las reglas escritas por otros, y asumir una posición subordinada a las naciones occidentales. El recurso de culpar al otro para salvar cada uno su reputación no sólo complica la cooperación internacional necesaria para combatir la pandemia: esta retórica de guerra fría entre las dos mayores economías del planeta maximiza el riesgo de un choque militar. La semana pasada se confirmó la escalada de tensión.

Trump y su secretario de Estado, Mike Pompeo, continúan afirmando—sin pruebas—que el coronavirus se creó en un laboratorio de Wuhan. Son declaraciones que, a algunos expertos de la comunidad de inteligencia, hacen recordar las falsas acusaciones de la administración Bush sobre las armas de destrucción masiva que, se decía, tenía Sadam Hussein y sirvieron de justificación para la invasión de Irak. Nada parecido podría hacer Estados Unidos con respecto a la República Popular. Sin embargo, la Casa Blanca piensa que quizá pueda movilizar a la sociedad china contra sus autoridades. Tal es el mensaje implícito del discurso pronunciado por el viceconsejero de seguridad nacional, Matthew Pottinger, el pasado lunes. Pottinger, antiguo corresponsal del Wall Street Journal en Pekín, se dirigió en mandarín a la opinión pública china recordándoles el legado del movimiento del Cuatro de Mayo, el histórico levantamiento de los estudiantes e intelectuales chinos en 1919 contra su gobierno (por su incapacidad para defender los intereses nacionales en la Conferencia de Paz de París), que también sirvió de inspiración a la concentración de Tiananmen en 1989. Sin mencionar al Partido Comunista, el asesor de Trump quiso trasladar a las elites chinas el mensaje de que “necesitan el consenso de la mayoría para gobernar”.

Son unas palabras sin precedente, que no hacen sino confirmar a los dirigentes en Pekín su percepción sobre las intenciones norteamericanas. También la semana pasada, Reuters dio a conocer un informe secreto discutido por los líderes chinos en abril. El informe, elaborado por un think tank del ministerio del Interior, indicaba que nunca desde Tiananmen ha sido más negativa la opinión internacional sobre el país. “Como resultado, señala el documento, Pekín se enfrenta a una oleada de sentimiento contra China liderado por Estados Unidos en el contexto de la pandemia, y necesita prepararse como peor escenario posible para una confrontación armada entre las dos potencias globales”.

Para China, el “periodo de oportunidad estratégica” para construir indirecta y gradualmente su poder puede darse por concluido.  Si esta va a ser la política de Estados Unidos, lo previsible es que Pekín acelere sus planes dirigidos a consolidar su estatus mundial.  La Historia tiene multitud de ejemplos de lo que ocurre cuando se trata a alguien como enemigo. Por eso, antes de utilizar la pandemia para demonizar al otro, no estaría de más que se estudie de nuevo el comportamiento de los líderes europeos entre 1907 y 1914.

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