La guerra arancelaria de Trump, la incertidumbre sobre el futuro de la relación transatlántica, el creciente poderío industrial y tecnológico chino, y la asociación estratégica entre Moscú y Pekín sitúan a Europa ante una encrucijada sin precedente. Mientras el secretario del Tesoro de Estados Unidos advierte a los líderes del Viejo Continente sobre las consecuencias de un acercamiento a China (“sería cortarse el cuello”, señaló), Pekín explota por su parte las fisuras entre los aliados occidentales y trata de dividir a los Estados miembros de la Unión Europea.
Aunque algunos de estos últimos parecen prestarse al juego chino, la Comisión Europea ha actuado con coherencia y criterio. El 9 de abril, Bruselas anunció su respuesta a las tarifas impuestas por la administración norteamericana, sin poder saber que sólo unas horas más tarde Trump acordaría una pausa (excepto para China). La UE decidió su propia suspensión al día siguiente. Al contrario que Estados Unidos, la Unión ha mantenido su misma política con el resto del mundo, y cuenta con margen e instrumentos para demostrar su fortaleza en este terreno. Pero en realidad no son sólo las reglas comerciales las que están en juego, por lo que toda respuesta debe también considerar la dinámica geopolítica global y, en particular, el desplazamiento del poder económico hacia Asia.
Como reacción al imperativo de diversificar sus socios, el acuerdo firmado por la UE con Mercosur el pasado diciembre después de dos décadas de negociación (y aún pendiente de ratificación) es un logro significativo, pero insuficiente en el contexto actual. Mayor importancia tendría la incorporación de la UE al CPTPP (Comprehensive and Progressive Trans-Pacific Partnership), el bloque comercial del Asia-Pacífico al que pertenecen 12 Estados, incluyendo varios con los que la Unión ya mantiene un acuerdo de libre comercio (como Japón y Corea del Sur). Aunque no se entiende el desinterés europeo por formar parte del grupo, Bruselas ha dado otros pasos dirigidos a incrementar sus opciones en el continente. India y Asia central han sido los ejemplos más recientes.
La primera fue objeto, el 27-28 de febrero, del primer viaje oficial fuera de la Unión de la presidenta de la Comisión en su segundo mandato. Se trató de un gesto simbólico, reforzado aún más por el hecho de que Ursula von der Leyen visitó Delhi acompañada por hasta 22 comisarios, un hecho sin precedente. La preocupación compartida por el desafío económico y de seguridad que representa China es una de las motivaciones que explica la voluntad de ambas partes de impulsar unas relaciones que apenas han desarrollado su enorme potencial.
Von der Leyen y el primer ministro Narendra Modi declararon su ambición de concluir este mismo año el acuerdo de libre comercio que se lleva negociando desde 2007. Las diferencias internas entre los Estados miembros de la UE y las resistencias indias a la apertura de su mercado obligan a mantener cierto escepticismo. Esas dificultades no restan valor, sin embargo, al reconocimiento del papel que puede desempeñar India en la estrategia global europea como país más poblado del planeta y una de las economías de más rápido crecimiento (un 6,6 por cien en 2025 y un 6,7 por cien estimado en 2026), ni a la simultánea atracción de Delhi hacia las oportunidades que se le abren en el Viejo Continente.
Por otra parte, el 3-4 de abril se celebró en Samarkanda (Uzbekistán), la primera cumbre de la UE con las cinco repúblicas de Asia central. La guerra de Ucrania ha dado una nueva relevancia geopolítica a un espacio, el corazón mismo de Eurasia, que comparte fronteras con Afganistán, China, Irán y Rusia. El revisionismo de Moscú ha conducido a Kazajstán, Uzbekistán, Turkmenistán, Kirguistán y Tajikistán a corregir su tradicional dependencia del Kremlin, mientras que los europeos buscan acceso a sus recursos energéticos y materias primas, además de intentar asegurar rutas comerciales que no atraviesen el territorio ruso. La cumbre marca un hito que impulsará el comercio y las inversiones entre las partes. Sobre todo, confirma la decisión de la UE de no verse marginada de la competición global entre las grandes potencias.