La Alianza Atlántica sobrevivirá. Quizá sea esa la primera conclusión sobre los resultados de la cumbre celebrada la semana pasada en La Haya. Que los miembros europeos hayan actuado solidariamente (con la excepción singular de España) frente a los desafíos que afronta el Viejo Continente a su seguridad (además, por supuesto, de la presión de la administración Trump), puede ser la segunda. Neutralizada de momento la preocupación sobre el futuro de la organización, los ajustes en la relación transatlántica y la construcción gradual de una autonomía estratégica europea serán dos de los grandes asuntos a observar en los próximos años. Ambos tampoco pueden separarse de la evolución del escenario de seguridad asiático, y en particular de los movimientos de la República Popular China y de la trayectoria de su relación con Rusia, así como con Corea del Norte e Irán.
Pese a su relevancia, estos últimos factores no han sido recogidos en la declaración de La Haya, lo que supone una novedad con respecto a cumbres anteriores (ni siquiera Ucrania recibió una mención). Así lo ha sido igualmente la ausencia de los líderes políticos de Japón, Corea del Sur y Australia. Desde 2022, los tres países (que junto a Nueva Zelanda forman los denominados “cuatro del Indo-Pacífico”, IP4), han participado como invitados en las cumbres de la OTAN. Su retirada en esta ocasión se debió, según algunas fuentes, al hecho de que no se celebraría finalmente la prevista reunión conjunta con el grupo.
Se especula, no obstante, con otros motivos. En el caso del primer ministro australiano, Anthony Albanese, se cree que si, después de intentar mantener sin éxito una reunión bilateral con Trump en la reciente reunión del G7, tampoco iba a poder tenerla en La Haya, carecía de sentido emprender otro largo viaje internacional. Albanese buscaba una oportunidad para verse con el presidente norteamericano antes de que termine, este mismo mes de julio, el plazo fijado por el Pentágono para una revisión del acuerdo AUKUS. El presidente surcoreano, Lee Jae-myung, quien tomó posesión hace sólo unas semanas, declaró por su parte que las obligaciones de la agenda nacional le impedían desplazarse a Europa. Ante las ausencias de Albanese y Lee, el primer ministro japonés, Ishiba Shigeru, canceló su presencia con sólo unas horas de antelación.
Las circunstancias del momento fueron otra variable que complicó la participación de los socios asiáticos. La cumbre se celebró apenas días después del ataque de Estados Unidos a Irán, una decisión cuya conveniencia resulta más que discutible para los aliados de Washington, también desorientados por las presiones comerciales de la Casa Blanca y por la errática diplomacia de su presidente. Son conscientes, por lo demás, de que, como a los miembros europeos de la OTAN, Trump les va a exigir igualmente un mayor gasto en defensa. Entretanto, se debilita la idea de que la seguridad euroatlántica y asiática son indivisibles, y la convicción de que, después de la invasión rusa de Ucrania, el acercamiento a la Alianza Atlántica es un elemento decisivo para equilibrar el ascenso de China en el Indo-Pacífico.
También fuera del mundo democrático se van a producir significativas ausencias: los presidentes de China y de Rusia no participarán en la XVII cumbre de los BRICS, el 6 y 7 de julio en Río de Janeiro. Se daba por descontado que Vladimir Putin no acudiría por sus problemas con la justicia internacional, pero es la primera vez desde que accedió al poder que Xi Jinping no asistirá a un foro tan relevante para los intereses de Pekín (le sustituirá el primer ministro, Li Qiang). La justificación de que Xi se ha visto con su homólogo brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva, dos veces en un año, no ha convencido a los anfitriones. Según parece, la cuestión de fondo tiene que ver con la invitación a una cena de estado al primer ministro indio, Narendra Modi, y la consiguiente pérdida de protagonismo de Xi. Lo ocurrido puede ser un indicio del aumento de tensiones entre los miembros tras la ampliación del grupo el pasado año y, sobre todo, de la creciente competición entre India y China por el liderazgo del Sur global.