INTERREGNUM: Pekín saca la cabeza. Fernando Delage

En pocos días consecutivos, China ha hecho toda una demostración de poder. La  XXV cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) en Tianjin, seguida por los actos de conmemoración del 80 aniversario del fin de la segunda guerra mundial en Pekín, han lanzado un claro mensaje sobre la posición de la República Popular como polo de un orden internacional alternativo al dominado por Estados Unidos y sus aliados.

La extraordinaria concentración de líderes políticos presentes en Tianjin (sin contar con otros invitados al encuentro, la OCS representa por sí sola el 42 por cien de la población mundial y el 23 por cien del PIB global); la aspiración compartida a favor de un sistema multipolar; y la aparición conjunta en Pekín del presidente chino, Xi Jinping, con su homólogo ruso, Vladimir Putin, y el líder norcoreano, Kim Jong Un, transmiten una poderosa señal de solidaridad autoritaria, en contraste con el impacto de los movimientos —también revisionistas pero en otra dirección— del presidente de Estados Unidos. Mientras Trump quiebra Occidente, China articula un bloque cada vez mayor. La cohesión de este último puede ser discutible, pero no el triunfo diplomático de Pekín. No sólo ha sabido situarse en el centro, sino que no ha dejado espacio sin cubrir: el económico, el político y el militar.

Moscú ha tenido que abandonar su tradicional oposición al objetivo chino de crear una institución financiera en el seno de la OCS. La cumbre acordó el establecimiento de un banco de desarrollo, lo que facilitará los esfuerzos chinos dirigidos a maximizar su seguridad económica. Al gestionar préstamos en monedas distintas del dólar, el banco servirá de instrumento de defensa frente a eventuales sanciones norteamericanas. También hará más difícil reducir la dependencia de otras economías del mercado chino buscada por Estados Unidos.

Al declarar Xi, por otra parte, que “la gobernanza global ha alcanzado una nueva encrucijada”, China se ha presentado como defensora del “verdadero multilateralismo” y de un orden más justo y equitativo. En esa dirección, su presidente anunció la Iniciativa de Gobernanza Global; una propuesta que se suma a las presentadas anteriormente sobre desarrollo (2021), seguridad (2022) y civilización global (2023), que completan el marco conceptual de un sistema sinocéntrico, denominado como una “comunidad de futuro compartido para la humanidad”.

Además de demostrar su influencia económica y su intención de liderar el discurso diplomático en una era de competición entre las grandes potencias, China subrayó —junto a Rusia—su papel, poco conocido en Occidente, en la derrota del fascismo en la segunda guerra mundial. Tal fue uno de los propósitos del desfile militar del 3 de septiembre en la plaza de Tiananmen, ilustración asimismo de la extraordinaria modernización de sus capacidades acometida a lo largo de la última década. La República Popular quiso mostrar al mundo, y en particular a Estados Unidos, el armamento tecnológicamente avanzado del que dispone.

China, por resumir, ha querido hacer patente su creciente poder y su voluntad de usarlo, así como el apoyo del mundo emergente a sus propuestas de reforma. Ha proyectado así una imagen de fuente de estabilidad en oposición a la hostilidad de la Casa Blanca hacia reglas e instituciones y a la política de Trump hacia asuntos concretos, como Gaza o el comercio internacional. Aunque no deba sobrevalorarse lo conseguido (ni la presencia del primer ministro indio, Narendra Modi, en Tianjin, por ejemplo, implica un alineamiento de Pekín y Delhi contra Washington; ni tampoco deben obviarse las diferencias entre los miembros de la OCS, como existen igualmente entre los participantes en los BRICS), es innegable que la República Popular cuenta con una red de socios y amigos cada vez más amplia en la que apoyarse para contrarrestar el peso de Estados Unidos, y actúa con determinación como principal arquitecto de un nuevo orden.

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