INTERREGNUM: Hacia una nueva era política en Japón. Fernando Delage

El 4 de octubre, el Partido Liberal Democrático (PLD) elegió a Sanae Takaichi como nueva presidenta, lo que la destinaba a convertirse asimismo en la primera jefa de gobierno en la historia constitucional de Japón. Sin embargo, sólo unos días después de su elección, Komeito, el pequeño partido centrista que ha facilitado al PLD el mantenimiento del gobierno durante 26 años, anunció que abandonaba la coalición y no apoyaría la investidura de Takaichi, poniendo en riesgo el futuro político de esta última y de los propios liberales.

El PLD optó por Takaichi entre los cinco candidatos que se presentaron a las primarias con el fin de intentar recuperar aquellos votantes tradicionales que, en las legislativas de hace un año y en las elecciones al Senado de agosto, se inclinaron por dos nuevos partidos conservadores —Sanseitō y el Partido Democrático Popular— que centraron sus programas en asuntos como la inmigración o el aumento del coste de la vida. Pero al pretender competir directamente con estas fuerzas, una de ellas de marcado corte populista, provocó el rechazo de su aliado Komeito, partido budista de posiciones moderadas, que considera que Takaichi, además de minimizar los casos de financiación irregular de su organización, mantiene una interpretación revisionista sobre la segunda guerra mundial próxima a la de la extrema derecha.

Con 196 escaños, el PLD debía contar con el apoyo de otras fuerzas distintas de Komeito para alcanzar la mayoría de 233 votos que le permitiera formar gobierno en la sesión de investidura prevista para el 21 de octubre. Tras una ronda de conversaciones se logró pactar con el Partido de la Innovación de Japón, sumando así un total de 231 diputados. Aunque aún debían conseguirse como mínimo otros dos miembros de la Cámara Baja, quedaba despejado el camino para el nombramiento de Takaichi como primera ministra.

Su ascenso refleja, no obstante, la profunda crisis que afronta el PLD y, en vez de restaurar su unidad, puede agravar las divisiones internas al hacer que se alejen las bases más moderadas. Por otra parte, ninguno de los escenarios que se abren —un gobierno de minoría con apoyos puntuales, una nueva coalición con el Partido de la Innovación, o la convocatoria a corto plazo de elecciones anticipadas— facilitará la estabilidad necesaria para responder a las demandas de reformas de la sociedad japonesa en unos tiempos de incertidumbre económica y de tensiones geopolíticas en Asia.

Pese a seguir de momento en el poder, no puede descartarse que la larga era definida por la hegemonía del PLD esté llegando a su fin. Tanto Takaichi como los restantes candidatos a dirigir el partido reconocieron que éste afronta un desafío existencial, pero no ofrecieron soluciones para superarla. El voto a favor de Takaichi fue un reflejo defensivo del ala más conservadora del partido que difícilmente servirá para recuperar el centro político y asegurarse la victoria en las próximas elecciones generales.

Se abre por tanto un período de incertidumbre y de realineamiento de las fuerzas políticas en el frente interno, y de vacío de liderazgo en un país que había participado de manera proactiva en la dinámica estratégica regional. Sus Estados vecinos echarán de menos al Japón de los últimos años y su papel como contraequilibrio de China, mientras que es toda una incógnita cómo evolucionará la relación con Estados Unidos, cuyas presiones arancelarias están afectando gravemente a sus empresas exportadoras. El primer encuentro de Takaichi con el presidente Trump, previsto a final de mes en Tokio en vísperas de la cumbre de APEC en Corea del Sur, donde de nuevo coincidirán, proporcionará algunas claves.

 

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