Durante largos años, los investigadores Branko Milanovic y Christoph Lakner recopilaron pacientemente las encuestas de presupuestos familiares de un centenar largo de servicios nacionales de estadística y resumieron la información en un gráfico. En el eje horizontal dispusieron a la población mundial ordenada por renta y, en el vertical, lo que había variado la riqueza de cada percentil. El resultado es una curva con forma de elefante que muchos activistas han enarbolado como prueba de que la globalización ha abierto una brecha insalvable en Occidente.
Efectivamente, mientras entre 1988 y 2008 el 1% más rico (la trompa) aumentó un 60% sus ingresos, en los percentiles 75 a 90 (que en teoría corresponden a las clases medias europea y estadounidense) apenas hubo variación. Este dispar comportamiento explicaría muchas de las cosas que estamos viendo. “Piense en Donald Trump”, se lee en el último libro de Milanovic. “Piense en el nacionalismo. Piense en el brexit”.
El problema de este razonamiento es que se apoya en una ficción estadística. Como explica el economista de la Resolution Foundation Adam Corlett en Examining an elephant, el gráfico compara cómo se reparte la renta entre los hogares del planeta en dos momentos dados, no cómo les ha ido a esos hogares concretos. Quienes ocupan los distintos percentiles en 2008 no son los mismos que los ocupaban en 1988. Ni siquiera comparten nacionalidad.
De hecho, como no tenían datos de todo el mundo, Milanovic y Lakner usaron listas de países distintas en cada año. Cuando el cotejo se ciñe a aquellos de los que había información para 1988 y para 2008, se obtiene un elefante levemente distinto, con una trompa más corta, es decir, con ricos menos ricos.
Este fenómeno se agudiza si se tiene en cuenta además que la población global no evolucionó uniformemente en esas dos décadas. Creció más en Asia, donde hay más pobres, lo que redujo la renta media del planeta y mejoró por tanto la situación relativa de los ricos. Ocurrió algo parecido con la ampliación al este. El 30 de abril de 2004, en vísperas de que ingresaran en la UE Chipre, Malta y otros ocho miembros del antiguo bloque soviético, el PIB per cápita español suponía el 90% del europeo. Un día después había saltado al 99%. ¿Éramos de verdad nueve puntos más ricos? No. Se trataba de una ilusión contable. Es como cuando en el ejército pedían un voluntario, los veteranos se echaban atrás como un solo hombre y el pobre novato que no se había movido del sitio parecía que había dado un paso al frente.
Parte del avance de los ricos del mundo desde 1988 es consecuencia también de esta distorsión y, para neutralizarla, Corlett compara poblaciones constantes. El resultado es un elefante con mucho más lomo y bastante menos trompa.
Pero aún queda un último ajuste. La distribución de la riqueza está muy afectada por el colapso comunista. China y la URSS eran uniformemente pobres antes y ahora se han sumado al próspero, pero más desigual, universo capitalista. ¿Qué proporción de las diferencias mundiales es atribuible a esta transición? Parece que bastante. Cuando se excluye del cálculo a estas dos regiones (y a Japón, cuyos datos no son fiables, según Corlett), la curva de Milanovic y Lakner se vuelve prácticamente plana. La insalvable brecha que se ha abierto en Occidente no lo parece ya tanto.
“Empleando los mismos datos que hay detrás del elefante”, escribe Corlett, “sería incorrecto sostener que los ingresos de las clases baja y media del Primer Mundo se han estancado”. Y concluye: “Como siempre en economía, la historia es mucho más complicada”.