El giro de China ante la guerra contra el terrorismo en Gaza en que Pekín reconoce el derecho de Israel a su autodefensa, en línea con la posición formal de la UE y EEUU, unido a la visita del ministro chino de Exteriores, Wang Yi, a Washington parece indicar que algo se está moviendo en el escenario internacional ante la gravedad de la situación en Oriente Próximo. Wang mantendrá encuentros con el secretario de Estado Blinken y el asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan.
Que la situación es grave es indudable, pero, de momento no estamos ante las vísperas de un apocalipsis. Detrás de las palabras gordas, las provocaciones y las bravatas hay cierta contención en los actores que pueden abrir las puertas del infierno. China parece estar dispuesta a profundizar en esta dirección sin dejar de sostener un discurso anti occidental y sin dejar de mirar de rejo as Rusia y sus juegos en las repúblicas centro asiática a la vez que Putín y Xi se prometen amor eterno.
Que China haya visto remontar, aunque ligeramente, su economía en el último mes no es un dato a despreciar en el momento actual en el que EEUU, a pesar de las dudas en el entorno de Biden, mantiene el pulso en los dos frentes de conflicto.
Pero China no baja ni un punto en su presión sobre los mares cercanos en los que insiste en imponer sus reglas, dominar las rutas y condicional el comercio internacional. No se trata únicamente de mantener la presión sobre Taiwán producto de un conflicto histórico que tiene su origen en la toma de poder en Pekín de los comunistas de Mao. El choque de las últimas horas entre barcos chinos y filipinos expresa con claridad el proyecto expansionista de la estrategia marítima de China que está invirtiendo en las últimas décadas ingentes recursos en sus fuerzas aeronavales.