En las series de TV que ahora que están tan de moda se puede constatar el sostenido empeño de los guionistas en ligar las tramas a la actualidad más inmediata. Así, en The Good Fight puede seguirse en ficción las ultimas semanas de Trump en la Casa Blanca y las primeras, y grandes, tribulaciones de Biden, o el problema de los anti vacunas en varias otras. Y hay una teleserie, Stella Blomkvist, que se atreve con la estrategia china de expandir negocios e influencia poniendo dinero sobre la mesa, blanco o negro, y logrando posiciones estratégicas adelantadas en infraestructuras y negocios en países europeos. Esta, que es una constatación y una preocupación, se plantea en la serie con una crudeza que no se exhibe en Bruselas donde hay voces influyentes que defienden que China es, de momento, más una oportunidad de mercado que una amenaza.
Adelantemos que la serie no es buena pero parte de un supuesto que se repite en varios países: una empresa china, con paraguas estatal por supuesto, compra una isla en Islandia y quiere hacerse con la gestión de varios puertos. En el comité islandés de negociación el interés de Islandia aparece en todo caso como efecto secundario porque la clave es la pugna entre los negociadores por ver quien recibe más incentivos monetarios de China. En todo caso este no es el eje de la trama (si fuera así tal vez ganaría interés). La clave argumental es la investigación de una serie de crímenes que revela la relación de los negociadores con China con los bajos fondos islandeses relacionados con tráfico de jóvenes eslavas, drogas y actividades relacionas con esto.
El puerto griego del Pireo, considerado la gran puerta de entrada de los productos asiáticos a Europa, es uno de los ejemplos de la expansión de las empresas chinas en la red global de puertos.
Después de la Gran Crisis de 2008-2009, Grecia tuvo que llevar a cabo reformas y privatizaciones para pagar sus deudas tras el rescate financiero internacional.
El gigante estatal chino, Cosco, vio una oportunidad para entrar en la industria portuaria de un país en crisis. Fue así como adquirió el 51% del Pireo, bajo un acuerdo que le permitiría hacerse con el 67% cinco años después.
La misma compañía está en conversaciones para adquirir una participación en el puerto de Hamburgo, Alemania. Si llegara a concretarse, sería la octava mega inversión portuaria de Cosco en Europa.
Y otro de los gigantes chinos, Shanghai International Port Group, se ha hecho con el control del puerto israelí de Haifa.
Esos son algunos de los capítulos más recientes de una larga historia de expansión portuaria, que en los últimos años se ha dado en el contexto de la llamada Ruta Marítima de la Seda, iniciativa que forma parte de un plan más amplio de inversión de los capitales chinos en obras de infraestructura alrededor del mundo. Para conseguir ese objetivo, tener el control de las concesiones portuarias en puntos geoestratégicos es fundamental, señala un informe elaborado por la BBC que sostiene que distintas estimaciones apuntan a que empresas del gigante asiático controlan actualmente cerca de 100 puertos en más de 60 países.
Sin embargo, esta no es una historia de éxito completo. Un análisis del China Power Project, perteneciente al Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS, por sus siglas en inglés), con sede en Washington D.C., titulado «¿Cómo influye China en la conectividad marítima global?» pone de relieve las dificultades. Así está el caso del puerto de Gwadar, un componente clave del Corredor Económico China-Pakistán, que pese a los anuncios, ha terminado estando «infrautilizado».
«El gobierno paquistaní tuvo que tomar medidas desesperadas a principios de 2021 para reactivar el puerto», señala el análisis del CSIS. También agrega que algunos proyectos importantes aún no se han materializado por completo, como el puerto de Bagamoyo en Tanzania.
Otro aspecto de las operaciones chinas en la industria portuaria, agrega el documento, tiene relación con los términos de las negociaciones que se llevan a cabo con países endeudados con Pekín.
Son algunos ejemplos de la puesta en marcha de una estrategia basada en la ausencia de límites y reglas a la hora de negociar por parte de un Estado totalitario, de las presiones sobre Estados vulnerables para conseguir ventajas y en la falta de garantías de cumplimiento y calidad en la ejecución de los acuerdos. No es eficiencia todo lo que reluce en la propaganda china.