Dice un proverbio inuit que no distingues a tus amigos de tus enemigos hasta que se rompe el hielo. Pues bien, el hielo del Ártico está disminuyendo a una tasa de 12,8% por década y dejando al descubierto un tablero geopolítico lleno de oportunidades tanto para países ribereños como para vecinos. Que empiece el juego.
El Ártico está regulado por la Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (UNCLOS) y bajo su paraguas se dirimen las diferentes disputas territoriales y de jurisdicción. A su vez, existe el Consejo Ártico como foro intergubernamental para la discusión. Sin embargo, en un mundo en transición, esta región del planeta puede ser un laboratorio del multilateralismo. Nos encontramos con un Estados Unidos revisionista (no ha ratificado la Convención), una Rusia muy asertiva que llegó a plantar una bandera en el lecho marino en la vertical del polo y una China que de puertas para fuera se presenta como jugador responsable pero que tiene un compromiso selectivo con la legislación internacional. Pero China, que ni siquiera es Estado ribereño ¿Qué busca en el Ártico? Y, ¿qué legitimidad argumenta para proteger sus intereses?
Los intereses de Pekín en la región son diversos y relacionados con prácticamente todas las posibilidades que el deshielo presenta: pesca, turismo, investigación científica estratégica, explotación de hidrocarburos, minería y, por supuesto, rutas de navegación alternativas. La llamada Northern Sea Route, que recorre la costa rusa uniendo el estrecho de Bering con Europa, supondría para China no solo una reducción de 7000 km de media en los trayectos a Europa, sino que pasaría a ser una parte fundamental de la Ruta de la Seda.
El interés chino en la región fue presentado al mundo con el Libro Blanco de enero de 2018. Esta fue la primera vez que Pekín expresaba abiertamente que sus intereses no están limitados exclusivamente a la investigación científica y que incluyen actividades de carácter comercial. El documento, que es básicamente una recopilación de elementos de políticas articuladas en los últimos años, no revela ninguna novedad relativa a la estrategia. Eso sí, pone de manifiesto la importancia de la “Ruta de la Seda Polar”, que presentaría oportunidades relativas a la conectividad y al desarrollo sostenible para todas las partes interesadas. Vale la pena recordar que, pese a las dificultades que presenta la ruta polar: está limitada al verano, requiere la construcción de cargueros con cascos especiales…, significa una ruta mucho más segura que la alternativa terrestre, de paso obligado por zonas conflictivas de Asia Central y Oriente Medio, y que la alternativa marítima del sur, que no solo es mucho más larga, sino que requiere el paso por el estrecho de Malaca.
China ha sabido jugar bien sus cartas y ha ido desarrollando sus maniobras estratégicas a la vez que se ha ido desarrollando una identidad de “Estado cercano ártico”. Dentro de esta estrategia habría pasado a formar parte en 1996 del Comité Internacional de Ciencia del Ártico y habría conseguido el estatus de miembro observador del Consejo Ártico en 2013 después de cinco años de negociaciones y dos intentos fallidos. Respecto a sus movimientos estratégicos, en 1925 ya había firmado el tratado Svalbard que, pese a que asegura la soberanía del archipiélago a Noruega, garantiza el derecho de terceros a explotar sus recursos naturales en pie de igualdad. Pero la actividad real no empezó hasta los años 90 y desde entonces no ha hecho más que crecer. Desde 1999 ha llevado a cabo expediciones científicas con su rompehielos de construcción ucraniana Xue Long (dragón de hielo). En 2004 incluso construyó la Huanghe Zhang (Estación del Río Amarillo) en Spitsbergen, la mayor de las islas Svalbard. La compañía naviera estatal Cosco ha llevado a cabo más de 30 viajes en la región desde 2013 y Pekín ha invertido grandes cantidades en la construcción de infraestructuras a lo largo de la costa rusa. En 2016 inició la construcción del primer rompehielos propulsado por energía nuclear chino, el Xue Long 2, y en 2017 Xue Long cruzó el área central del Ártico por primera vez.
Pese a la asertividad del gigante asiático, China se presenta en su Libro Blanco como un jugador responsable, comprometido con la sostenibilidad, el respeto al medio ambiente y el beneficio común. Trata de legitimar sus intereses y su creciente rol en la región basándose en la investigación científica llevada a cabo desde los 90 y su compromiso con la gobernanza ártica como miembro del Consejo desde 2013. Pero ¿es realmente un actor responsable?
Como apunta Grieger, el Libro Blanco, y la versión en inglés especialmente, está diseñada para una audiencia que no ha seguido el debate interno y el discurso político en China, donde el debate se enfocó claramente en la explotación de los recursos naturales y no en la protección ambiental.
Además, China se presenta comprometida con los acuerdos institucionales multilaterales para la gobernanza del Ártico y con el marco legal existente con UNCLOS como el centro. Pero cabe mencionar aquí cómo ignoró la decisión de la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya sobre las reclamaciones marítimas en el Mar de China Meridional en 2016. El tiempo dirá, pero sobran motivos para el escepticismo.