Los roces militares entre India y China de las últimas semanas en la explosiva frontera de Cachemira (explosiva por la máxima tensión entre India y Pakistán) ha hecho saltar la preocupación, pero casi nadie explica las razones profundas de esta tensión chino-india y muchos apuntan a una pérdida de control a partir de incidentes locales. Hubo ya enfrentamientos ocasionales en 2017 que se resolvieron bilateralmente.
En teoría, la construcción de una carretera para mejorar la comunicación entre una base militar india con sus puestos avanzados habría llevado a tropas chinas a ocupar varios kilómetros cuadrados de territorio que la propia China reconoce como de soberanía india. Pero sorprende la iniciativa y la reacción cuando desde hace años ha aumentado la tensión en otro punto de la misma región, en la frontera entre India y Pakistán, con choques más serios, varios muertos, atentados terroristas islamistas y amenazas de guerra abierta.
La reacción de Pekín y Delhi ha sido la de llamar a la calma, establecer reuniones entre jefes militares de ambos países sobre el terreno y mantener contactos bilaterales abiertos. La crisis parece encauzada pero queda bajo observación.
En el escenario regional no parece que un aumento de tensión favorezca a ninguno de los dos países aunque lleven desde hace años en una educada pugna por aumentar su influencia en la región del Indo Pacífico.
China, aliado de la URSS y luego de Rusia durante la segunda mitad del siglo XX, ha comenzado a girar con suavidad hacia un mejor entendimiento con EEUU y aliados y China busca mejorar sus lazos comerciales y políticos con el sureste asiático y Pakistán. En ese escenario, un enfrentamiento abierto entre China e India produce algo más que escalofríos.