China está a punto de cerrar un gran acuerdo político-comercial con Irán. Pekín invertiría centenares de miles de millones de euros en infraestructuras iraníes y Teherán facilitaría la extensión territorial hacia Occidente de la Ruta de la Seda, además de ofrecer facilidades logísticas en sus puertos del sur. Con ello, Irán trata de paliar las consecuencias de las sanciones estadounidenses por sus desacuerdos sobre el programa nuclear iraní, y China pone una pieza más en su estrategia diplomática de consolidar sus influencias en Oriente Medio.
Sin embargo, las negociaciones están pasando por dificultades. Por una parte, algunos sectores del régimen iraní están planteando su desconfianza por lo que han llegado a denominar colonialismo chino y consideran excesivas las condiciones planteadas por Pekín, que de momento no se han hecho oficialmente públicas. Por otra parte, el acercamiento Pekín-Teherán preocupa a Pakistán, hasta ahora socio preferente de China en la región, ya que hay frontera entre ambos países y China tiene ya puertos comerciales y militares en la costa sur pakistaní.
No hay que perder de vista que Pakistán, país islámico de mayoría sunní y con sectores muy radicalizados, es, a su vez, aliado de Arabía Saudí y enemigos ambos de un Irán de mayoría chií y enfrentado militarmente en Yemén a través de grupos aliados, con la propia Arabia.
Y un tercer elemento. El viraje de los países árabes de mayoría sunní hacia una oficialización de sus relaciones comerciales con Israel y un reconocimiento de este país, está cambiando los equilibrios de poder y poniendo en alerta los apoyos de Irán a grupos palestinos suníes per que se sienten traicionados.
En este proceloso mar tiene que navegar China que, a su vez, tiene crecientes acuerdos comerciales con Israel y con los saudíes. El proverbial pragmatismo chino tiene ante sí varios retos complicados.