La pregunta sobre quién sucederá a Xi Jinping no es solo un ejercicio de política interna. Es una de las cuestiones más estratégicas del presente siglo. Con más de 1.400 millones de habitantes, una economía de más de 17 billones de dólares y ambiciones tecnológicas y militares globales, el tipo de liderazgo que emerja tras Xi redefinirá el papel de China en el mundo.
Aunque Xi sigue en el poder con un control sin precedentes, sus 72 años y la creciente presión interna y externa obligan a analizar lo inevitable: la transición. A falta de señales claras sobre un sucesor, analistas y diplomáticos se preparan para tres posibles escenarios.
Escenario 1: Sucesión controlada con heredero leal
Imaginemos que Xi Jinping selecciona y promueve gradualmente a un sucesor de confianza —alguien como Ding Xuexiang, Li Qiang o incluso un cuadro más joven— a través de una transición pactada y cuidadosamente gestionada. El sucesor asciende con respaldo institucional, sin cuestionar el legado de Xi y manteniendo la continuidad ideológica.
El liderazgo se mantiene dentro del círculo “Xiísta”, pero sin necesidad de prolongar indefinidamente su mandato. El sucesor no rompe con el modelo, pero busca adaptar el sistema a nuevos desafíos económicos y sociales. Este escenario tendría implicaciones en la Estabilidad institucional, ya que el Partido Comunista recupera parte de la confianza interna y externa al demostrar que aún puede garantizar transiciones ordenadas. Posiblemente, se mantendría el control autoritario, pero podrían reactivarse algunas reformas económicas estancadas, especialmente para recuperar la inversión privada y extranjera. El control social y la censura se mantendrían, aunque con ajustes pragmáticos. A nivel global, nos encontraríamos con mercados más tranquilos, ya que la previsibilidad favorece la inversión extranjera y reduce la percepción de riesgo. , un relajamiento de tensiones con EE.UU. y la UE, y una mayor estabilidad en Asia-pacífico.
Escenario 2: Transición forzada por crisis o salud
Una situación de crisis—económica, sanitaria, interna o una emergencia geopolítica—obliga a Xi Jinping a retirarse abruptamente o a perder poder dentro del Partido. Esto podría ser consecuencia de una recesión profunda, protestas sociales extendidas, una derrota diplomática significativa o un deterioro de su salud que no pueda ocultarse.
Sin un sucesor claro, los altos cuadros del PCCh entrarían en un proceso de negociación interna, posiblemente tenso, para escoger una nueva figura de compromiso. Internamente, este escenario podría provocar un riesgo de lucha faccional, ya que aunque el PCCh tiene mecanismos para evitar fracturas públicas, una sucesión forzada puede dar lugar a alianzas internas inestables. Ademas, podría aumentar el peso del ejército y los órganos de seguridad, que podrían actuar como árbitros temporales del proceso. Globalmente, una sucesión de este tipo generaría volatilidad en los mercados, ya que la incertidumbre podría provocar reacciones negativas en las bolsas asiáticas y afectaría el comercio global, aunque también una potencial apertura diplomática: Si el nuevo liderazgo busca legitimarse, podría moderar la postura frente a Occidente, reactivar tratados multilaterales o reducir tensiones con socios económicos.
Escenario 3: Prolongación indefinida del mandato de Xi
Xi Jinping decide continuar más allá de 2027, argumentando la necesidad de “estabilidad y unidad” ante los desafíos externos y las transformaciones internas. Se asegura un cuarto mandato o incluso un marco que elimine cualquier límite temporal, consolidando un liderazgo vitalicio de facto.
No se promueve a ningún sucesor formal. Las decisiones clave continúan centralizadas en su persona, y el entorno se vuelve cada vez más personalizado.
Implicaciones internas:
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Mayor rigidez política: Se fortalece el culto a la personalidad, se reprime cualquier disidencia dentro del Partido, y se neutralizan figuras emergentes.
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Inmovilismo económico: Las reformas estructurales quedan en suspenso. El aparato burocrático actúa con cautela para evitar errores, generando lentitud y parálisis institucional.
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Crecimiento del malestar social encubierto: Aunque el control mediático es férreo, sectores de la clase media y la élite económica podrían empezar a mostrar desafección.
Impacto global:
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Aumento de la confrontación con Occidente: EE. UU. intensificaría el desacoplamiento económico y tecnológico, percibiendo a Xi como un líder perpetuo sin intención de apertura.
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Mayor presión sobre Taiwán y el Indo-Pacífico: Xi podría buscar un legado histórico con acciones más arriesgadas en temas sensibles.
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Reconfiguración del comercio global: Empresas multinacionales acelerarían su salida parcial de China, buscando diversificar su exposición a un entorno político menos previsible.
Hasta ahora, todos los indicios apuntan a que Xi buscará permanecer en el poder al menos hasta 2032, consolidando su visión de “revitalización nacional”. Sin embargo, la creciente presión económica —con una desaceleración clara del PIB, altos niveles de deuda y tensiones comerciales— podría obligarlo a al menos preparar un escenario de sucesión controlada.
Lo más probable es una combinación de los escenarios 1 y 3: Xi no se retirará pronto, pero empezará a construir su legado institucional a través de un sucesor leal, sin ceder poder real hasta estar seguro de su continuidad ideológica.
Por todo ello, China se encuentra en una encrucijada. La transición de poder tras Xi Jinping definirá no solo el futuro político del país, sino también su lugar en el tablero global. Un relevo ordenado podría renovar la confianza internacional, reactivar el dinamismo económico y estabilizar la región. Pero una sucesión opaca, forzada o bloqueada puede tener consecuencias de gran alcance: desde choques internos hasta una nueva fase de rivalidad internacional más agresiva.
El mundo observa con atención. Porque en el futuro de China —y en cómo Xi Jinping afronte su relevo— se escribe parte importante del destino del siglo XXI.