La realidad es un asco. La esposa quiere el marido ideal, el hijo quiere el padre ideal y no siempre estamos a la altura. “Se trata de un papel muy exigente”, admite Ishii Yuichi. ¿Por qué no dejarlo en manos de un profesional? Es lo que propone la firma que dirige, Family Romance. Brinda la posibilidad de suplantar a cualquier pariente, amigo o profesional que, por una u otra razón, no esté (o no quiera estar) disponible. A Yuichi se le ocurrió después de hacerse pasar por el marido de una madre soltera a cuya hija no admitían en un colegio porque no tenía padre. “Sentí que debía desafiar la injusticia de la sociedad japonesa”, le cuenta al periodista Roc Morin en The Atlantic.
No logró engañar al director del centro, pero decidió montar un negocio. Ahora tiene un equipo de 800 actores capaces de encarnar cualquier personaje. Por ejemplo, en la cultura japonesa es habitual que los empleados presenten disculpas cuando cometen un error grave. Es una ceremonia humillante. “Tienes que hincarte de rodillas”, cuenta Yuichi, “apoyar las manos en el suelo. Las manos deben temblar. Así que mi cliente (el que ha metido la pata) está de pie a un lado, mirando, mientras yo estoy postrado, revolcándome por la moqueta, y el jefe me insulta rojo de ira”.
También intervienen en caso de infidelidad. “Imagine que una esposa engaña a su marido y este se entera”, plantea. “Cuando esto sucede, el marido exige a menudo conocer al otro. Naturalmente, esto no es fácil de arreglar, porque el otro suele salir corriendo, así que me llevan a mí”.
“¿Y qué pasa entonces?”, pregunta Morin.
“Tenemos un manual para todas las situaciones”. En esta en concreto el protocolo aconseja encarnar a un yakuza. Yuichi llega, inclina la cabeza y pide perdón humildemente. “Normalmente, el marido me regaña, pero como le han explicado que eres de la mafia, no suele insistir más”.
Algunos padres lo han contratado para que organice una boda a su hija lesbiana. Family Romance aporta el novio y la mitad de los invitados. Cuesta unos 4.000 dólares y es todo falso, “salvo los clientes de la familia” a los que se pretende impresionar.
“¿Cuántas veces se ha casado así?”
“Tres”.
Yuichi asegura que su negocio tiene un brillante futuro. “La demanda no deja de crecer. Mucha gente busca hoy ayuda para ganar popularidad en las redes. Hace poco, cinco de nosotros acompañamos a un cliente a Las Vegas para que pudiera hacerse fotos y colgarlas en Facebook”.
La pregunta que uno se hace es dónde está el límite. Porque mientras en Europa nos reímos de las agencias que suministran coartadas a los cónyuges infieles, en Japón ya están en la siguiente generación: la realidad 2.0. Yuichi hace de padre de una niña que sufría acoso. Las compañeras le preguntaban constantemente dónde estaba su papá y la madre le paga 200 dólares más los gastos para que asuma el papel cuatro horas a la semana. Empezó hace ocho años. La niña ha cumplido los 20, nadie le ha dicho que es un impostor y está encantada.
“¿Ella le quiere a usted?”, le pregunta Morin.
“Sí”, responde Yuichi. “Es fácil sentir su amor. Me habla de la relación con su madre, comparte sentimientos íntimos”.
“¿Y usted se limita a actuar o experimenta emociones sinceras?”
“Es mi trabajo. No soy padre las 24 horas, solo a tiempo parcial. Cuando estoy con ella, no siento que la quiera de verdad”.
Da un poco de miedo, pero Yuichi sabe envolverlo en una retórica que recuerda el dilema que Aldous Huxley planteó en 1932: ¿es legítimo recurrir a cualquier medio, incluida la mentira, para alcanzar la dicha? “La vida es injusta”, razona Yuichi, “por eso existe mi empresa”. La mujer que tiene pareja no necesita alquilarla, pero otras muchas están solas. Family Romance recompone estos desconchones y entrega un mundo “más ideal, más limpio”. Un mundo feliz. (Foto: Somethings hiding in here, Flickr)