El crimen del consulado de Estambul no sólo está suponiendo el revés más importante para la monarquía saudí en décadas, sino que puede acarrear un reajuste geoestratégico en la región con efectos negativos.
En primer lugar, que haya tenido lugar en Turquía y que este país se haya convertido, tal vez a su pesar, en el fiscal del caso plantea un problema y probablemente facilitará una salida no excesivamente traumática para Ryad. Turquía y Arabia Saudí son cautelosamente aliados. Les une su adscripción al sunismo islámico y su rechazo a una solución en Siria que pase por la supervivencia del régimen de Al Assad. Les separa la alianza de Ankara con Moscú que, a la vez, es un firme aliado del régimen sirio y de Irán, enemigo total, y bélico en Yemen, de los saudíes.
A la vez, la presión sobre los saudíes ha hecho reforzar sus lazos al eje sunní integrado básicamente por Bahrein, Jordania, Egipto y Arabia (Marruecos en segundo plano) que viven tratando de romper el crecimiento de la influencia y la presencia de Irán en toda la región. Debe añadirse que, aunque desde una discreción cada vez menor, nunca antes se había vivido un acercamiento como el actual entre Israel y el régimen saudí, amenazados ambos por Teherán.
Y, de fondo la presión de los medios de comunicación y la izquierda mundial que tratan de presentar a Arabia saudí como el gran Satán junto a su aliado EEUU. La satrapía saudí es hace tiempo el pretexto para encubrir los crímenes iraníes o justificar cierto terrorismo y es significativa la influencia de este clima de opinión en los gobiernos occidentales bienpensantes instalados en lo políticamente correcto en lo público y en la hipocresía y el realismo político en privado y en la práctica.