China ha pasado de fabricar productos textiles y bienes de consumo barato en los años 80 a disponer de industrias en sectores con una mayor componente tecnológica como por ejemplo los de automoción, maquinaria, electrónica, productos químicos, etc. Asimismo, su mayor competitividad en el mercado global ha contribuido a multiplicar exponencialmente sus exportaciones.
Desde el mundo desarrollado se acusa a China de hacer “trampas” para mejorar su capacidad industrial y sus exportaciones. Entre ellas, destacan las de subsidiar a sus empresas, un tipo de cambio devaluado, la regulación de los precios de la energía o los tipos de interés artificialmente bajos.
Sin embargo, aunque todos estos factores han contribuido al desarrollo industrial de China, no son la base de su transformación industrial. Según los expertos, el éxito del gigante asiático se ha debido principalmente a una ubicación geográfica excepcional como núcleo manufacturero en Asia y a la combinación de un coste laboral del tercer mundo con infraestructuras del primer mundo.
Además, parece ser que hubo un tiempo en que fue al revés. En el siglo XVIII, la industria de porcelana en Europa se desarrolló gracias a los informes de los misionarios jesuitas sobre las técnicas chinas, consideradas por Pekín como secretos comerciales. Asimismo, los británicos establecieron una industria del té en India gracias al robo de plantas de té en China, ya que su exportación estaba prohibida. Pero no hace falta remontarse tanto en el tiempo, a principios del siglo XIX Estados Unidos estableció su primer complejo textil en Lowell (Massachusetts) gracias al espionaje industrial en Europa.
También en el vecindario chino encontramos casos significativos como los de Japón, Corea del sur y Taiwán, que después de la segunda guerra mundial llevaron a cabo técnicas de ingeniería inversa de la tecnología occidental. Con estos ejemplos, no se pretende justificar el robo de propiedad intelectual, sino poner de manifiesto que es una realidad universal que termina cuando los beneficios de proteger las patentes propias son mayores que los que aporta el robo de tecnología extranjera. China está cada vez más cerca de alcanzar ese punto como indica el hecho de que esté comenzando a legislar sobre el asunto.
Además, pese a las desventajas competitivas, a la mayoría de las empresas extranjeras les sigue resultando rentable su presencia en el gigante asiático debido principalmente al descomunal volumen de su mercado y a la falta de fabricantes nacionales capaces de competir en el mercado internacional de productos de alta tecnología. Y es que no hay que tirar las campanas al vuelo ya que la producción industrial china sigue muy ligada al ensamblaje final de componentes, donde los márgenes de beneficio son muy pequeños, mientras que la parte más rentable, esto es el diseño y marketing de los productos finales, sigue en manos de las multinacionales extranjeras.
Por tanto, si nos alejamos de los tópicos y los discursos precocinados donde el sentir popular es que “los chinos nos comen”, sorprende descubrir que no están haciendo nada que no hayamos hecho antes en occidente, que no están “tan avanzados” todavía y que, pese a las quejas, nuestras empresas siguen beneficiándose de su presencia en China. Pero si hacemos caso de la historia, en este caso con características chinas, ¿veremos en el futuro a occidente copiando la tecnología china de nuevo?