En tiempos de pandemia, la tendencia natural de las naciones ha sido cerrar sus fronteras y poner a sus ciudadanos en cuarentena mientras las empresas que han podido seguir operando han establecido un sistema de “teleworking” y a los niños se les trata, con grandes esfuerzos, de seguir educando académicamente desde casa. Todas estas prácticas improvisadas, bien o mal, están funcionando. Todo en medio de unos esfuerzos titánicos para contener el contagio del COVID-19 y evitar más sufrimiento.
En este nuevo escenario que se ha convertido en la nueva realidad también ha surgido un nuevo fenómeno y es el nuevo comportamiento internacional de Beijing, que difiere mucho de las formas a las que nos tenían acostumbrados y que curiosamente en vez de mantener una relativa humildad y aceptar el catastrófico manejo de la crisis en Wuhan, ahora saca pecho y enfrenta a cualquiera que lo incrimine por sus acciones.
Así sucedió en Berlín, en donde la embajada China tuvo un enfrentamiento con el periódico Bild, después de que éste exigiera una compensación a Beijing de unos 160 mil millones de dólares por los daños causados.
Trump también se hizo eco del coste que estaba suponiendo para Washington y la economía norteamericana el virus. Y, además sugirió que estaba presionando a las agencias de inteligencia para hacer una minuciosa investigación que determine si el origen del virus fue el Laboratorio de Wuhan. Y asomó la posibilidad de demandar por esos daños. A lo que el ministerio del exterior chino respondió que eso es ridículo.
Australia, por su parte, anunció su deseo de hacer una investigación. Y en esa misma línea Beijing le alertaba del peligro que supone dañar su relación comercial con ellos que son uno de los principales consumidores de productos australianos.
China también ha aprovechado para hacer campaña de sus ayudas a países aliados ideológicamente como es el caso de Venezuela. Beijing envió a finales de marzo un avión con personal médico que entrenaría a los médicos del régimen de Maduro y con material sanitario. Y, a mediados de abril, los medios oficiales chinos anunciaban el envío de una segunda ayuda, “más ayuda a Caracas, basado en la estrecha amistad y lazos profundos de ambos gobiernos”.
Lo mismo sucedió con Cuba, en donde el embajador chino posaba entregando material médico al ministro de Salud cubano y una vez más los medios oficiales chinos usaban las instantáneas para vender una imagen solidaria y humana del gobierno chino.
En contraposición, Beijing amenazó a los Países Bajos con retener ayuda médica por haber cambiado el nombre de la oficina de Taiwán y haber incluido la palabra Taipéi en el nombre.
Mientras, el número de contagios no hace más que aumentar a nivel global. Ya son más de tres millones y medio de casos en el mundo y unos 250 mil fallecidos. Y la respuesta de China es seguir alimentando teorías sobre el origen del COVID-19 en una base militar americana.
La pandemia, que ha dejado ver la vulnerabilidad de un mundo globalizado, está también dejando ver los verdaderos valores del gobierno chino y cómo el Partido Comunista China aprovecha su posición de líder para presionar y conseguir apoyo en un momento tan delicado.
La diplomacia de la ruta de la seda ha dejado ver las miserias de Beijing y el objetivo final de hacerse con el liderazgo no solo regional en Asia sino en el resto del mundo.
La agresiva narrativa china en tiempos de pandemia debería servir a las naciones del mundo para comprender el peligro de mantener dependencia de insumos de un único país, casi exclusivamente. Y lo que significará adherirse a la plataforma del 5G y las consecuencias que eso podría tener para la seguridad nacional de esa nación.