En las relaciones entre EEUU, China y la UE “la cuestión central es el poder”, comenzaba diciendo Fidel Sendagorta en un coloquio organizado por el Instituto de Cuestiones Internacionales y Política Exterior (Incipe), en el que analizó la situación. “Primero, porque estamos de nuevo en una era dominada por la política de poder, que se caracteriza por ser más desinhibido en todas sus formas, incluida la coacción económica o híbrida”. Un contexto en el que el nacionalismo es cada vez más exacerbado, donde la tensión es cada vez más difícil de manejar.
Y es en este contexto aparece el poder chino. Y esta vez -a diferencia de hace 200 años cuando siendo primera potencia económica solo estaba interesada en su vecindario inmediato- necesita al resto del mundo. Y según se expande en términos económicos y comerciales, también lo hace militarmente. “Hoy solo tienen una base en Yibuti, pero habrá más”, apuntaba el director general de Política Exterior y Seguridad. De momento ya tiene una flota con capacidad de proyección en los océanos y capacidad de influencia política en regiones en las que antes estaba poco representada.
Para lograr su ambición de liderazgo, que pasa, por cierto, por “desoccidentalizar el orden internacional”, Pekín tendría una “estrategia conocida y otra oculta”. Por un lado, estarían las famosas iniciativas Made in China 2025 o La Franja y la Ruta, donde las estrategias quedan más o menos claras. Sin embargo, el puzle queda incompleto y, mientras Thomas Wright argumenta directamente que la estrategia china es “un misterio”, otros entienden que se puede inferir de muchas maneras. Es el caso de Michael Pillsbury, que habla de la “maratón de los 100 años” refiriéndose al objetivo de conseguir un puesto de liderazgo en el sistema mundial en 2049.
En cualquier caso, se entiende que la estrategia siempre había estado influida por ideas tradicionales basadas en la máxima de ganar las guerras sin necesidad de hacerlas. Sin embargo, ahora China habría abandonado la “prudente actitud” y se ha lanzado a una exhibición de su poder, pero ¿por qué? Sendagorta argumenta que se debería básicamente a tres razones. En primer lugar, estaría aprovechando el hueco dejado por el repliegue estadounidense, en segundo lugar, Pekín es cada vez menos dependiente económicamente del resto al haber desarrollado su consumo interno, y, por último por el auge del nacionalismo.
Tanto Washington como Bruselas tardaron en reaccionar. En un primer momento Trump enfocaba la política hacia China de una manera exclusivamente comercial, en términos de deslocalización y “pérdidas de puestos de trabajo”. En Europa han hecho falta llamadas de atención -como cuando Alemania trató de evitar a compradores chinos para la empresa puntera de robótica Kuka y descubrió que no había ningún mecanismo que lo impidiera- para priorizar en la agenda el pulso para la protección de las industrias estratégicas y para darnos cuenta de que ya no basta con pensar solo en términos económicos.
Y, es que es en la tecnología donde “se juega la base del poder de cualquier país en el futuro”. En el caso de las redes 5G, por ejemplo, además del componente económico tienen uno de defensa. Pero este componente “no solo se trata de espionaje o robo de datos, se trata de algo más”. Hay países, como Japón o Australia, que no quieren implantar las redes chinas en previsión a un posible conflicto: “controlar las redes 5G es una baza para poder apagar sectores enteros de la economía de un país”.