Washington.- El acuerdo de libre comercio de América del Norte (NAFTA por sus siglas en inglés) está en un proceso de deterioro de su estabilidad, a pesar de sus más de veinte años de exitoso funcionamiento. Tanto Canadá como México están apostando fuertemente por mantenerlo a flote, pero sus socios estadounidenses han repetido sin ningún tipo de dobleces que no continuarán con un acuerdo que perjudique la economía y los intereses de los Estados Unidos. La semana pasada, el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, en su visita a la Casa Blanca, apostó por impulsar el acuerdo mientras Donald Trump, en su básico vocabulario, dejaba claro que sus relaciones bilaterales con Canadá son muy buenas, pero que el NAFTA ya se verá.
Trump ha sido consistente es su oposición a este acuerdo como, en general, a casi cualquier acuerdo económico en donde los intereses de su “América First” o “Make America Great again” estén comprometidos: de acuerdo a su propia concepción, lógicamente. Ha asegurado que es el peor tratado económico nunca antes firmado y firmó una orden ejecutiva para renegociar NAFTA a muy pocos días de tomar posesión. Además de que sus asesores económicos han expresado su negativa a continuar adelante con este compromiso.
La semana pasada, en el marco de la cuarta ronda de negociaciones para intentar salvar NAFTA, el representante de intercambios estadounidense afirmó que la causa del déficit que sufre Estados Unidos es este acuerdo. Del mismo modo, alegó que es prioritario para su Administración disminuir el déficit en los intercambios entre México y Estados Unidos, que el año pasado ascendió a 36 billones de dólares, mientras con Canadá fue de 30 billones (según el Economic Complexity Index).
Chrystia Freeland, ministra de Exteriores de Canadá, por su parte aseguró que erradicar este acuerdo no será la solución al déficit estadounidense. Los números indican que en 2016 las exportaciones estadounidenses fueron de 1.42 trillones de dólares versus 2.21 trillones en importaciones globales, lo que arroja un balance negativo de 783 billones.
Los expertos no terminan de ponerse de acuerdo en cómo se podría acabar con el NAFTA. Técnicamente hay dos teorías que se manejan. La primera, que Trump puede anularlo basándose en el artículo 2205 del acuerdo, lo que le daría 90 días para la retirada total. La segunda teoría sostiene que, dado que este convenio fue aprobado por el Congreso de los Estados Unidos, es el Congreso el que tiene la autoridad legal de anularlo, lo que sería más complicado, pues de momento sigue contando con su apoyo.
El dinero es el elemento que tiene realmente en vilo este tratado; el reestablecer aranceles a los productos beneficiaría a las empresas petroleras estadounidenses, lo que se traduciría en mayor liquidez, dicen. Es también probable que se pudieran recuperar entre 500 a 700 mil empleos en empresas manufactureras en California, Michigan, New York y Texas que han sido trasladadas a México. Sin embargo, el precio de los productos agrícolas que se importan de México a Estados Unidos aumentaría instantáneamente, (vegetales, frutas, aceites comestibles, etc.) lo que terminaría teniendo un impacto inflacionario en la economía que tanto quiere proteger Donald Trump.
Los acuerdos económicos entre países, tal y como su nombre indica, son convenios en donde se gana y se sacrifican cosas para un bien común. Pretender establecer acuerdos donde sólo se benefician los intereses de una de las partes, es una gran presunción. Renegociar acuerdos existentes para poder ajustarlos a las nuevas necesidades, demandas e incluso a la nueva realidad, es políticamente correcto, pero siempre que se haga bajo el respeto hacia los otros socios.
El afán proteccionista de Trump está llevando a la nueva Administración a replantearse las normas del juego económico, y con ello tratar de imponerlas a sus aliados comerciales.
México ha ido abriendo progresivamente su mercado hacia el Pacífico. En el 2011 se creó una zona de libre comercio entre México, Colombia, Chile y Perú, que solo en el 2017, ha conseguido que el 94% de los intercambios hayan sido libres de impuestos. Además, China, Alemania y Japón (en ese orden) después de Estados Unidos y Canadá, son los países a los exportan sus productos. Y astutamente Japón está intentado hacerse con los espacios que podrían dejar las fábricas automovilísticas estadounidenses en México. En cuanto a Corea del Sur, la relación con México es bastante dinámica, tiene firmados 11 convenios de cooperación en diversas áreas (según cifras oficiales del gobierno azteca) y Seúl considera a México como el primer aliado comercial en América Latina, puente estratégico para entrar a este gran mercado. Canadá, por su parte, tiene menos riesgo, pues de momento parece que Washington apuesta por mantener las relaciones cercanas y apunta más a querer un convenio económico bilateral con ellos.
Finalmente, lo cierto es que, para Estados Unidos, ambos socios son fundamentales en su economía, y que a pesar de su tendencia súper proteccionista, a la administración Trump le tocará hacer un análisis pragmático de sus intereses frente a la realidad, pues Canadá es el primer país a donde envían sus productos, y el tercer país del que importan. Y en cuanto a México, es el segundo al que al que exportan productos, y el segundo también del que importan.
Imponer un cambio de las reglas de juego cambiará la realidad económica. La situación actual no es la misma de cuando la fuga de los empleos, lo que significa que aun intentando replicar esa pasada realidad no hay seguridad de que se podrán recuperar las manufactureras. Estamos inmersos en un proceso de cambio constante que exige adaptarse. Mirar atrás no es la clave, pues lo que dio resultado hace tres décadas no tiene garantía de ser exitoso en el mundo globalizado que vivimos hoy.