En un congreso de emprendedores celebrado el año pasado en Londres, algunos asistentes manifestaron su inquietud por el caudal de dinero que los inversores chinos estaban volcando sobre los clubes europeos. ¿No podría desvirtuar la competición? “Los ejemplos de propietarios extranjeros que se entrometen en la gestión, los fichajes y las tácticas han dado pie a abundantes titulares en la prensa”, escribe Angus McNeice. Y recuerda cómo Vincent Tant intentó (sin éxito) potenciar el “atractivo mundial” del Cardiff City cambiando su tradicional color azul por el rojo o sustituyendo la golondrina del escudo por un dragón.
Las sugerencias no se ciñen al terreno del marketing. Ledman, la empresa de Sian que patrocina la segunda división portuguesa, colgó en su web que iba a enviar a 10 jugadores chinos para que los alinearan los principales conjuntos de la competición. Al final debió retractarse, pero el mero anuncio dejó en el aire la inquietante pregunta de si esta gente sabe lo que se trae entre manos.
La respuesta es que, con alguna excepción, no tiene ni idea. Como reconoció en el encuentro de Londres Lin Feng, el consejero delegado de la consultora DealGlobe, los compradores chinos son en su mayoría “inversores pasivos” que “no conocen bien el negocio del fútbol”.
¿Y por qué se meten, entonces? Justamente por eso: porque no conocen bien el negocio y quieren aprenderlo. Simon Chadwick, que da clases de Estrategia para Firmas Deportivas en la Universidad de Salford, dice que, a diferencia de los oligarcas rusos o los jeques árabes, los millonarios chinos no compran equipos para hacer alarde ante sus amigotes, sino para enterarse de cómo funcionan y ayudar al camarada Xi Jinping en su propósito de convertir la República Popular en una potencia balompédica. “No es nada nuevo”, señala Chadwick. “Aplican el manual que les ha funcionado en otros ámbitos. Toman participaciones en sociedades extranjeras y contratan a técnicos para que formen a su mano de obra”. La entrada de Wanda en el Atlético sigue el mismo patrón que la de Geely en Volvo o la de ChemChina en Pirelli.
“Las fusiones y adquisiciones son un aspecto clave de la estrategia de desarrollo china”, declara en el Telegraph Danae Kyriakopoulou, investigadora del Centro de Estudios Económicos y Empresariales de Londres. “Pekín debe asimilar las tecnologías necesarias para dejar de fabricar artículos baratos y evolucionar hacia actividades de más valor añadido, y la entrada en compañías de países desarrollados es un modo de conseguirlo”.
Estas fiebres suelen ser de todos modos pasajeras y, en el caso del fútbol, parece que empieza a remitir. A mediados de agosto, el Consejo de Estado incluyó los clubes deportivos en la lista de sectores en los que las firmas locales no pueden invertir. Se conoce que ya disponen de suficientes modelos para destripar y copiar, aunque también ha debido de pesar un poco en la decisión el amor propio. “Si no adoptamos alguna medida”, escribía este verano el fundador del conglomerado Fosun, “estos extranjeros nos van a tomar por unos idiotas con los bolsillos llenos de dinero”.