La reciente cumbre UE-China, celebrada online en medio de las incertidumbres de la guerra en Ucrania, no ha arrojado resultados claros aunque sí ha certificado que los puentes no están rotos y que los intereses económicos que unen a ambas potencias están sobreviviendo, pese a todo, a la convulsión provocada por Putin.
Ni Bruselas ni Pekín pueden prescindir de sus intercambios económicos que implican las inversiones en ambas direcciones y cierta colaboración en el desarrollo de proyectos tecnológicos avanzados, aunque esta colaboración no exime a Europa de observar la influencia china en las sociedades europeas y sus pasos tendentes a consolidar sus intereses nacionales y estratégicos que, obvio es decirlo, no se asientan ni sobre las normas europeas ni sobre valores democráticos.
La situación en Ucrania ha marcado las conversaciones. La UE ha trasladado a China que la evolución y el impulso de los negocios mutuos necesitan una mayor implicación china, entendida como un distanciamiento político de Moscú y acciones para hacer desistir a Putin de sus acciones criminales. China, por su parte, insiste en que sigue su propia vía que consiste, básicamente, en mantenerse de perfil, no romper con Moscú aunque tampoco volcarse en su apoyo y sostener un discurso hacia el exterior de que hay que negociar la paz sobre la base de la soberanía y la integridad territorial de cada nación. Con eso Pekín espera a recoger los frutos que caigan del árbol sea cual sea el desenlace de la agresión rusa.
Durante décadas, la UE ha sido moderada con China, como lo fue con Rusia hasta la invasión y aún hay voces proclives a “entender” a Putin y tal vez la experiencia ucraniana ejerza de despertador. Hay indicios de un cambio hacia una postura menos ingenua, con más ambición y con mayor disposición a desarrollar una oolítica propia, con más medios y sin poner en cuestión los lazos trasatlánticos que, una vez más, se han revelado esenciales para reforzar la defensa europea, la resistencia ucraniana y las medidas para tratar de contener el expansionismo soviético.