La semana pasada el senador republicano Marco Rubio, por el Estado de Florida, hacía una intervención en el Senado cargado de un realismo político y un pragmatismo que parece estar avivándose en las filas de su partido. Tomando como referencia la realidad económica y la dependencia que ha puesto al descubierto la pandemia y la sospecha cada vez mayor sobre el riesgo que representa China tanto para el mundo como la seguridad nacional estadounidense, el senador desmonta la doctrina de la hermanad y la influencia que Washington ha venido manejando sus relaciones internacionales.
El senador califica de obsoleto el consenso bipartidista sobre que “la globalización económica traería riqueza, libertad y paz para todos”. Explica cómo Estados Unidos construyó su política exterior basada en ese principio y, cincuenta años después, los hechos prueban lo contrario.
El argumento de abrir y permitir que China entrara en la OMC fue que “el capitalismo transformaría a China”. Veintitrés años más tarde nos damos cuenta de que “China cambió el capitalismo”, afirma Rubio.
Muchas industrias estadounidenses se trasladaron a China perdiéndose por tanto fuentes de empleo, mientras China recibía esos empleos. Beijing permitió la entrada de las empresas foráneas, pero no bajo las reglas capitalistas sino bajo sus reglas, “forzaron a las empresas americanas a asociarse con pequeñas empresas chinas y de esa forma consiguieron hacerse con muchos de los secretos empresariales. Mientras la clase media trabajadora de América declinaba, la china crecía” sostiene Rubio.
El senador expone que fue gracias a eso que China se enriqueció y esa riqueza no produjo una adaptación de valores a democráticos; por el contrario, el Partido Comunista China ha usado el crecimiento y el desarrollo para afianzarse en el poder y mantener control total del gigante asiático. Aunque también se han dado a la tarea de ir por el mundo exportando su modelo autoritario que promocionan como mejor porque no requiere que un parlamento apruebe lo que se va a hacer, sino que el partido concentra en sí la decisión que sea necesaria tomar, tal y como lo hace el PC chino.
Rubio plantea otro problema que describe cómo la adicción que hay en los Estados Unidos a los productos baratos exportados de China y la dependencia de la cadena de suministro en cada rubro desde alimentos, medicinas hasta los componentes tecnológicos.
Nuestra rivalidad actual es mucho peor que la tuvimos con la Unión Soviética, afirma el senador republicano, porque los soviéticos no eran un competidor industrial o tecnológico. Fueron un competidor militar y geopolítico. En cambio China tiene influencia sobre nuestra economía, en nuestra sociedad y además tienen un montón de gente que les hace lobby en Washington que son los que más se han beneficiado de hacer negocios con China y que se han enriquecido tanto que no les importa si en unos años ya no podrán hacer negocios con ellos.
Por tanto, declara en su alocución, que la globalización como sistema ha sido un desastre, puesto que no trajo prosperidad ni paz global. Esta era tiene que acabarse, declara contundente, necesitamos cambiar nuestra manera de pensar y tenemos que pensar que no estamos en el año 1999 o en el 2000, el mundo de hoy es otro, por lo que debemos mirar al futuro y avanzar en una nueva reorganización de fundamentos e ideas detrás de nuestras políticas económicas y exterior.
Rubio afirma que Washington debe priorizar acuerdos comerciales que sean positivos para los Estados Unidos. Propone por tanto un elemento novedoso y curioso que consiste en premiar a los aliados en dichos acuerdos para que indirectamente se pueda fortalecer a quienes comparten los mismos valores que América. Fortaleciendo a los aliados nos aseguramos de que sus valores se mantengan en el tiempo.
Y frente al temor real de que las libertades están en riesgo establecer acuerdos con quienes son afines no solo es estratégico sino quizás una posible solución a proteger el legado democrático en el planeta!
Y ese debate doctrinario no solo es oportuno en el momento actual sino que podría definir el rumbo de las elecciones presidenciales en el 2024 en Estados Unidos y el futuro político de la nación.