La situación política en Hong Kong parece estarse descomponiendo, lo que va a ofrecer a Pekín una situación más favorable a imponer una solución de acuerdo con sus intereses. Lo que comenzó como una movilización contra una ley que permitiría trasladar a cualquier otro punto de China a cualquier persona procesada en Hong Kong violando así el estatus de la excolonia británica, con más libertades que el resto de China pactado en la retrocesión, se ha convertido en un movimiento sin horizonte. La policía china ha endurecido su respuesta, los manifestantes han aumentado la violencia y no hay en marcha un liderazgo que conduzca a plantear una salida de la crisis.
En Hong Kong no hay un problema de choque identitario ni de soberanía territorial, sino de libertades. Los habitantes de la colonia británica heredaron unos derechos y unas garantías ausentes para el resto de los ciudadanos chinos desde la victoria de Mao. Con la devolución del territorio a soberanía china, los británicos acordaron un estatus de libertades políticas para sus ciudadanos y comerciales para sus empresas que garantizaran al territorio seguir siendo un espacio de innovación y de intercambio comercial en la vanguardia mundial.
Pero este escenario no es cómodo para China. Aunque admiten el programa de Un país, dos sistemas, la Administración china no tiene integrados ni la cultura, ni los reflejos del respeto a la sociedad civil, del protagonismo de ésta y de las elecciones abiertas con tutela de los jueces.
El choque está servido. Pero no parece que las calles y la violencia deban ser ni el escenario ni los instrumentos para encontrar soluciones. China no es un país democrático y Hong Kong está siendo un ejemplo para el resto de los chinos, pero en el terreno de la fuerza, Pekín no puede ser derrotado en la excolonia. Hong Kong necesita un liderazgo que partiendo de estos supuestos busque una salida acordada. Sobre todo si Europa y EEUU se ponen de perfil para no molestar demasiado a Pekín y las relaciones económicas.