La conmoción dejada por el XX Congreso Nacional del Partido Comunista chino parece empezar a normalizarse bajo la idea de que Xi Jinping continuará como el líder supremo de China. No sólo ha sido ratificado en su tercer mandato, sino que ha acentuado todo en torno a su figura y por tanto a su ideología y el realce del nacionalismo en toda la política del país.
El sesgo ideológico y nacionalista de Xi ha comenzado a hacer merma en la prosperidad sostenida que ha tenido el gigante asiático en las últimas décadas. Las extremas medidas para prevenir los contagios de Covid-19 y que siguen estando vigentes, han ralentizado el crecimiento de la economía debido al cierre de ciudades, regiones y hasta puertos como fue el de Shanghái que además ha servido de agravante a la cadena de suministro internacional.
Como consecuencia, las empresas internacionales que han venido operando en China durante años han empezado a irse o considerar opciones más estables. Al mismo tiempo, países como Estados Unidos han venido aprobando leyes que desestimulan a sus corporativos nacionales a mantener su producción en territorio chino.
En tal sentido, Mickey D. Levy, economista jefe para Asia y las Américas en Berenberg Capital Market LLC, miembro del Comité de Mercado abierto del Instituto Manhattan y columnista para el Wall Street Journal, escribió un interesante análisis en el que sostiene que existe una gran ironía en el alejamiento de Xi cada vez más mayor de los mercados, ya que los mercados fueron precisamente los que convirtieron a China en la potencia económica que es hoy.
Levy insiste en que el crecimiento tan robusto que experimentó China fue debido a un modelo híbrido, que consistió en una forma de capitalismo de Estado en el que Beijing permitió a empresas privadas, al más puro estilo de negocios estadounidenses, florecer paralelamente con la producción de empresas estatales chinas.
El gran atractivo para las corporaciones occidentales de movilizarse hasta China se sostenía sobre la seguridad que ofrecía, la mano de obra barata y el crecimiento de la nación, mientras que generaban puestos de trabajo domésticos¸ prosperidad y el aumento exponencial de sus exportaciones, tal y como sucedió del 4% en el año 2000 a un 14% en el 2015.
Xi ha reducido las empresas libres, ha apretado los controles al punto de restringir el espíritu empresarial privado, la innovación y la movilidad del capital. El gobierno chino ha incrementado, además, la expropiación de las industrias y la asignación deficiente de los recursos nacionales, por lo que se están generando ineficiencia y excesos, asegura Levy.
El autor concluye que el control cada vez más estricto de Xi y el rechazo a la libre empresa aumentan la probabilidad de que China se sumerja en la trampa de los ingresos medios que ha capturado a muchas naciones emergentes. Sus ciudadanos oprimidos pagaran el precio. Los socios comerciales de China ya están sintiendo los efectos. Mirando hacia el futuro este entorno económico hace que las maniobras internacionales de China sean propensas a riesgos y fuentes potenciales de inestabilidad global.
Son esas las razones por las que China es cada vez menos atractiva para occidente. Beijing parece haber perdido parte de su pragmatismo económico por priorizar su nacionalismo e ideología. El rejuvenecimiento de la nación asiática pasa por la incorporación de Taiwán al territorio chino indiscutiblemente de acuerdo a Xi, pues represente una especie de reivindicación en contra de occidente, la materialización de las promesas de la época de la fundación del PC chino y como si fuera poco, su ubicación en el centro de la inmensa costa china lo puede convertir en un embudo para la salida del comercio global de China, así como le podría servir de línea de defensa que le daría a Beijing un lugar de avanzada clave desde donde ingresar al Océano Pacífico Occidental.
Y eso parece ser el foco del líder. Sacrificar el espectacular crecimiento y bienestar obtenido a cambio de materializar el proyecto ideológico…