El rápido ascenso económico y estratégico de Asia es un proceso inseparable de la redefinición del orden regional. Reorientar a su favor la estructura comercial y financiera del continente y crear una arquitectura de seguridad más alineada con sus intereses, son dos objetivos estratégicos de China que podrían conducir a un sistema muy distinto del establecido tras la segunda guerra mundial bajo el liderazgo de una potencia externa, Estados Unidos.
Al prestar atención a la dinámica actual, se pierde de vista el papel que en otros tiempos desempeñaron India y el sureste asiático en la construcción regional. Ahora que confía en su propio ascenso como actor global, quizá convenga recordar que el primer concepto de una Asia integrada después de 1945 procedió de India, y—más concretamente—de su primer ministro, Jawaharlal Nehru. Y que fueron los países del sureste asiático, a través del grupo de Colombo y la iniciativa de Indonesia, los que facilitaron la celebración de la conferencia de Bandung en 1955. El contexto de la guerra fría y la guerra China-India de 1962 harían inviable muchas de las propuestas entonces discutidas, pero los Estados no comunistas del sureste asiático crearon la ASEAN en 1967. Cincuenta años más tarde, la organización no sólo ha asegurado la paz y la estabilidad de la subregión, sino que se ha situado en el centro de todos los procesos multilaterales asiáticos.
Pese al reducido tamaño de sus Estados miembros—en comparación con los gigantes de la zona—éste es el espacio que enlaza el Pacífico con el Índico, el terreno en el que se entrecruzan China e India. La historia de esa interacción entre ambos es el objeto de un reciente libro de Amitav Acharya, “East of India, South of China: Sino-Indian Encounters in Southeast Asia” (Oxford University Press, 2017). Acharya, uno de los más respetados expertos asiáticos en relaciones internacionales, ofrece un detallado análisis de las influencias culturales, comerciales y políticas de China e India en estas naciones, de notable interés para los historiadores. Al mismo tiempo, su examen de distintos hechos y líderes ayuda a comprender el origen de ciertas percepciones y comportamientos en nuestros días.
Es de especial interés, por ejemplo, la desmitificación hecha por Acharya de las interpretaciones convencionales de Bandung. El acceso directo a archivos, y sus entrevistas con algunos de los asistentes, permite al autor reconsiderar la actuación de Nehru y de Zhou En-lai, la mano derecha de Mao, en la conferencia indonesia. Fue la primera vez que el nuevo régimen maoísta acudía a una convocatoria exterior, pero Nehru no consiguió el apoyo de China que pretendía para sus planes regionales, a los que había comenzado a dar forma en la Conferencia de Relaciones Asiáticas en 1947 y 1949. Los intercambios entre ambos líderes, y la comprensión de sus respectivos impulsos y motivaciones, ofrece importantes lecciones cuando, 60 años más tarde, la rivalidad entre India y la República Popular, y entre sus distintos conceptos de “Asia” por tanto, será un factor determinante del futuro orden regional.