INTERREGNUM: Australia en un mundo post-americano. Fernando Delage

Pocos aliados ha tenido Estados Unidos tan leales y (políticamente) cercanos como Australia. Las capacidades de Washington y su compromiso con la defensa de las reglas e instituciones internacionales han sido, a la vez, la principal garantía de la seguridad y la prosperidad australianas durante décadas. Esa era ha pasado sin embargo a la historia, planteando a Canberra un dilema sin precedente, objeto de debate en su comunidad estratégica.

Una de las voces más autorizadas —y menos convencionales— entre sus expertos, Hugh White, ha vuelto a avivar la discusión con su más reciente ensayo (“Hard New World: Our Post-American Future”, Quarterly Essay núm. 98). Profesor emérito de estudios estratégicos en la Universidad Nacional de Australia, y asesor del gobierno en distintas etapas (fue el principal responsable del Libro Blanco de Defensa del año 2000), White lleva años escribiendo sobre cómo la transformación del escenario regional obliga a realizar profundos reajustes en la política de seguridad de su país. Si en The China Choice (2012) hizo hincapié en los efectos del ascenso de China sobre el equilibrio asiático, en su nuevo texto llama la atención sobre las consecuencias que tienen para Australia los cambios globales que se han producido en los últimos tiempos, así como los derivados de la política revisionista de la administración Trump.

El mundo, en efecto, se ha vuelto mucho más complicado para Canberra. Su economía, que no ha conocido una recesión en treinta años gracias a una dinámica de globalización hoy más que amenazada, afronta el desafío de la formación de bloques comerciales rivales. Las bases de su seguridad se ven erosionadas por la quiebra del orden internacional liberal. La reconfiguración del papel de Estados Unidos por parte de la actual Casa Blanca plantea numerosos interrogantes adicionales a la diplomacia australiana, en particular sobre su mayor prioridad: la estabilidad del Indo-Pacífico.

Por una parte, Trump ha impuesto a Australia unos aranceles sin sentido. Además de mantener ambos países un acuerdo de libre comercio, lo que por definición implica la eliminación de tarifas en los intercambios bilaterales, Estados Unidos tiene un superávit comercial con Canberra. Por otro lado, el número tres del Pentágono, Elbridge Colby, ha pedido al gobierno australiano que clarifique cómo actuaría con respecto a Taiwán en caso de un ataque chino. Como cabía esperar, el primer ministro, Anthony Albanese, ha rechazado la posibilidad de explicitar cualquier compromiso frente a un hipotético conflicto. ¿Qué sentido tendría hacerlo cuando no supondría ninguna ventaja para Taiwán mientras que sí serviría para provocar a Pekín? Como saben todos los actores de la región no hay más estrategia de disuasión que la que pueda aportar Estados Unidos, él mismo defensor de una política de “ambigüedad estratégica”.

Para White, una guerra en el estrecho ocasionaría precisamente “la decisión más trascendental a la que cualquier gobierno australiano haya tenido que enfrentarse jamás”. Al discrepar de la idea de que ir a la guerra en apoyo de Estados Unidos salvaría la alianza y fortalecería la seguridad de su país, defiende la conveniencia de declarar que no se intervendría. La cuestión central, subraya, es que no es Australia sino Estados Unidos quien está abandonando los compromisos de la alianza, de la misma manera que actúa hostilmente hacia sus socios europeos o hacia Ucrania. (Desde esta perspectiva, el futuro de AUKUS, sujeto a revisión por el Pentágono, está siendo motivo de especial inquietud durante las últimas semanas).

White predice por lo demás que Washington no luchará por Taiwán, lo que tendrá como consecuencia el fin de su preeminencia en Asia y su sustitución por China como principal potencia regional. Sería hora por tanto de dar forma a una nueva estrategia, cuyo punto de partida debe ser el reconocimiento —todavía no asumido en su opinión por los líderes australianos— de que, aun manteniendo una relación positiva con Estados Unidos, Canberra tendrá que apoyarse en mayor medida en los Estados vecinos para asegurar la paz del Indo-Pacífico, y en sus propias capacidades para defenderse de posibles amenazas.

 

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