El 18 de septiembre, en una entrevista en televisión, el presidente Joe Biden indicó que Estados Unidos intervendría en defensa de Taiwán si China lanzara un ataque no provocado sobre la isla. Sus palabras, las primeras sobre la cuestión después del viaje a Taipei de la presidenta del Congreso, Nancy Pelosi, a principios de agosto, no constituían sin embargo ninguna novedad. Por cuarta vez en poco más de un año, Biden se expresó en ese sentido sobre el compromiso norteamericano. Y, como en las ocasiones anteriores, su administración negó inmediatamente después que Estados Unidos haya cambiado de política. ¿Es creíble este desmentido? Sobre todo, ¿resulta convincente para Pekín?
La reiteración del mensaje obliga a pensar que no se trata de un simple error. En un contexto de creciente presión de la República Popular sobre Taiwán—y de hostilidad de Washington hacia Pekín—políticos y expertos norteamericanos consideran que ha llegado la hora de sustituir la “ambigüedad estratégica” mantenida desde 1979 sobre lo que se haría en caso de conflicto, por una posición de mayor claridad. Para algunos especialistas, esta última sería compatible con el continuidad del principio de “una sola China”, pero el propio Biden ha puesto de manifiesto la contradicción. En la entrevista con la CBS, en efecto, Biden no se limitó a transmitir una nueva “claridad”, sino que añadió: “es Taiwán quien hace sus propios juicios sobre su independencia (…); es su decisión”. En otras palabras, el presidente dio a entender que son sólo los taiwaneses quienes deben pronunciarse, y que Estados Unidos apoyaría su decisión. Éste sí es un giro relevante.
Desde el establecimiento de relaciones diplomáticas con la República Popular, sucesivas administraciones norteamericanas han rechazado de manera explícita la independencia de Taiwán. Así sigue apareciendo en la página web del departamento de Estado, y así lo reiteró su titular, Antony Blinken, en su discurso de la pasada primavera sobre la política hacia China. Siempre se consideró que se trataba de una exigencia ineludible para evitar que Taipei siguiera un camino que pudiera provocar un ataque por parte de Pekín. China ya dejó claro en la ley antisecesión de 2005 que el recurso a la fuerza sería la respuesta a todo intento de independencia.
El ministro chino de Asuntos Exteriores, Wang Yi, que se encontraba en Nueva York para asistir a la Asamblea General de las Naciones Unidas, fue el primero en advertir sobre las consecuencias de la violación de esta ley, sólo horas después de las palabras de Biden. Tanto en su visita personal a Henry Kissinger el pasado lunes, como en su posterior encuentro formal con Blinken a finales de semana, Wang manifestó su preocupación por el impacto de estos movimientos sobre las relaciones entre China y Estados Unidos. Ocurre, además, que no han sido sólo Biden y Pelosi quienes parecen haber alterado el statu quo. El 14 de septiembre, el Comité de Relaciones Exteriores del Senado dió el visto bueno a la tramitación de la “Taiwan Policy Act” por una amplísima mayoría (17 frente a 5). Si el Congreso aprueba el borrador actual—que eleva de manera significativa el estatus diplomático de la isla y el apoyo militar y económico norteamericano—la nueva ley reconfigurará por completo la política de los últimos 40 años, vaciando de contenido la idea de “una sola China”.
La Casa Blanca se opone parcialmente a ese borrador, que ahora discutirá la Cámara de Representantes. Lo relevante, en cualquier caso, es que si China concluye que Washington apoya la independencia de Taiwán, su presión económica, política y militar sobre Taipei irá lógicamente en aumento. La proximidad de las elecciones parciales al Congreso pueden haber llevado a Biden a exponer un ajuste retórico con respecto a la posición tradicional de Estados Unidos, pensando quizá que podría contribuir de este modo a alejar a Xi de la tentación del uso de la fuerza.Pero lejos de reforzar las posibilidades de disuasión de Pekín, sus dirigentes han percibido por el contrario una nueva provocación que no hará sino agravar la inseguridad de la isla y la inestabilidad en el estrecho