El lunes 24 de septiembre, como había anticipado, el presidente de Estados Unidos impuso nuevas tarifas a las exportaciones chinas por un valor de 200.000 millones de dólares. Dos días más tarde, Trump sorprendió a propios y extraños cuando, en una reunión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas dedicada a la proliferación nuclear, acusó a China de interferencia en las elecciones al Congreso de Estados Unidos que se celebrarán el próximo mes de noviembre. “Es posible, añadiría el mismo día en una rueda de prensa, que [el presidente] Xi Jinping haya dejado de ser mi amigo”. Trump presume de ser el primer líder de su país en responder de manera directa al desafío económico e ideológico que representa China para sus intereses. Pero ¿podrá conseguir lo que se propone?
Acusar a China en público, y delante de su ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, también presente en la sesión del Consejo de Seguridad, revela la falta de tacto diplomático de la que el presidente norteamericano se siente tan orgulloso, así como su completa ignorancia sobre los patrones culturales y políticos chinos. La opinión pública china nunca permitirá a sus dirigentes una cesión a presiones formuladas de esta manera. Al elevar el nivel de la tensión bilateral, Trump está mostrando en realidad su propia vulnerabilidad.
El presidente ha acusado a China sin haber revelado ningún indicio, e intenta equipararla a una Rusia que evita denunciar, aunque sobre su interferencia de esta última en las elecciones de 2016 no hay ninguna duda. ¿Puede estar cerrándose el cerco de la investigación judicial sobre su relación con Moscú, y busca por ello una nueva maniobra de distracción? Descubrir que China tiene una estrategia dirigida a crear opinión a su favor en sociedades y sistemas políticos extranjeros no es ninguna novedad por otra parte. Australia es quizá el mejor ejemplo reciente en este sentido, y su gobierno se ha visto obligado a adoptar medidas legislativas al respecto. Pero las tácticas de Pekín se apoyan en instrumentos diferentes de la guerra híbrida mantenida por Putin y sus asesores. Influir en políticos, académicos y medios de comunicación, sí; interferir de manera directa en redes informáticas de organizaciones políticas y administraciones públicas para condicionar resultados electorales resulta más difícil de creer por parte china.
La acusación no sólo ayuda a desviar la atención con respecto a Rusia. Es, sobre todo, un mecanismo preventivo frente a la respuesta que cabe esperar de Pekín a las sanciones comerciales de Washington. China conoce a la perfección el mapa electoral norteamericano, y en qué Estados y en qué circunscripciones se concentran los votantes de Trump. Muchos de ellos, productores agrícolas, viven de sus exportaciones a la República Popular. Pekín adoptará sus medidas de represalia tras haber medido milimétricamente su impacto político en Estados Unidos. Se trata de la primera prueba electoral que afronta Trump desde su llegada a la Casa Blanca, y los resultados que obtengan los republicanos en noviembre servirán para valorar sus posibilidades de reelección en 2020.
Es previsible que un escenario de competencia entre ambos gigantes se haya consolidado para entonces. También podrá responderse de manera más clara a la pregunta de si la estrategia comercial de Trump ha funcionado, o ha sido China, más bien, quien ha continuado ampliando su margen de maniobra en una economía global más dependiente de ella. (Foto: Jon Colt, Flickr.com)