Home Asia INTERREGNUM: China y la guerra Israel-Hamás. Fernando Delage

INTERREGNUM: China y la guerra Israel-Hamás. Fernando Delage

por: 4ASIA
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El brutal ataque terrorista de Hamás contra Israel coincidió con la visita a Pekín de una delegación del Congreso de Estados Unidos. Sin nombrar al agresor y limitándose a realizar un llamamiento a la “calma” de “todas las partes”, la primera declaración oficial china fue objeto de las críticas del líder de la mayoría en el Senado, el demócrata Chuck Schumer, quien trasladó en su encuentro con el presidente Xi Jinping un día más tarde su decepción por la falta de solidaridad con el pueblo israelí. Esas quejas—coincidentes por lo demás con las de Israel y las de distintos gobiernos occidentales—condujeron a un nuevo comunicado de las autoridades chinas: sin denunciar a Hamás, esta vez se condenó al menos “la violencia contra la población civil”, para añadir que “la tarea más urgente es ahora la de alcanzar un cese el fuego y restaurar la paz”.

Si su reacción ha puesto en evidencia los límites de las aspiraciones chinas como mediador global (no ha propuesto ninguna idea concreta sobre cómo resolver la situación), la guerra entre Israel y Hamás ha puesto también a prueba sus ambiciones en la región. En marzo, la República Popular sorprendió al mundo al anunciar en Pekín la restauración de relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí. Pese al escepticismo sobre la sostenibilidad del pacto, China asumió de golpe un protagonismo sin precedente en una región que  ha dominado tradicionalmente Estados Unidos. En junio, durante la visita a Pekín del presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmoud Abbas, Xi declaró su disposición a desempeñar un papel activo en la resolución del conflicto; un objetivo que también formaba parte de la visita—prevista para antes de finales de año—del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu.

Aunque en Oriente Próximo China encontró un espacio en el que contrarrestar la presión norteamericana por su apoyo a Rusia en la guerra de Ucrania, la crisis la hace ahora rehén de su necesidad de equilibrios entre ambas partes. Más de la mitad de las exportaciones de Israel a la República Popular (el comercio bilateral superó los 22.000 millones de dólares el pasado año) son componentes electrónicos, incluyendo semiconductores; un recurso vital cuando Washington se esfuerza por limitar el acceso chino a tecnologías punta. Por otra parte, además de su apoyo a la causa palestina desde los tiempos de Mao, la política de contención de Estados Unidos le ha conducido a profundizar en su acercamiento a las naciones de la región. En agosto, China promovió la incorporación a los BRICS de Arabia Saudí, Egipto, Emiratos Árabes e Irán. En este último país, incorporado recientemente a la Organización de Cooperación de Shanghai, tiene previsto invertir unos 400.000 millones de dólares en las próximas décadas. Una condena explícita de Hamás enfrentaría a Pekín con Teherán (además de con Rusia).

Las necesidades energéticas y los intereses comerciales y financieros de la República Popular demandan estabilidad en Oriente Próximo; sin embargo, China no querrá asumir riesgos. Intentará proyectar una imagen de país comprometido con la paz, pero sin involucrarse de manera directa en la dinámica local. Además de su clásica aversión a toda interferencia, su posición responde en parte a su reducido margen de maniobra, pero también a las incertidumbres sobre el nuevo escenario que abre la crisis.

El ataque de Hamás y la respuesta israelí transformarán la geopolítica regional. El fracaso sin paliativos de la estrategia de Netanyahu con respecto al problema de Palestina (la política de opresión y división ha dinamitado la seguridad nacional), y la expectativa de que un acuerdo Israel-Arabia Saudí propiciaría una menor presencia norteamericana y aislaría a Irán sin abrir un vacío que pudiera ocupar China, son ya historia. Aunque Washington tendrá que volver a implicarse en la región, una extensión del conflicto hará inviable la neutralidad de Pekín y complicará su ambición de convertirse en potencia alternativa a Estados Unidos entre las naciones del Sur global.

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