Las tensiones entre Estados Unidos y China no desaparecerán en 2022. Si en algo coinciden demócratas y republicanos, aún más en un año de elecciones parciales al Congreso, es en que sólo cabe mantener una posición de firmeza frente a la República Popular. En Pekín, el presidente Xi Jinping se prepara para consolidar su poder en el Congreso del Partido Comunista en otoño, con el apoyo del resto de dirigentes y de la sociedad china a su política nacionalista. La dinámica interna en ambos casos complica la posibilidad de un entendimiento, pero también permitirá prevenir un choque mayor. La rivalidad entre las dos potencias seguirá influyendo por otra parte en la estrategia china de la Unión Europea: si en 2021 se ha dado un giro cualitativo a este respecto, en los próximos meses podría perfilarse un enfoque más elaborado, incluyendo una más estrecha coordinación con Washington.
Aunque la administración Biden aún no ha hecho pública su estrategia hacia China, algunos de sus elementos han comenzado a tomar cuerpo, y entre ellos destaca la prioridad otorgada a las cuestiones económicas. Lo que coincide, como es lógico, con la necesidad de convencer a sus socios y aliados en la región de que cuenta con un plan económico en su política hacia el Indo-Pacífico. Ante los obstáculos internos que le impiden sumarse a un acuerdo de libre comercio como el CPTPP, la Casa Blanca tendrá que demostrar el nuevo año su compromiso con el que ha denominado “Indo-Pacific economic framework” (IPEF), un instrumento a través del cual quiere hacer hincapié en asuntos como la gobernanza digital, el fortalecimiento de las cadenas de valor o las energías limpias. Los planes norteamericanos no pueden hacerse esperar, sobre todo si China presiona en su objetivo de incorporarse al CPTPP.
El IPEF no puede separarse por lo demás del recientemente establecido Consejo Estados Unidos-Unión Europea en Comercio y Tecnología, una iniciativa orientada a reforzar la coordinación entre Washington y Bruselas, e ilustración de los cambios producidos en la política china de la UE a lo largo de los dos últimos años. Pese a la tardía respuesta comunitaria a los movimientos del gigante asiático, Bruselas ha ido adoptando medidas concretas en coherencia con la definición que hizo de la República Popular en 2019: un socio con el que cooperar sobre los asuntos globales, un competidor económico, y un rival sistémico.
El instrumento anti-coerción puesto anunciado hace unas semanas es otro ejemplo del endurecimiento de la posición europea, aunque mayor relevancia puede tener a largo plazo el plan de desarrollo de infraestructuras. En septiembre de 2018, la Comisión publicó su estrategia de interconectividad Europa-Asia, una respuesta a la Ruta de la Seda china que se marcaba ambiciosos objetivos pero carecía de aportación presupuestaria. De ahí la especial relevancia de la nueva estrategia “Global Gateway”, una propuesta global de inversiones en infraestructuras de calidad que movilizará un total de 340.000 millones de euros entre 2021 y 2027.
El trabajo no ha terminado, pero la presidencia francesa de la UE y el nuevo gobierno alemán avanzarán durante 2022 en la formulación de una posición más sistemática al reto que representa China, en el marco a su vez de una actualizada estrategia hacia Asia, cuyos principios también se dieron a conocer el pasado año. La opción por los instrumentos geoecónomicos no debe ocultar las implicaciones geopolíticas del esfuerzo, que pone en valor los principales recursos con que cuenta la UE, al tiempo que facilita la reanudación de la coordinación transatlántica.