Una doble dinámica—la pérdida de credibilidad de Estados Unidos bajo la administración Trump y la presión de China sobre sus Estados vecinos—está produciendo como efecto un acercamiento entre las democracias asiáticas con el fin de asegurar la sostenibilidad de una estructura regional basada en reglas. Los aliados y socios de Washington no renuncian a su protección—que, de hecho, quieren reforzar—, pero tampoco a las oportunidades económicas que representa la República Popular, a cuyo poder en ascenso no tiene sentido enfrentarse.
En los últimos días ha podido observarse de nuevo ese doble juego dirigido a mantener, a un mismo tiempo, la estabilidad política de la región y la prosperidad económica nacional. Pese al desafío que representa China para sus intereses a largo plazo, Japón no ha querido sumarse al comunicado de Washington y Londres contra la ley de seguridad nacional aprobada por Pekín para su aplicación en Hong Kong. Y, de manera aún más simbólica, los primeros ministros de India y Australia, Narendra Modi y Scott Morrison, han acordado elevar el nivel de su asociación estratégica, concluida en 2009.
El acuerdo entre Sidney y Delhi, que permite a ambas naciones el acceso a sus respectivos puertos y bases navales, refuerza sus vínculos en el terreno de la defensa, con un pacto similar al que ya firmó India con Estados Unidos en 2016. Los dos gobiernos consolidan de este modo el esfuerzo compartido de las grandes democracias marítimas de la región por evitar la modificación unilateral del statu quo por parte de China. Modi y Morrison coinciden en sus fines, en efecto, con su homólogo japonés, Shinzo Abe, “padre” del concepto del Indo-Pacífico. Aunque desde una perspectiva ligeramente distinta, la estrategia regional anunciada por la ASEAN el año pasado también persigue unos objetivos similares.
Pero también la propia China juega en un doble escenario. Junto a puntuales acciones coercitivas, Pekín mantiene vivo su apoyo a los procesos multilaterales. Así quedó de manifiesto la semana pasada cuando el primer ministro, Li Keqiang, indicó el interés de la República Popular por incorporarse al CPTTP, es decir, el antiguo Acuerdo Trans-Pacífico (TPP) reactivado por Japón para su firma después de que Estados Unidos lo abandonara. Recuérdese que el TPP fue una de las grandes iniciativas del presidente Obama para evitar que las naciones asiáticas pasaran a depender en exceso de la economía china. La ironía de que China quiera incorporarse a un acuerdo que se construyó contra ella es una poderosa ilustración del juego regional en curso. Se trata en realidad de una mera declaración retórica, pues los requisitos para su adhesión—en materia de derechos laborales o de libertad de circulación de la información, por ejemplo—hacen inviable la participación de la República Popular. No obstante, es una muestra del reconocimiento por parte de los dirigentes chinos de los intereses que comparten con la mayoría de los Estados asiáticos, con independencia de sus diferentes valores políticos y de preocupaciones estratégicas contrapuestas. La intención norteamericana de romper su relación de interdependencia económica con China no hace sino reforzar el interés de Pekín por los acuerdos regionales.
De este modo, para sorpresa de sus propios aliados y socios en la región, mientras China y sus vecinos maximizan sus opciones, Estados Unidos limita las suyas al enrocarse en la denuncia de Pekín sin un concepto de orden regional futuro, y dando argumentos en consecuencia a quienes hablan de una nueva guerra fría. El lamento de sus amigos queda bien expresado por el primer ministro de Singapur, Lee Hsien Loong, en el próximo número de Foreign Affairs. En una excelente reflexión sobre el estado de cosas en la región, Lee renuncia a las sutilezas diplomáticas para describir de manera rotunda la situación: “Si Washington trata de contener el ascenso de China o Pekín busca construir una esfera de influencia exclusiva en Asia, comenzarán una escalada de confrontación que durará décadas y pondrá en peligro el largamente esperado siglo de Asia”. Las naciones asiáticas no quieren tener que elegir entre una u otra potencia, pero tampoco van a esperar a la resolución de este lance. Como han vuelto a revelar India y Australia hace unos días, intentan dar forma a un orden regional incompatible con la primacía de un solo actor; a un equilibrio multipolar en el que puedan primar las reglas y los valores democráticos.