Los efectos de la revolución diplomática trumpiana no sólo se están dejando sentir en Europa. El sureste asiático es otra región en la que se está produciendo un significativo reajuste, con China como aparente ganador. Así lo reflejan los sondeos de opinión, las acciones de algunos gobiernos locales, y la reciente ampliación de los BRICS.
Por lo que se refiere a los primeros, las respetadas encuestas del Instituto Yusof-Ishak de Singapur reflejan que la popularidad de China es hoy mayor en la zona que la de Estados Unidos. Aunque se trata, en parte, de una reacción a la guerra en Gaza por el apoyo norteamericano a Israel, el proceso viene de antes y es también resultado del creciente control chino del comercio y de la diplomacia regional. Mientras el poder blando de Estados Unidos se reduce, Pekín ha visto incrementarse el suyo, logrando una mayor aproximación de países como Malasia o Indonesia. El gobierno de Anwar Ibrahim, en efecto, ha dado un notable giro hacia China, cuyo ascenso, ha dicho el primer ministro, “nos ha traído un rayo de esperanza de que hay un sistema de equilibrios en el mundo”. Por su parte, en el comunicado conjunto firmado por el presidente Prabowo Subianto durante su visita a China el pasado mes de noviembre, Indonesia apoyó las tres iniciativas globales de la República Popular así como su posición sobre Taiwán.
Si movimientos de este tipo representan una victoria para China en su competición estratégica con Estados Unidos, otro frente a su favor se abre con la expansión de los BRICS. La incorporación formal de Indonesia en enero, y las candidaturas de Malasia, Tailandia y Vietnam (los tres, socios del grupo desde octubre de 2024) reflejan la opción del sureste asiático por una diversificación de sus relaciones económicas y diplomáticas.
La integración de Indonesia, cuarto país más poblado del planeta, tiene una notable carga simbólica dado el papel que desempeñó el país en el movimiento anticolonial en los años cincuenta y sesenta. También marca un cambio en su trayectoria exterior, que le permitirá acceder al Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS (creado como alternativa a las instituciones tradicionales de financiación), ampliar sus mercados de exportación, y multiplicar sus oportunidades para el desarrollo de infraestructuras. Con su adhesión podrá avanzar en sus prioridades nacionales mientras refuerza su posición estratégica en el Sur Global.
Como Indonesia, también Malasia, Tailandia y Vietnam (y, con seguridad, otros futuros candidatos pertenecientes a la ASEAN) ven en el grupo una plataforma para atraer inversiones y acceder a nuevos mercados, así como para equilibrar las relaciones entre Occidente y el mundo emergente. Las cifras que suman los diez miembros de BRICS tras su última ampliación (45 por cien de la población mundial, 25 por cien del comercio y 28 por cien del PIB global, y 40 por cien de la producción de petróleo) suponen un poderoso imán. Además de los beneficios económicos que puede aportar, es asimismo un instrumento de protección frente a la incertidumbre provocada por la segunda administración Trump.
El interés de las naciones del sureste asiático por los BRICS revela en definitiva el esfuerzo de adaptación a un orden multipolar mediante la integración en foros que sirvan de contrapeso al G7 y al G20. La contrapartida es que puede representar igualmente un desafío a la cohesión futura de la ASEAN y al mantenimiento de una posición de equidistancia entre Estados Unidos y China. Las tensiones geopolíticas y las amenazas a una economía mundial abierta han creado un escenario cada vez más polarizado que, para la región, complica la autonomía estratégica a la que siempre ha aspirado.