Con la salida de Trump de la Casa Blanca, Estados Unidos tendrá la oportunidad de corregir el rumbo de su política exterior. Parte del desafío consistirá en reparar los daños causados por el presidente saliente a las alianzas, a los tratados multilaterales y a la imagen del país. Pero Biden también tendrá que adaptar objetivos y estrategias a un mundo transformado, entre otros factores, por el ascenso económico y político de China. La interacción entre la variable china y la reconfiguración del sistema internacional será uno de los elementos centrales de la agenda de su equipo, ya inundado por informes sobre el tema. Dos de ellos, publicados en los últimos días, destacan por lo completo de su contenido, y por representar—pese a sus numerosos puntos coincidentes—dos definiciones opuestas del desafío chino.
El primero procede del Departamento de Estado; más concretamente de la oficina de planificación, la misma unidad que el diplomático George Kennan dirigió en su día. Se trata de un estudio que, desde su título (“The Elements of the China Challenge”) hasta su elaborada estructura, se inspira—y así se reconoce—en el análisis realizado por Kennan en 1946-1947 sobre “las fuentes del comportamiento soviético”. Si las conclusiones de este último sirvieron de base a la política de contención de Estados Unidos durante la guerra fría, este nuevo documento aspira a establecer los pilares de una estrategia a largo plazo sobre China, que pueda situarse por encima de la rivalidad entre agencias de la administración norteamericana y a salvo de los vaivenes electorales.
Es poco frecuente que un departamento ministerial elabore un texto de estas características, mucho más propio—por su lenguaje y enfoque académico—de un centro de investigación. En sus más de 70 páginas—veinte de ellas de referencias bibliográficas—, se analizan las fuentes ideológicas de la política exterior china, las vulnerabilidades que afronta como Estado, y la posible respuesta de Estados Unidos. “Asegurar la libertad” es definido como el principal objetivo de este último, que debe esforzarse, entre otras propuestas, por mantener el ejército más poderoso del mundo, crear nuevas organizaciones para promover la democracia y los derechos humanos, y formar una nueva generación de funcionarios en el conocimiento de China.
Siendo impecable en la descripción del problema, el informe apenas presta atención a los asuntos económicos y tecnológicos, en la actualidad en el centro de la competición entre ambos gigantes. Por otra parte, sus premisas parecen enfocadas en exceso hacia una interpretación basada en diferencias ideológicas. Cuestiones éstas corregidas por el segundo informe, elaborado por la Brookings Institution (“The future of US policy toward China: Recommendations for the Biden administration”), con la participación de hasta 16 especialistas, cada uno de los cuales examina un aspecto concreto de los retos planteados por China en todas las esferas. Su punto de partida también es diferente al del documento anterior: “aunque la competición estratégica con China constituirá el marco de referencia en el futuro inmediato, se señala, sería contrario a los intereses norteamericanos tratar a China como un enemigo”.
Las diferencias ideológicas entre ambos exacerban su rivalidad, dice el texto, pero “la mayor parte de los problemas son inherentes a la competición entre grandes potencias, y deben afrontarse sin necesidad de demonizar a China por las diferencias entre sus sistemas políticos”. Las recomendaciones de este informe se resumen en la tarea de mantener la ventaja en innovación tecnológica, constituir una coalición multilateral que controle la violación por China de las reglas del orden internacional, y reconstruir su estabilidad política, económica y social interna para que Estados Unidos pueda mantener su liderazgo internacional.