La Unión Europea y Japón han vuelto a dar un paso adelante en el estrechamiento de su relación. De visita en Bruselas, el 27 septiembre el primer ministro japonés, Shinzo Abe, firmó con el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, una iniciativa de colaboración para el desarrollo de infraestructuras de transporte, energía y redes digitales en África, los Balcanes y el Indo-Pacífico. A este nuevo compromiso se llega unos meses después de la entrada en vigor—el pasado 1 de febrero—, del doble acuerdo de asociación económica y estratégica (EPA y SPA, respectivamente, en sus siglas en inglés) concluido por ambas partes tras casi una década de negociaciones, y un año después de que Bruselas adoptara su esperada estrategia de interconexión entre Europa y Asia.
Además de facilitar los intercambios y las inversiones entre dos actores económicos que representan más de un tercio del PIB global, el EPA y el SPA constituyen una respuesta conjunta al unilateralismo de la administración Trump. Con su firma, Bruselas y Tokio lanzaban un poderoso mensaje de defensa del orden liberal multilateral. La estrategia de interconectividad en Eurasia supone, por su parte, la articulación de una alternativa a la Nueva Ruta de la Seda impulsada por China, aunque a esta última no se le nombrara en el documento. La República Popular es asimismo el objeto de esta reciente iniciativa: Japón y la UE declaran querer trabajar juntos en regiones relevantes para los objetivos chinos, proclamando además su papel como “garantes de valores universales” como la democracia, la sostenibilidad y el buen gobierno.
Japón participará en los proyectos de interconexión europeos, que serán financiados por un fondo de garantía dotado con 60.000 millones de euros, además de la inversión privada y la proporcionada por los bancos de desarrollo. Según indicó Abe en Bruselas, durante los próximos tres años Japón formará a funcionarios de 30 países africanos en la gestión de deuda soberana. Tokio y Bruselas han subrayado así que los proyectos de infraestructuras deben ser sostenibles tanto desde el punto de vista financiero como medioambiental. Se trata, al mismo tiempo, de reforzar la interconectividad global “sin crear dependencia de un solo país”.
Mediante su alianza con la UE, Japón cuenta con un instrumento adicional para promover las actividades de sus empresas en unas circunstancias de desaceleración económica y de creciente competencia con China. La Unión Europea intenta por su parte traducir en influencia política los fondos que dedica a la ayuda al desarrollo. Las dudas sobre el futuro de la relación transatlántica, el ascenso de China, y el enfrentamiento entre Washington y Pekín, sitúan a los europeos ante un nuevo entorno que exige algo más que una retórica multilateral. Pese a las dificultades de formación de posiciones comunes entre Estados miembros con opiniones contrapuestas, la defensa de sus intereses y valores obliga a la Unión a convertirse en un actor geopolítico. Y así lo ha declarado quien a partir del 1 de noviembre será la próxima presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, con el español Josep Borrell como responsable de la acción exterior europea. El último acuerdo con Japón es un ejemplo de cómo esa nueva estrategia va tomando cuerpo.