Tras la retirada norteamericana de Kabul, para China resulta prioritario integrar a Afganistán en el orden euroasiático que aspira a crear. Siendo consciente de que el país puede convertirse en una ratonera estratégica, es improbable que recurra a sus capacidades militares: sus instrumentos de preferencia serán económicos. El hecho de que los Estados vecinos compartan el mismo interés de Pekín por la estabilidad de Asia central supone una ventaja añadida para China, que no puede permitirse un Afganistán aislado si quiere hacer de su primacía en Eurasia una de las claves de su desafío al poder global de Estados Unidos.
Estas circunstancias en principio favorables no eliminan, sin embargo, los obstáculos con que puede encontrarse la República Popular. El ataque del que fueron objeto nacionales chinos en Gwadar—punto de destino del Corredor Económico China-Pakistán—por parte de unidades del Ejército de Liberación de Baluchistán el pasado 20 de agosto (cuarto atentado contra intereses chinos en Pakistán en lo que va de año), es un ejemplo del tipo de conflictos en los que puede verse atrapada. Por otra parte, si el abandono norteamericano tiene como motivación reforzar su estrategia marítima en el Pacífico occidental y hacer realidad el “pivot” de Obama que nunca se materializó del todo, China tiene nuevas razones para preocuparse.
Con todo, entre las múltiples ramificaciones de los sucesos en Afganistán, dos actores especialmente expuestos son India y Europa. Al contrario que Estados Unidos, la cercanía geográfica de ambos les hará sufrir en mayor grado el problema de refugiados que se avecina, así como el riesgo del terrorismo. Pero aunque compartan unos mismos problemas, los efectos pueden ser diferentes: quizá Delhi opte por acercarse aún más a Washington, mientras que los europeos no podrán dilatar por mucho más tiempo el imperativo de su autonomía estratégica.
Para India, el contexto de seguridad se ha complicado enormemente. Pakistán es el gran protector de los talibán, como lo es también de los grupos separatistas que en Cachemira luchan contra India. A la interacción estructural entre las dos disputas se suma el hecho de que China tendrá ahora que profundizar en sus contactos con la inteligencia paquistaní para estar al tanto de la situación en Afganistán. Pekín se encuentra así con una oportunidad para incrementar la presión sobre India, agravando el temor del gobierno de Narendra Modi a verse “rodeado” en sus fronteras terrestres.
Para Europa se exacerban, por su parte, los dilemas derivados de la erosión del orden internacional liberal. El desastre afgano ha puesto de relieve su déficit de capacidades si no puede contar con Estados Unidos, mientras se acerca en los próximos meses una probable ola de refugiados que, de manera inevitable, provocará nuevas tensiones con Turquía e Irán, a la vez que obligará a Bruselas a algún tipo de acercamiento a Islamabad.
La necesidad de aprender a pensar estratégicamente obliga por lo demás a la reconfiguración del proyecto europeo, pero los ciclos electorales internos, el temor a la opinion pública y las presiones presupuestarias se imponen sobre las prioridades geopolíticas. Aunque la Comisión Europea parece tenerlo claro, la voluntad de buena parte de los gobiernos de los Estados miembros sigue ausente, como se puso de manifiesto en la reunión de ministros de Asuntos Exteriores y de Defensa la semana pasada. Los líderes nacionales pueden, con excepciones, seguir metiendo la cabeza en la arena, pero el orden que surgió tras la implosión de la Unión Soviética ha muerto definitivamente. Y, en el que se avecina, India tiene un considerable potencial como socio europeo.