Ninguna cumbre anterior de los BRICS (el grupo formado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) atrajo el interés suscitado por su XV encuentro a nivel de jefes de Estado y de gobierno, celebrado en Johannesburgo del 22 al 24 de agosto. En un contexto global caracterizado por las diferencias que mantienen Occidente y el resto del mundo sobre la guerra de Ucrania, así como por el activismo diplomático de China entre las naciones emergentes, se ha extendido la idea de que el hoy denominado “Sur Global” constituye un nuevo polo del sistema internacional. Los BRICS representan la creciente visibilidad de una fuerza que minimiza el peso de las democracias occidentales, especialmente tras la ampliación acordada en Sudáfrica. Aunque es cierto que las diferencias internas erosionan la capacidad del bloque para actuar de manera unificada con respecto al objetivo de lograr un orden multipolar, sería un error ignorar el mensaje que transmiten sus miembros y, sobre todo, su utilidad como instrumento de la estrategia china.
Aunque 22 Estados presentaron su candidatura de adhesión, la cumbre formalizó la invitación a sólo seis: Irán, Arabia Saudí, Emiratos Árabes, Egipto, Etiopía y Argentina. Todos ellos se convertirán en miembros a partir de enero. La ampliación implica que el grupo suma el 46 por cien de la población del planeta y el 37 por cien del PIB global. La incorporación de tres grandes productores de petróleo y gas—Irán, Arabia Saudí y Emiratos—añade una significativa dimensión estratégica (controlará más del 50 por cien de las reservas fósiles mundiales) y financiera (los fondos soberanos de los dos últimos países, por ejemplo, podrán inyectar un notable volumen de fondos al Banco de Desarrollo de los BRICS, la institución financiera creada en 2015 y con sede en Shanghai, considerada como alternativa al Banco Mundial).
La ampliación ha sido motivo de desacuerdos. Pese a las reservas de India, Brasil y Sudáfrica—temorosos de perder su espacio—, China pudo imponerla (con el acuerdo de Rusia). Mientras conforme a su agenda geopolítica antioccidental Pekín y Moscú aspiran a crear un orden favorable a sus esquemas, y a expandir su presencia en África, Oriente Próximo y América Latina, la prioridad de los restantes miembros fundadores consiste en corregir unas estructuras globales que consideran injustas y poder contar con la representación que creen les corresponde por su peso demográfico y económico en las instituciones internacionales. Aspiran igualmente por tanto a equilibrar el poder occidental, pero sin la intención de enfrentarse a Estados Unidos, Europa y Japón, socios indispensables para su seguridad y para sus intereses económicos.
Entre otras claves, la ampliación es reveladora del papel que China espera desempeñar en Oriente Próximo, después del acuerdo logrado en marzo entre Arabia Saudí e Irán con su mediación. Echarle un cable a Teherán, con una economía devastada por la política de sanciones occidentales, es otra importante señal. Pero el protagonismo de China—cuyo PIB es mayor que el de todos los demás miembros juntos—se ve también condicionado por otra variable mayor: la oposición india a dejar que decida unilateralmente las acciones del grupo. Si para la República Popular los BRICS son un medio para maximizar la dependencia de otras naciones de sus recursos financieros y tecnológicos, para Delhi es un recurso para diversificar sus opciones de diálogo y, a través de ellas, reforzar su autonomía estratégica.
Esas diferencias pueden explicar la llamativa ausencia de Xi Jinping en la cumbre del G20 que se celebrará en India el próximo fin de semana. Logrados sus objetivos en Johannesburgo con respecto al grupo que quiere construir como contrapeso del G7 (y al que todavía quieren incorporarse muchos otros países), parece importarle menos un foro en el que sí participan las grandes potencias occidentales y que—como en la cumbre de Bali del pasado año—denunciará de nuevo la agresión rusa en Ucrania. Por primera vez un presidente chino no participará en el G20, renunciando a la posibilidad de un encuentro con su homólogo norteamericano y dañando la relación bilateral con Delhi. Sólo podemos especular sobre sus motivos, pero no puede ocultarse que, pese a la retórica sobre el Sur Global y los BRICS, la guerra de Ucrania no ha hecho sino revitalizar la OTAN y el G7 como expresión de la cohesión de Occidente. Los malos datos sobre la economía china complican asimismo las ambiciones globales de la República Popular.