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INTERREGNUM: La coronación de Xi. Fernando Delage

por: 4ASIA
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Tal como estaba previsto, el XX Congreso del Partido Comunista Chino concluyó el pasado domingo encumbrando la figura de Xi Jinping. Comienza su tercer mandato como secretario general y presidente de la Comisión Central Militar (y—a partir de marzo próximo—como presidente de la República), tras haber dedicado una década entera a consolidar su poder hasta extremos que resultaban inimaginables cuando sucedió a Hu Jintao a finales de 2012. La aparente “purga” de este último ante las cámaras, y en presencia de los más de 2.000 delegados en el Congreso, da una idea del tipo de líder ante el que nos encontramos. Occidente debe prepararse para una China hostil, cuyo comportamiento estará guiado por una peligrosa combinación de ideología y nacionalismo.

Aunque el Congreso no nombró a Xi presidente del Partido como se especulaba—es un cargo que nadie ha desempeñado desde 1982—, sí ratificó su estatus como “núcleo central” de la organización, e incorporó su “pensamiento” a los estatutos, equiparando así su cuerpo doctrinal al de Mao (las ideas de los restantes líderes tienen la categoría inferior de “teoría”). La composición del nuevo Comité Central, y por tanto del Politburó y de su Comité Permanente es, no obstante, la mejor ilustración de la capacidad de maniobra de Xi. Como revelan tres hechos—la retirada política de quien ha sido primer ministro durante los últimos diez años, Li Keqiang; la salida asimismo del Comité Permanente de Wang Yang, pese a no haber llegado aún a la edad de jubilación; y el humillante trato dispensado a Hu Jintao en la clausura del Congreso—, Xi ha liquidado a las Juventudes Comunistas como facción rival. Se ha rodeado únicamente de cargos leales, entre los que—por razones de edad—tampoco parece encontrarse su potencial sucesor. Las circunstancias conducen por tanto a pensar que Xi obtendrá un cuarto mandato tras el XXI Congreso en 2027.

Las esperanzas de que, en su intervención, Xi planteara la necesidad de un giro en política económica y una diplomacia más pragmática se han visto por otro lado frustradas. Confirmando su obsesión por el control absoluto de la economía—como de la política y la sociedad—, el máximo dirigente chino hizo hincapié en el imperativo del intervencionismo público y de la “prosperidad común”, denunciando una vez más el “desviacionismo” del sector privado. La corrección de las desigualdades sociales es, con todo, tan prioritario como la urgencia de minimizar la dependencia de los mercados occidentales para adquirir una independencia tecnológica propia. Es esta última una batalla que China ganará, dijo Xi, en una nada velada reacción a las últimas medidas de la administración Biden que prohiben la exportación de semiconductores a la República Popular.

Los nubarrones en el entorno exterior fueron por ello extensamente identificados por Xi, sin ningún atisbo de cesión. Reiteró la posibilidad del uso de la fuerza contra Taiwán en caso necesario, y la continuidad de una política exterior en la que va a resultar inevitable la confrontación con Estados Unidos—al que en ningún momento nombró—, y el simultáneo refuerzo de la asociación con las naciones del mundo emergente.

“Seguridad” fue el término más empleado por Xi en la presentación de su informe ante el Congreso. Un concepto obsesivo, vinculado a la necesidad de control político e ideológico que permita situar a China como principal potencia mundial hacia 2049. Pero puede que Xi se equivoque. Haber roto todas las reglas impuestas en los años ochenta por Deng Xiaoping para evitar la irrupción de un nuevo Mao—limitación de mandato, liderazgo colectivo, etc.—le puede proporcionar un poder personal sin precedente, pero gobernará una China más aislada, enfrentada a Occidente y a la mayor parte de sus vecinos. Ese poder tampoco le servirá para resolver el rápido envejecimiento de la población, los desequilibrios medioambientales, o el fin de un alto crecimiento económico. Problemas todos ellos que, como alternativa, pueden conducir a Xi hacia un nacionalismo beligerante y, con él, hacer de China una grave amenaza para la estabilidad regional y global.

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