(Foto: Fermín Ezcurdia, Flickr) Las reuniones anuales del foro de Cooperación Económica del Asia-Pacífico (APEC) y de la Cumbre de Asia Oriental, celebradas en Vietnam y Filipinas, respectivamente, concentraron la atención de los medios en la evolución de la competencia entre Estados Unidos y China. Había expectación por conocer cómo el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, piensa sustituir la política asiática de su antecesor; y por cómo el presidente chino, Xi Jinping, reforzado tras el reciente XIX Congreso del Partido Comunista, aprovecharía estos nuevos encuentros multilaterales para seguir ampliando su influencia regional y global.
Ha pasado relativamente inadvertido, sin embargo, el espacio abierto a un tercero, India. Camino de convertirse en la nación más poblada del mundo, hacia 2024, India será también la tercera mayor economía en 2029. Aunque su presupuesto de defensa es el quinto del planeta, sus fuerzas armadas son las terceras por número de tropas (1,4 millones). El FMI estima que India representará el ocho por cien del PIB mundial en 2020, mientras que un informe de KPMG identifica el país como destino preferido para la inversión extranjera, por sus oportunidades de crecimiento, los próximos tres años. La percepción interna también ha dado un notable giro: un reciente sondeo de Pew indica que un 70 por cien de los indios están satisfechos con la dirección del país; en 2013, sólo un 29 por cien lo estaban.
No deben sorprender pues los altos índices de popularidad mantenidos por el primer ministro, Narendra Modi, quien con casi toda seguridad será reelegido en 2019. La transformación que persigue Modi, quien desea que India juegue en la liga de las grandes potencias, requiere más de una legislatura (incluso de dos). ¿Ha llegado la hora de India?
Dos claves para su ascenso salieron a la luz en Vietnam y Filipinas. La primera: su adhesión a APEC. Es toda una anomalía que la tercera economía asiática no forme aún parte del grupo. Delhi presentó su candidatura hace ya unos años, pero esta vez contó con el apoyo explícito del presidente Trump. Aunque no deja de ser una ironía que un enemigo de los procesos multilaterales desee que India se sume a uno de ellos, es revelador de las preferencia de Washington por Delhi como socio, aunque en otro terreno: el de seguridad. Esta es la segunda clave: la recuperación del Diálogo Cuadrilateral entre Estados Unidos, Japón, India y Australia, sobre el que discutieron sus ministros de Asuntos Exteriores en Manila. Si Delhi vaciló frente a la propuesta original de Japón hace 10 años, esta vez—asumida la iniciativa por Washington—la ha defendido con mayor interés. Las implicaciones de las iniciativas geoeconómicas chinas se han hecho evidentes durante los últimos años, y también India está más decidida a hacer realidad sus ambiciones de proyección más allá del subcontinente.
En último término, sin embargo, las posibilidades indias dependen en gran medida de su dinámica interna. Sus capacidades estratégicas y diplomáticas crecerán con el tiempo. Pero la extraordinaria fragmentación económica y social del país representa un considerable obstáculo para su ascenso. Buena parte de las reformas legislativas de Modi van orientadas precisamente a crear una unidad de mercado. Y el nacionalismo hindú de su partido, el Janata Party, no parece provocar, por ahora, la oposición de la mayoría de la población (quizá porque su prioridad es el crecimiento económico). La construcción de una identidad unificada como Estado es una exigencia no menor para que India pueda convertirse en la gran potencia mundial que aspira a ser.