Home Asia INTERREGNUM: La (mala) imagen de China. Fernando Delage

INTERREGNUM: La (mala) imagen de China. Fernando Delage

por: 4ASIA
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Desde que Xi Jinping asumió la secretaría general del Partido Comunista Chino hace ahora diez años, la imagen internacional de la República Popular ha empeorado de manera considerable. También su propia figura, como revela un informe del Pew Research Center—el conocido instituto de estudios de opinión pública con sede en Washington—hecho público en vísperas de la inauguración, el próximo domingo, del XX Congreso del Partido.

El vuelco en la evolución de esa imagen exterior a lo largo de la última década ha sido especialmente significativo en Estados Unidos y en tres vecinos de China: Corea del Sur, Japón y Australia. En el caso del primero, por ejemplo, en torno al 25 por cien de los norteamericanos tenían una percepción positiva del país—y sólo una minoría una imagen negativa—antes de 2013. Unos resultados exactamente opuestos a los de hoy: la rivalidad económica, la pandemia, la política china de derechos humanos y el apoyo de Pekín a Moscú en su agresión a Ucrania son los principales factores que explican una opinión mayoritaria de hostilidad hacia la República Popular. Es, no obstante, un sentimiento extendido entre prácticamente todos las naciones examinadas por el estudio. En España, en estos diez años, la imagen negativa de China ha aumentado del 21 por cien al 63 por cien, mientras que el porcentaje de quienes mantienen una percepción positiva se ha reducido del 57 por cien al 29 por cien.

Como se mencionó, es una tendencia aplicable al presidente chino y no sólo a su país, especialmente desde 2019. Según los sondeos de 2022, una media del 40 por cien desconfía absolutamente de Xi; una cifra que supera el 50 por cien en naciones como Australia, Francia o Suecia. En el caso de España, el 45 por cien comparte esa opinión, mientras que un 34 por cien dice no tener demasiada confianza, y un 18 por cien, alguna o mucha confianza en Xi.

Una media del 66 por cien en los 19 países analizados coincide, por otra parte, en reconocer el extraordinario aumento de la influencia internacional de China, una idea manifestada por sólo un 12 por cien hace una década. Vinculada a esa apreciación de un mayor poder, crece igualmente la percepción de China como una amenaza en aumento: así lo piensa al menos la mitad de los encuestados en Corea del Sur, Japón, Filipinas, Australia y Estados Unidos; países estos últimos en los que se manifiesta de manera particular la preocupación por la injerencia china en su sistema político. Es una inquietud que se reduce a un tercio de la opinión pública en Europa, y al 24 por cien en España.

Al 72 por cien le preocupa asimismo el poder militar chino, definido como un grave problema (para un 37 por cien es un muy grave problema). Japoneses y australianos registran la mayor inquietud en este terreno (seis de cada diez encuestados), mientras que en Singapur, Grecia e Israel se recogen los índices más bajos. En el caso de España, se trata de un problema muy grave para el 47 por cien de la población, relativamente grave para el 25 por cien, mientras que no lo es para otro 23 por cien.

La situación de los derechos humanos es otro factor fundamental que explica esa opinión mayoritariamente desfavorable de China. Para los españoles es, de hecho, el motivo principal (55 por cien), seguido por las capacidades militares chinas (el ya citado 46 por cien) y la rivalidad económica (36 por cien). Sobre este último punto, el 51 por cien de los españoles ven a China como la potencia económica dominante, frente al 35 por cien que considera que ese estatus le corresponde aún a Estados Unidos.

Por mucho que Xi instruya a sus periodistas y altos cargos diplomáticos a “contar bien” la transformación de China, lo cierto—como indican estos datos—es que la República Popular asciende como gran potencia acompañada de la imagen más negativa en su historia. El temor a las posibles intenciones de un país más poderoso puede en parte explicarlo, pero es también resultado del creciente autoritarismo interno y de una serie de acciones (y de unas actitudes beligerantes) que inevitablemente provocan un choque con el mundo exterior. La proyección de su influencia en las naciones emergentes del Sur Global sólo puede ser una solución parcial para una China que sigue necesitando a Occidente para su crecimiento económico, y que—como le ha revelado la política revisionista de su socio ruso—no debería dar por acabada la fortaleza de las democracias.

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